Extraños en el paraíso
Bummer Summer invita a instalarse junto a unos protagonistas que si por algo se caracterizan, es por no ser lo que suele entenderse por personajes. Más se parecen a amigos “de la vida real”.
Zach Weintraub o el caso del argentino apócrifo. Nacido hace 23 años en la pequeña ciudad de Olympia, Washington, a los 20 el realizador pasó seis meses estudiando en Buenos Aires (ver entrevista). El año pasado presentó Bummer Su-mmer en el Bafici y ahora se halla filmando su segunda película aquí. No sólo eso. Por inaudito que suene, el de hoy en el Cosmos UBA es el estreno mundial de la ópera prima de Weintraub, que por el momento no tiene fecha de lanzamiento en salas de Estados Unidos ni de ninguna otra parte. ¿Debería sorprender entonces que Bummer Summer, que en el Bafici se exhibió con el localísimo título de Verano plomazo, parezca una película argentina? Nos referimos a la línea que va de las primeras de Martín Rejtman hasta la aún inédita Lo que más quiero, de Delfina Castagnino, pasando por las de Ezequiel Acuña y la reciente Somos nosotros. Películas en las que una pudorosa empatía, un discreto, parco modo de estar junto a personajes en tránsito, importan más que cualquier acción, conclusión o peripecia.
Pero claro, esa línea no es un invento argentino. El cine indie estadounidense la viene desarrollando desde hace rato. De lo que se trata, entonces, es de una sintonía a distancia, que tal vez permita hablar de Weintraub como el más argentino de los cineastas estadounidenses. Un modo de estar: más que para ver, Bummer Summer parecería hecha para estar en ella. No es que no sea digna de verse, por cierto: el director de fotografía Nandan Rao –coproductor de la película, además– sabe sacarle al blanco y negro un lustre infrecuente, que le da a Bummer Summer un notorio realce visual. Pero ya desde las primeras escenas, la película de Weintraub invita a instalarse junto a unos protagonistas que si por algo se caracterizan es por no ser lo que suele entenderse por personajes. Más se parecen a amigos “de la vida real”. Sensación fomentada por el hecho de que no se trata, con una única excepción, de actores profesionales. Y de que los diálogos fueron creados por ellos mismos.
El guía del espectador en la narración es Isaac (Mackinley Robinson), un chico de 17 que en las primeras escenas recorre –como si no se hubiera convencido de que acaba de dejarlas para siempre– las instalaciones vacías del high school. Es verano, las horas son largas y daría la sensación de que la entera ciudad de Olympia (nos enteramos del nombre recién en el último crédito del rodante final) está tan vacía como esos claustros. Callado y por lo visto no muy decidido, a partir de la llegada de su hermano Ben (el propio Weintraub), Isaac básicamente se deja arrastrar, en esas horas largas y vacías del verano, por Ben y su amiga Lila (Julia McAlee, única profesional del elenco). Con ellos irá a una playa cercana y los tres terminarán yendo a conocer “el laberinto más grande del mundo”. Que queda, se supone, en las inmediaciones.
Por su aire aleatorio, su terceto protagónico y su tendencia a dejarse llevar por lo azaroso, Bummer Summer hace pensar en una versión aggiornada de Aleluya las colinas, clásico vitalista de Adolfas Mekas, de comienzos de los ’60. Ambas son películas de su(s) época(s): la de Mekas parece una versión al aire libre de las de Richard Lester con los Beatles; la de Weintraub es Extraños en el paraíso, de Jarmusch, con protagonistas diez o quince años más jóvenes. El mismo blanco y negro (aunque más pulido, por cuestiones de paso fílmico), el mismo tono menor, los mismos largos planos fijos, la misma parca deriva, la misma idea de que no hay dónde ir. De allí la referencia que en un momento hace Lila, por contraste, a En el camino: Weintraub como un Kerouac que desconfía de la eficacia de la fuga romántica, el desborde, el exceso.
También se puede pensar a Bu-mmer Summer (otra vez los ’60 vs. el siglo XXI) como una Jules et Jim en la que el deseo erótico queda en suspenso. Cuando aparece se corta, como hace Lila con Ben en una escena. O se lo deja fuera de campo: Isaac y Maya se dan unos besos en un auto, después van a una casa y allí sobreviene una elipsis. Si no, el sexo funciona en un plano más mental que real, como cuando Maya imagina que Isaac la engaña con Lila. Quizá sea cierto que Isaac quiere, pero sólo en su cabeza. O en una de esas es Lila la que quiere e histeriquea. Nunca lo sabremos del todo. Es la película la que parecería no saberlo. Bummer Summer es la clase de película a la que, por contraposición a la omnisciencia, podría calificarse de nihilsciente, nuliciente o algo así. Lo mismo que las primeras de Rejtman, las de Ezequiel Acuña o cualquiera de las otras nombradas en el primer párrafo. Lo cual confirma a la ópera prima de Zach Weintraub como una auténtica película argentina, hablada en inglés.