No resulta fácil describir, ni siquiera criticar con palabras un film experimental. De hecho, tampoco se debería hacer. El cine experimental, surgido en la vanguardia de los años ’30 y desarrollado por realizadores a lo largo de la historia es un movimiento único, con reglas, pero a la vez que no se atan a ningún tipo de estructura tradicional. Sino que apuntan a un público específico, con mente abierta, generalmente más interesado en la plástica de la imagen, en la exploración del encuadre, de los colores, del montaje, del mecanismo más que de un contenido...
Viaje lisérgico El filipino Raya Martin es uno de los cineastas que más ha dado que hablar en el circuito festivalero de los últimos años. Su forma de abordar temas históricos desde una perspectiva surrealista y nada complaciente lo ha llevado a la cima entre aquellos ven al cine como un arte radical y no convencional. Buenas Noches, España (2011) es un viaje por España a partir de la idea de la teletransportación. La leyenda de un soldado filipino que fue teletransportado hasta la ciudad de México a fines del siglo XVI le servirá a Raya Martin para reinterpretar la historia y trasladarla a la España actual donde un hombre y una mujer realizarán-al mejor estilo de una road movie- un viaje transversal. El controversial realizador que no utiliza el diálogo, aunque sí el sonido en diferentes planos, propone una road movie lisérgica desde la composición de una imagen en la que se vira el color a diferentes tonalidades, y en la que la saturación del mismo pasa a ser un un protagonista casi excluyente de una película trabajada a partir de la experimentación. Martin manipula la imagen como si tratase de collage en el que se combinan diversos elementos superpuestos entre sí para provocar sensaciones lejanas a la realidad. Así como la imagen toma un protagonismo especial por la forma en que la trabaja, también el sonido jugará un rol importante gracias a la utilización de una banda sonora en la que se armoniza música, ambiente y efectos que servirán para remarcar una escena, un movimiento o simplemente por estar. Muy pocas veces, fuera de festivales o ciclos, uno como espectador tiene la posibilidad de asistir a ver un cine en el que un director se da el lujo de jugar con todo lo que muchos otros no se permiten, sea por los motivos que fuesen. En Buenas Noches, España menos la lógica después todo está permitido, hasta la posibilidad de sentir que lo que vivimos fue nuestro propio viaje lisérgico, lejos de la realidad y sin explicación alguna.
Una road movie tan lisérgica como inescrutable Niño mimado de los festivales más importantes del mundo cinematográfico actual, el filipino Raya Martin sentía que la profesionalización asfixiaba la libertad artística de sus trabajos. Fue de visita a España y se encontró con el cortometrajista y crítico Gonzalo de Pedro, con quien decidió volver a las fuentes primigenias, las mismas que cinco años atrás le habían permitido crear Autohystoria y elevarse, con apenas 23 años, a las cúspides festivaleras. Quería una película entre amigos. Anhelaba un regreso a ese cine personal, sin créditos estatales, ni fondos de ayuda a la producción, ni presiones de cinéfilos ni programadores. Salir a la ruta y ver qué surgía, decía el asiático. Y así se despachó con Buenas noches, España, road movie lisérgica filmada en soportes prácticamente en desuso (Súper 8 y Hi-8) y menos preocupada por la construcción de una narración que en la experimentación visual y sonora, que se verá hasta el miércoles 29 en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Característica inherente a gran parte del cine experimental, el resultado final está más próximo a las artes plásticas que al cinematográfico. Aquí, al fin y al cabo, la historia es lo de menos. Esto dicho no necesariamente como un juicio valorativo, sino porque la misma película no parece demasiado preocupada en establecer un hilo conductor narrativo. Lo único es la idea de teletransportación (¿?) planteada desde la sinopsis y atisbada en las escenas de apertura y clausura, pero que en el resto del metraje es apenas un esbozo fantasmagórico nunca del todo concretado. Lo que sí es concreto es la presencia de un hombre –Andrés Gertrudix– y una mujer –Pilar López de Ayala, protagonista de Medianeras y musa de Manoel de Oliveira en El extraño caso de Angélica– que viajan en un auto, flirtean en un bosque, caminan, pasean, recorren el Museo de Bellas Artes de Bilbao para luego culminar el recorrido en un espacio que es preferible no develar. Esas situaciones darán pie para un bombardeo de manipulaciones a la materialidad del fílmico. Casi como una cruza del romanticismo urbano de Antes del atardecer con el Hunter Thompson más lisérgico, habrá sonidos distorsionados hasta el agotamiento auditivo, imágenes alteradas para modificar la secuenciación cronológica, repeticiones con virajes a un único color, otras al negativo, entre otras cosas. El problema es que esas decisiones están regidas únicamente por el arbitrio del cineasta y no por la construcción de un todo coherente. Ver por ejemplo cómo la tonalidad cromática de las imágenes, que aparentemente se corresponden con un determinado punto de vista pero que se modifican sin que se sepa muy bien por qué. Lo que sí se sabe es la importancia que la Historia tiene para Martin. Cineasta habituado a vincular sus trabajos con la genealogía social y política de su Filipinas natal, aquí decide abrir la película con una leyenda de José Rizal, médico, escritor y uno de los grandes héroes de aquel país. Leyenda que además permite esbozar una posible línea interpretativa de los próximos setenta minutos. Es que aquí, en el cosmos de Buenas noches, España, lo inescrutable es un peligro latente.
