La tipografía Times New Roman sobre fondo negro y un acompañamiento musical de Jazz adelantan que estamos indudablemente ante una película de Woody Allen. Sin embargo, Blue Jasmine no es exactamente un film al uso del director. A los 77 años se corre un poco de su clásica estructura narrativa repleta de gags, diálogos jocosos y conversaciones intelectualoides para dar lugar a la creación de un personaje que será el sostén de su historia con absoluta exclusividad. Dejando de lado temas más naif y atmosferas adorables casi de ensueño como las de Medianoche en París y A Roma con amor, el director parece querer volver a retomar su mirada más critica a través del personaje de Jasmine French. La interpretación de Cate Blanchett, quien se ya se perfila para lo que promete ser una cantada nominación al Oscar, parece estar por sobre el nivel del material dando vida a una mujer enfermiza, desequilibrada y sumamente odiable retratada de un modo muy serio y nervioso que se articula casi de rebote dentro de esta cuasi comedia que funciona mucho mejor como drama que otra cosa. Por su parte, la británica Sally Hawkins es la obvia y necesaria contraparte de Blanchett (su media hermana), una mujer mucho más simple que roza lo caricaturesco decorando el entorno de la protagonista que se encaja dentro del estilo de personajes que más le ha gustado crear a Woody Allen en el último tramo de su carrera.
Woody Allen siempre se sintió cómodo señalando las distintas problemáticas de las clases sociales (particularmente la media-alta y alta). Detrás de toda esa riqueza, lujo,glamour y confort se alza esta mujer (Jasmine) hueca y superficial que a medida que ve cómo su dinero se diluye se va hundiendo en su propia miseria interior. Ahora bien, ¿qué tiene de nuevo esto? No mucho en realidad porque ya lo hemos visto mil veces, algunas más huecas que otras (como Somewhere de Soffia Coppola). Lo más atractivo, una vez más, es la magnífica vida que da Cate Blanchett a un guión que es mucho menos de lo que aparenta ser. Y esta vez, más que nunca, si se hiciera el experimento de cerrar los ojos y tratar de entender la película sólo a través de su audio, nos daríamos cuenta que funciona tan bien como si la viéramos normalmente. Y es que contrario a otras de sus producciones en donde a nivel visual se nota su dedicación (como Matchpoint, La maldición del escorpión de Jade o incluso su filmografía producida en los atractivos paisajes europeos), aquí el montaje, la fotografía y la dirección de arte pierde un poco de protagonismo dando lugar a una película casi pura y exclusivamente de diálogos.