El mar y la utopía que navega Víctor Hugo y Candelaria se tienen el uno al otro. A diario ejercitan la supervivencia en la isla, carecen de todo como la mayoría de los que los rodean y viven a dieta forzada y nostalgia compartida. Se tienen el uno al otro nada más ni nada menos, y pueden contemplar el mar en libertad o jugar a las cartas para pasar las horas del apagón programado, algo natural en épocas de crisis con un embargo económico feroz, que en el contexto de esta película de Jhonny Hendrix (también autor del guión original) se remonta al llamado Período especial. Candelaria además de protagonizar esta historia de amor junto a Víctor Hugo es el título del film y puede vislumbrarse en esa elección no azarosa un homenaje implícito a su manera de encarar la vejez con una sonrisa y ponerle el corazón a la escasez y el humor a las adversidades que se suman con el correr de los días, mientras en la radio cuando el suministro eléctrico alcanza se escuchan fragmentos de un discurso de Fidel Castro en defensa del Socialismo de aquellas épocas y de la autonomía política frente a una realidad geopolítica con el Muro de Berlín derrumbado y la poca presencia soviética para llenar los vacíos de una economía casi inexistente, sustentada entre otras cosas por el sacrificio de los cubanos y el turismo que busca conocer ese exótico modo de vida. No obstante, el relato se despega del apunte histórico político para instalarse en lo cotidiano y desde la presencia de un objeto como una cámara filmadora abre el espectro de la intimidad de esta maravillosa pareja, representantes simbólicos de la tercera edad en Cuba. Aquellos que vivieron la euforia de una revolución pero también que padecen las consecuencias de las decisiones de Castro y su régimen. La idea de la cámara filmadora sustraída por Candelaria en su trabajo, la lavandería de un hotel para turistas, supone otra mirada que se yuxtapone a la del propio director y desde la vitalidad y la introducción del compañerismo devenido romanticismo y sexo, la apuesta a otra filosofía de vida es manifiesta. Hay frases pronunciadas por Víctor Hugo a lo largo del relato que quedan impregnadas como así también escenas deliciosas y tan contundentes como verdaderas, agridulces muchas de ellas pero genuinas y entrañables. Candelaria enciende la llama de la reflexión y aviva el fuego de la resistencia de la experiencia y el cansancio de los cuerpos mal alimentados de los protagonistas. Sin embargo, la flaqueza de esa piel curtida y el hueso marcado no le quita valor a la grandeza de la dignidad cuando se ve el mar y la mirada se pierde en el horizonte de la nostalgia y de la utopía, que como la balsa que procura llegar al otro lugar donde las carencias no abunden navega sin brújula, con prisa y sin tiempo.
Hambre y dignidad Basada en una historia real narrada al realizador en su primer viaje a La Habana, la capital de la República de Cuba, Candelaria (2017) es una historia de supervivencia y dignidad tan cálida como brutal, relatada desde el corazón, pero también desde una mirada sensible y dolorosa. El tercer largometraje del realizador colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza transcurre en la capital de Cuba en el año 1994, durante la época conocida como periodo especial, años duros de escasez y privaciones producto de la agudización del bloqueo norteamericano sobre la isla caribeña para minar su soberanía y del colapso político de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la caída en desgracia de todos los gobiernos satélites de la URSS en Europa y la disolución del Pacto de Varsovia. Esta combinación resultó fatal para la pequeña isla, que experimentó graves problemas económicos durante toda la década de los noventa, que en parte solventó con una parcial apertura al turismo internacional y la dolarización de este sector de la economía. Candelaria (Verónica Lynn) es una actriz y cantante ya anciana, diagnosticada con cáncer, que trabaja en un bar como cantante por las noches y en un hotel para turistas en la lavandería durante el día, que vive junto a su marido, Víctor Hugo (Alden Knigth), otro anciano que vive de algunas changas. Entre los dos cuidan a unos pollitos recién nacidos como si fueran sus hijos con la esperanza de que crezcan sanos para poder comerlos, en una imagen alegórica muy fuerte sobre la realidad cubana de aquella época. Cuando Candelaria encuentra una cámara de video entre la ropa sucia de los turistas del hotel la lleva a su casa en lugar de devolverla y los ancianos revisten a la cámara de propiedades lúdicas, eróticas y hasta artísticas, creando una pequeña revolución en