La resistencia Hay películas solitarias y modernas. No siempre, aunque muchas veces, las dos cosas se dan juntas. Raya Martin se ha dedicado rápidamente a convertirse en un especialista en la clase de películas cuyo carácter solitario está determinado de modo fatal precisamente por su modernidad. Buenas noches, España parece trasladar al Viejo Continente el dispensario de preocupaciones formales e ideológicas del director bajo la forma de un sorprendente trip a cargo de una pareja de enamorados errantes: la película juega con fuego y despliega sin miramientos sobre los protagonistas una mirada radical que por momentos la acerca a la experiencia de algunas formas anacrónicas del videoarte. Martin inunda la imagen de colorinches, ruidos, deformaciones, filtros. Cada plano de Buenas noches, España luce como un gesto de desafío e ironía sutil, una esgrima feroz del medio cinematográfico con la variedad de sus recursos estilísticos y una puesta entre paréntesis del propio discurso: de ahí, acaso, es que surge la obstinación irónica que parece animar las intenciones del director, como si cada segmento de la película se señalara a sí mismo con el dedo. Como otras veces, el director filipino se arroja decididamente a la busca de un sentido original del cine que resulta engañosamente simple: en realidad, el conmovedor primitivismo de la película pone en cuestión el estatuto de las imágenes liberadas de sujeción ideológica, y una parte importante de su cine podría ser el intento de reestablecer el lugar de la imagen como el producto de una matriz en la que operan fuerzas en pugna cuya carga política no parece nunca dejar de estar presente. Martin siempre aparenta ser menos lúdico que político y Buenas noches, España no es la excepción: sus películas no son del todo alegres –no juegan a menos que sea como contrapartida de reencauzar una y otra vez la dirección del relato hacia alguna forma de autoconciencia en la que el placer puro cede ante la extrañeza y los breves, abruptos golpes de iluminación que se descargan sin tregua sobre el espectador. Sus decisiones formales desconciertan por la vía de confrontarnos con nuestras certezas adquiridas e insisten en traer al frente los ecos de cines pretéritos, hilachas, voces rotas vueltas a ensamblar en los que la historia del cine se constituye en el territorio donde es posible leer los trazos de su propia construcción como discurso. Los planos de la película se retuercen o giran en perturbadores loops con el acompañamiento de sonidos de guitarras distorsionadas e intrigantes efectos electrónicos de vanguardias pasadas. Martin construye una pareja burguesa arquetípica que viaja y confronta su bagaje anímico con el paisaje de rutas solitarias y de una naturaleza enigmática que lo mismo podría pertenecerle a España como a algún planeta lejano. Más tarde, el director ensaya gélidos pasos de comedia absurda cuando los protagonistas llegan a un museo en la ciudad de Bilbao y se dedican a recorrerlo y a imitar con irreverencia las posturas de algunos de los cuadros exhibidos. No hay diálogos en la película, tan solo unos pocos intertítulos que parecen establecer un marco de perplejidad mayor aun: Buenas noches, España hace gala de una rara belleza, una fuerza elusiva e intermitente que hay que bucear en la ausencia de un sentido completo aparente, tanto como en el desquicio hipercontrolado de su sintaxis, en sus sonidos agresivos, en sus abruptos virajes de color y en la velocidad de sus planos. Pilar López de Ayala, una de las mujeres más hermosas del mundo, pocas veces lució su rostro con tanta autoridad y desapego a la vez, integrándose al conjunto como el elemento emotivo diferencial de la película con el mero trámite de transitar por sus planos extrañados. El director entrega un puñado de situaciones e imágenes perdurables que parecen representar el intento rotundo de que un cine en permanente estado de provocación e incertidumbre sea otra vez posible.