Una comedia kitsch sobre la codicia humana
La condesa rusa Ivana Malova llega a la Argentina con una idea que cree original: criar chivos de Angora en un pedazo de tierra bautizado como Campo Cerezo. Allí viven doña Juana y su nieta Nucha, que acaba de salir de la cárcel con libertad condicional por haber participado en el robo de las cajas de seguridad de un banco, botín que nunca fue hallado. La condesa tratará, por medios lícitos e ilícitos, de apoderarse de Campo Cerezo y, con un extravagante modisto, esboza un plan para lograrlo. Dinero no le falta, pero doña Juana se opone terminantemente a ese negocio, ya que el lugar perteneció desde siempre a sus ancestros.
Mientras esa dama distinguida tiende sus redes y avanza en su propósito de quedarse con Campo Cerezo, Nucha descubre que en esas tierras están enterradas las joyas que la policía nunca pudo encontrar. Comenzará entonces para estos personajes una serie de disparatadas situaciones, a las que no está ajeno un vidente del pueblo, y así la historia transita, entre la comedia kitsch y cierto aire misterioso, por una encrucijada que, finalmente, tendrá un inesperado final. En medio de esta anécdota desfilan una serie de personajes que convierten a la historia en una entretenida madeja a la que no le falta humor, cierta ironía y algunas situaciones que permiten la más complaciente sonrisa. La directora Patricia Martín García supo llevar con habilidad estos enredos que le brindaba el original guión de Elsa Ramos, y así el film logra su propósito de entretener por el camino del absurdo.
El elenco apoya con seguridad el relato. Tanto la labor de Marta Bianchi en la piel de la condesa que se empecina en hacer suyo Campo Cerezo, como las actuaciones de Ana Yovino, Ana María Castel y Mónica Galán en un papel caricaturesco cumplen con entusiasmo sus respectivas partes, en tanto que la fotografía de Carlos Torlaschi y la música de Marcus Bombelli apoyaron esta comedia farsesca que, sin grandes pretensiones, cumple con su misión de divertir.