Tiempos adolescentes
La película de Zach Weintraub (también actor) explora un tiempo suspendido entre la primera juventud y el mundo adulto. Lejos de toda impostación, Bummer Summer (2010) construye en un impecable blanco y negro un relato parco y de sutil comicidad sobre el pasatismo adolescente.
Si la adolescencia marca una tensión, un incierto “ir hacia algún lugar”, el tiempo del verano también tiene su complejidad. Por un lado está la voluntad de vivir en el ocio pero, cuando este deseo es compartido, la temporalidad también se tensa. Lo que inicialmente era pasatiempo, deviene en sentimiento de fastidio y pereza. Y algo de ello hay en Isaac, quien debe “repartirse” entre su amigo Ben y su novia, Lila. Más tarde se definirá un viaje con rumbo no del todo definido, con pequeños conflictos que más que un in crescendo dramático significa una exploración sobre esta tensión. Tengamos en cuenta que una posible traducción del film de Weintraub es “Verano plomazo”, tal como se lo presentó en la pasada edición del BAFICI, en donde integró la Competencia Internacional.
Bummer summer es una película más “distendida” que abúlica, lo que la acerca a los filmes del gran Eric Rohmer, quien hizo del tiempo vacacional un marco ideal para buena parte de su filmografia. Los tiempos muertos se imponen, e Isaac se debate entre seguirle el juego a su novia celosa o aprovechar la cercanía con los más íntimos. Un dilema que se resuelve amargamente pero no de forma violenta ni determinante. Porque si hay algo valioso en el filme es su construcción pausada, amena, que el realizador construye con planos largos, sin menospreciar la gestualidad de los intérpretes.
Rodada en blanco y negro y con una notable cantidad de planos generales, “Verano plomazo” potencia sus logros formales y temáticos. Avanzado el relato, “destella” como un posible punto de giro la (bizarra) idea de ir a conocer el laberinto más grande del mundo junto a la ex de Ben, quien pondrá en juego nuevas emociones. En cuanto a las actuaciones, transitan el naturalismo pero no están exentas de gracia. Redondean un universo que mucho tiene del cine de Jim Jarmusch, quien estudió en la misma escuela de Weintraud. Basta con escuchar los diálogos sobre el pasaje de la escuela secundaria a la universidad para comprender por qué la autenticidad no está en la saga High School Musical sino el films como éste.
El final, agridulce, parece remitir a La última película (The last picture show, 1971), de Peter Bogdanovich, otra película “generacional”. Como dato curioso, Weintraub rodó recientemente una película en Buenos Aires. Habrá que ver si profundiza el estilo de su ópera prima o toma otros rumbos.