sus vidas, descubriendo también una nueva faceta de Cuba que emergía con la llegada del turismo internacional. La película de Hendrix Hinestroza narra las dificultades de los cubanos para mantener su dignidad ante el acoso del hambre que corroía el cuerpo, las contradicciones de un sistema social que se tambaleaba, los alcances del mercado negro en la economía socialista, la prostitución, la compleja y paradójica iniciación de la industria turística, la melancolía y la resignación de las generaciones adultas y las esperanzas de los jóvenes ante la posibilidad de la huida hacía Estados Unidos, como distintas caras de un país que aún hoy genera loas y críticas de igual calibre por parte de sus defensores y sus detractores. Con extraordinarias actuaciones de una dupla protagónica maravillosa y una gran dirección de Jhonny Hendrix Hinestroza, en una significativa historia coescrita por el realizador junto a María Camila Arias, Abel Arcos y Carlos Quintela, Candelaria logra crear un relato crudo pero también alegre que aborda muchas de las consecuencias de los profundos cambios sociales que acontecieron en Cuba durante el periodo especial y que aún se mantienen vigentes junto a las contradicciones que los mismos crearon a su alrededor sin prejuicios ideológicos de ninguna índole, enfocándose en la dignidad como carácter substancial de la condición humana.
Importa más el mensaje que la botella Jhonny Hendrix Hinestroza pretende con Candelaria (2017) meter el Caballo de Troya dentro de una historia de amor a la que le sobra ternura pero le falta la atención de su director. En Cuba, según el diccionario, la obstinación también puede hacer referencia al tedio. No se trata sólo de mantener contra viento y marea una idea u opinión. Sería posible en esta isla del Caribe escuchar que la obstinación de una persona provocó obstinación en otra. Lo que se antoja pertinente es utilizar este caso curioso para describir lo que sucede cuando un director de cine se emperra en transmitir un mensaje sin contemplar quizá que no sólo de pancartas vive una película y que no hacen falta luces de neón para que la vista de los espectadores no se pierda el anuncio. La intromisión del autor empírico también causa estragos en la vitalidad de la metáfora. Por lo general, la metáfora, cuanto más imprevisible es el camino que elige la traslación del sentido de una voz a otra para hacer surgir la comparación en la imaginación del receptor, es más luminosa. En cambio, si a uno le dan una guía donde lee al principio que toda ruina es comparable al país lo mismo que todo lo que no tiene remedio o la balsa al darse vuelta en medio de la huida hacia la esperanza, puede predecir sin dificultad que es importante entender una cosa: Candelaria habla sobre los desastres que dejó el comunismo de Castro y compañía. Al borde de la indigencia, dos ancianos, Candelaria (Verónica Lynn) y Victor Hugo (Alden Knigth), trabajan como si tuviesen veinte años para vivir apenas un día más, y así al día siguiente. Tras el bloqueo internacional y la caída del muro de Berlín –y del comunismo soviético, pirncipal patrocinador de los revolucionarios de barba y uniforme verde militar-, cada uno en Cuba hace lo que puede, en medio del florecimiento del trueque, el ílicito y el trapicheo. El mismo día en que un disturbio toma las calles de La Habana, Candelaria, en el sector de lavandería donde trabaja, encuentra una cámara de video que se permite guardar sin decirle nada a nadie. Con la misma velocidad con que los avatares de la economía doméstica golpean la puerta de su casa, el hallazgo provoca un renacer de la sexualidad entre los dos y también algunos giros en las costumbres de su amor. La recurrencia de los planos frontales termina por agotar, al igual que el uso de los discursos del primer ministro en la radio. No se trata de un programa, sino más bien de dejar librado al encanto que una historia entre ancianos pobres pueda suscitar el valor de la película. Está claro que hay dulzura pero a final de cuentas contaminada por una insistencia externa al cine. Si algunos montajes, tanto sonoros como visuales, pueden presumir al menos de ser ocurrentes, la dirección –que se traslada a los actores- ahoga la posibilidad de encontrar algo que se escape a un lineamiento forzado: uno tiene que contentarse con lo genuino de la vida de unos pollitos que andan por ahí. Candelaria, la película de Jhonny Hendrix Hinestroza, tiene buenas intenciones –en el caso de que uno pueda dar por sentado como suele ocurrir que a las intenciones del autor se puede acceder y que existe una vara para juzgar lo moral aquí- pero no alcanza.
