Mejor perderlo que encontrarlo
Es una suma de atrocidades, por momentos un bodrio, pero con buenos efectos.
En la adolescencia hay tiempo para todo. Y hay gente para todo. Como Brandon, que no sabe sobre qué basar su trabajo de estudios, y decide que será sobre posesiones demoníacas. La película abre fuerte, con el caso de exorcismo que después estos chicos -el personaje del sidekick podría haberlo protagonizado Jonah Hill hace diez años- van a descubrir que sucedió hace unos años en una casa ahora abandonada, no muy lejos de allí.
Y Brandon decide que él mismo quiere experimentar eso de estar poseído. De ahí el título en la Argentina y, en parte, el original (The Possession Experiment).
Contar el resto sería para desmotivar a posibles espectadores, tanto sea por aguarles la fiesta relatando qué va a pasar -aunque todos saben qué va a pasar con ese título-, o avisándoles que es un bodrio con buenos efectos.
Pero no es la clásica película con atrocidades cada cinco minutos. No. Tiene atrocidades cada diez, quince minutos, hasta que cuando se aproxime el final, el director Scott B. Hansen aglutinará todo como un fin de fiesta con carnaval carioca lleno de sangre, muertes y posesiones.
Si llevan pochoclo, buen provecho.