Caíto

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Con amor real

El actor Guillermo Pfening dirigió en 2004 un corto titulado Caito, igual que como se llama este film. Y al igual que antes, el centro está puesto en su hermano Luis, quien sufre una rara forma de distrofia muscular que, como dice el propio Luis, es de las más leves, aunque no lo crean. Esta condición física le impide al protagonista moverse por sus propios medios, por lo que debe hacerlo con ayuda o al mando de un cuatriciclo con el que recorre las calles de Marcos Juárez, la ciudad cordobesa donde viven los Pfening. Obsesionado con este asunto -que ha marcado definitivamente a su familia-, el actor y director decide aumentar aquel corto apostando a una extraña fusión de documental, backstage, ficción y cine dentro del cine, un ejercicio metalingüístico que adquiere gran calidez -a pesar de su potencia intelectual y filosófica sobre lo real y lo que no lo es- a partir de nunca desviar el centro que es el vínculo de amor fraternal entre Guillermo y Luis.
Pfening cuenta que fue durante la función estreno de Nacido y criado, film de Pablo Trapero que él protagonizó, cuando descubrió la potencia como personaje cinematográfico de su hermano Caito. No porque fuera un personaje en sí -que lo es, sin dudas: “es más difícil que matar un chancho a besos”, dice en un momento- sino por el deseo y la fascinación que generaba en Caito el mundo del cine. Y así como el director sueña que cumple el sueño de su hermano de ser actor, a la vez cumple el sueño de dirigir su película. Caito -el film- es un juego de idas y vueltas sobre la condición del dar y del recibir, y uno que nunca se vuelve explícito en sus intenciones sino que lo hace a partir de sus propia y compleja estructura. Es ahí donde la película crece y mucho, ya que sus mecanismos siempre quedan sepultados por el centro argumentativo, y nunca por la bajada de línea o el mensajismo que estaban a mano.
Porque sí, Caito tiene a una persona con un padecimiento físico en primer plano, pero no cae en la tentación de hacer de eso su centro moral. También, tiene a esa persona jugando un rol difícil pero tampoco se construye como una lección de vida sobre el esfuerzo y el valor de intentarlo. Todo esto, que estaba implícito en el proyecto, queda a un costado y es una lectura posible, pero no la más importante. Lo que sobresale es ese entramado de dispositivos que elabora Pfening, yendo del documental casero, al backstage sobre un rodaje y sobre el resultado de ese rodaje. Y todo el proceso, claro, centrado en la figura de Caito, alguien que lejos de la condescendencia enfrenta lo suyo con gran vitalidad.
Caito es también un punto de inflexión en cierto tipo de documental que hace de la experiencia personal un catálogo de horrores. Esa primera persona que sirve, la mayoría de las veces, para sumir al espectador en una serie de golpes bajos y sordideces innecesarias. El humanismo del film de Pfening, el verdadero amor con el que está hecho, elude tanto el miserabilismo como la ambición artística. Es apenas un gusto personal, que se convierte público por medio del cine. Y en la proyección de la pantalla, logra amplificar los alcances y entresijos de su aparente pequeña anécdota.