Memorias del naufragio AJhonny Hendrix Hinestroza parece haberle alcanzado un puñado de títulos para establecer lo que es un estilo propio. Historias humanas, de gente común que pelea en la vida, y marcadas por el entorno cultural del lugar en el que viven. Sus dos películas previas, Chocó y Saudó, laberinto de almas se inscriben dentro de esa forma, relatando la vida de una madre soltera que trabaja en un mina de oro colombiana, o la historia de un médico que ve en su hijo repetir la misma historia de supervivencia humilde que él. Candelaria, co-producción entre Colombia, Alemania, Noruega, Argentina y Cuba, repite la fórmula, esta vez abandonando Colombia para trasladarse a Cuba y en la vida de un matrimonio anciano. Una placa inicial ya nos advierte. Con la caída del Muro de Berlín y la extinción de la URSS se instaló un nuevo orden mundial. Orden mundial del que Cuba quedó totalmente afuera: cercada por el régimen de bloqueo impuesto por EE.UU y respetado por otros países del mundo, viviendo de las fantasías esparcidas por su líder Fidel Castro, Cuba es una región en agonía. Esto es lo que nos muestra Hinestroza, vivamente, sin dejar lugar para que el espectador se forme otra opinión. Candelaria (Verónica Lynn) y Víctor Hugo (Alden Knight) son un matrimonio de tercera edad, probablemente ella mayor que él. Candelaria se dedica básicamente a mostrar su rutina, su día a día, su sobrevivir, porque el contexto histórico es poco tiempo después del endurecimiento del bloqueo, en los ’90, y el director se encarga de que siempre lo tengamos presente. Solo se trata de (sobre)vivir Candelaria y Víctor Hugo eran artistas, músicos, ahora trabajan a destajo solo para llevar una vida de privaciones de todo tipo. Todo es color oscuro en la vida de esta pareja, salvo el amor que se tienen. Hinestroza no se preocupa tanto en crear una historia como en poner a sus personajes en situación. La relación entre ellos es hermosa, hasta los silencios hablan del amor que se tienen. Ambos hacen sacrificios por el otro, y si la pelean, la pelean juntos. No tienen hijos, Candelaria disimula ese pesar criando pollitos. Víctor Hugo quisiera darle una mejor vida, pero aún vendiendo pertenencias no puede. Luego de bastante avanzados los 87 minutos de duración, ocurre un primer quiebre. En medio de una revuelta social, Candelaria encuentra una cámara de video en el sector de lavandería en el que trabaja. Casi inadvertidamente decide llevársela. Esto planteará nuevos interrogantes en la pareja siempre manteniendo el entorno social como contexto y constante. Mensajes del más acá Estas derivaciones de la trama parecieran consecuencia de la intención de Jhonny Hendrix Hinestroza de querer mostrar un mensaje más que una historia. Lo que se ve, es una rutina, con hechos diarios que van ocurriendo, algunos más trascendentes que otros. En todo caso, la historia de vida del matrimonio es narrada con mucha más sutileza de la que el director le dedica a opinar sobre el entorno. La historia de amor del matrimonio es dulce, compasiva, transcurre de un modo tierno y contemplativo, propio de la edad que representa. No necesita perderse en lugares edulcorados como lo hicieron Elsa & Fred o Sol de otoño, así se genera una mayor empatía. Pero toda esa dulzura decae a la hora de plantear los por qué. Está clara la intención de mostrar que el matrimonio pena por la situación social de la isla, que no tiene para comer, que intenta escapar pero se les hace imposible, que ya no tienen esperanza, y para colmo de males que solo pueden leer y escuchar las palabras de Castro. Hinestroza apela a subrayados innecesarios, muchos de ellos burdos, panfletarios. No es cuestión de opinar igual o diferente a su postura, ni siquiera el hecho de que no de lugar a otra opinión: es lo trunco que resulta en materia narrativa. Se utilizan metáforas muy obvias, diálogos que con tal de dejar una exposición caen en lo inverosímil, y hasta golpes bajos (como un último plano inexplicable) que solo empeoran el panorama. La canción final a cargo de Celia Cruz (renegada eterna de Castro) es el broche de oro por si quedaba alguna duda. Conclusión Candelaria cuenta una historia de amor adulto de un modo cálido y enternecedor. Cuenta con buenas interpretaciones del dúo y hasta puede convencer en su rutina. La insistencia en dejar claras sus ideas sobre el entorno entorpecen y dañan al conjunto.
