Jugar al (y con) el cine
La idea de Caito mutó decenas de veces, pasando de una ficción pura que retomara alguna de las líneas del cortometraje homónimo que ganó el concurso Georges Méliès en 2004 y puede verse en YouTube, hasta este curioso dispositivo que es hoy, una suerte de ficción denunciada dentro de la misma película que hace de la calidez una norma.
Estrenado en el BAFICI 2012, el film comienza con Guillermo Pfening llegando a Marcos Juárez, su pueblo natal en Córdoba, para mostrar cómo es el día a día de su hermano catorce meses menor, quien padece una distrofia que debilita sus músculos y no le permite moverse con suficiencia. Esto es, la rutina familiar, las sesiones de kinesiología, la visita a amigos y conocidos, y los paseos rutinarios en cuatriciclo por las calles principales.
Pero en plena construcción del personaje, justo después de que la película amenazara con articularse como un documental con el protagonista contando a cámara las particularidades de su extraña musculatura, Guillermo se entera de sus deseos de ser padre. A partir de ahí, y con una variable de potenciales golpes bajos como la de la enfermedad ya eliminada, la película pega un volantazo rumbo a una suerte de ficcionalización biográfica de Caito, protagonizada por él, sus amigos y un grupo de colegas de su hermano (Romina Ricci, Bárbara Lombardo, Lucas Ferraro) en los roles de sus familiares.
Dicho esto, podría pensarse a la ópera prima del protagonista de Nacido y criado, dirigida por el aquí productor Pablo Trapero, como un mero ejercicio de cine dentro del cine. Pero la mixtura entre esa ficción tan amateur como cálida y sincera con escenas de la preproducción y el backstage retoma la ontología cinematográfica inmortalizada en Súper 8: antes que presupuestos, negocios y efectos especiales, el cine es (debe ser) un acto esencialmente lúdico y mancomunado, cuyo requerimiento primordial es la sumatoria de voluntades para llegar a una meta en común, en este caso la articulación de imágenes con forma de película.
Allí estarán, entonces, el tercer hermano dispuesto a dar una mano desde la participación actoral, y los amigos y vecinos al servicio de la aventura del filmar. Aventura que Pfening muestra con el placer lúdico (no es casual que hable de “jugar a hacer ficción”), haciendo discurrir una historia mínima que, sin embargo, se expande hasta mucho más allá de la pantalla.