Todo previsible y correcto
Se supone que Buongiorno, papá es italiana, pero parece la remake de una comedia estadounidense, del estilo de alguna de esas pavadas que en sus malas época protagonizaba Matthew McConaughey. Todo está fríamente calculado para que riamos, nos emocionemos, riamos otra vez y nos vayamos a casa reconciliados con la vida. Pero no ocurre nada de eso, y nos vamos a casa peleados con el cine.
Hay un carilindo (Raoul Bova, el McConaughey tano) que anda por los 40 pero se niega a asumir las responsabilidades que supuestamente acarrea la edad y sigue viviendo como un playboy veinteañero, seduciendo y abandonando a toda mujer que le pasa cerca. Es frívolo, superficial, egocéntrico. Hasta que un día le toca el timbre una adolescente de 17 años que jura ser su hija: una lección que la vida le manda para redimirse.
Esta fábula moral está adornada por una serie de personajes que intentan ser encantadores pero son irritantes. Está el estereotipo del rockero viejo, bohemio y adorable, y está el amigo tierno y perdedor del galán, que es interpretado por el propio director, Edoardo Leo, un actor de larga y reconocida trayectoria que en Buongiorno, papá hizo su segunda experiencia detrás de cámara en largometrajes.
A favor de la película hay que decir que pueden rescatarse un par de gags pasables. Pero todo es tan previsible y políticamente correcto que cualquier atisbo de humor queda ahogado. Parece haber una búsqueda deliberada por no inquietar al espectador, y se lo termina subestimando: no puede ocurrir nada que trasgreda la moral y las buenas costumbres, y todo tiene que cerrar, resolverse sin fisuras y ser redondo. Demagogia pura.