El sexo en los adultos mayores es un tema tabú en general y en particular en el cine donde las historias de amor entre los de la tercera edad no pasan de tomarse de la mano y un beso casto. El colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza eligió a maravillosos actores y ambientó la historia de este matrimonio cubano en un momento muy especial, los noventas, donde las condiciones económicas de la isla eran de gran necesidad. Esta pareja padece hambre, los dos trabajan y para comer deben vender parte de sus escasos bienes. Y tampoco pueden afrontar gastos médicos especializados. Pero eso es apenas el telón de fondo, junto a los discursos de Fidel Castro. El gran tema es que por una filmadora que cae fortuitamente en sus manos ellos redescubren el sexo con el despertar del deseo. Y hasta se transforman en efímeras estrellas eróticas para gustos especiales de ciertos turistas. Tierna y audaz, el tiempo compartido por esta pareja no deja de tener romanticismo, buen gusto, picaresca, un sentido de humor adorable pero también realismo.
Amor cubano La historia se sitúa en la Cuba de los años 90 y muestra a una pareja de ancianos (Candelaria y Víctor Hugo) viviendo durante una época de crisis económica. De todas formas, eso no los impide descubrir nuevamente el amor y la pasión. Tras años de estar inmersos en la rutina y apenas sobreviviendo el hambre que había en Cuba, Candelaria encuentra una cámara de video en el hotel donde trabaja y cambia por completo sus vidas. Ambos vuelven a sentirse como unos jóvenes que apenas se conocen y descubren pasiones que creían perdidas. La historia está basada en una historia real que conoció el director colombiano, Jhonny Hendrix, en un viaje que hizo a Cuba sobre una pareja de ancianos sin hijos que superaron la crisis juntos. Las actuaciones de los actores, Veronica Lynn y Alden Knight, le dan vida a estos personajes tan particulares que presenta la película. Se los muestra cenando a la luz de las velas y luchando contra la pobreza, pero al mismo tiempo Candelaria cuida pollos que trata como hijos, más allá de las insistencias de su marido y su amigo de cocinarlos. Candelaria es una película divertida que a la vez muestra lo más crudo de la realidad cubana luego de la caída del muro de Berlín. La historia rompe con tabúes como el sexo en la tercera edad y la venta ilegal de videos caseros y cigarros. La música elegida por el director termina de sumergirnos dentro de ese mundo y nos hace querer a Candelaria, a Víctor Hugo y a sus 5 pollitos.
En el medio de una Cuba devastada por promesas que nunca se cumplieron, una pareja de ancianos hace lo que puede con su dolida realidad. No hay más que atravesar los primeros minutos de la película para comprender el mensaje que se quiere transmitir, en una historia manipuladora que evita contextualizar correctamente todo.
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Las vidas de Candelaria y de Víctor Hugo pasan lento porque no tienen opción. Ella trabaja en un hotel mientras él recorre las calles con su bicicleta en busca de changas. Un día aparece en sus vidas una cámara de video y un misterioso hombre que les propone registrar con ella los actos sexuales de la pareja a cambio de una suma de dinero. A partir de aquí ambos protagonizarán films pornográficos, pero sus vidas se complican con una enfermedad y el costo emocional de esa misión tan extraña. El director Jhonny Hendrix Hinostroza logró una trama conmovedora que recorre el poco transitado tema del sexo en la tercera edad en medio de vanas esperanzas.
Luego del éxito de su primer largo ("Chocó", que se estrenó en la Berlinale de 2012), llega el segundo proyecto de Jhonny Hendrix Hinestoza, colombiano cuya mayor habilidad, es la de proponer historias de su tierra y de centroamérica, con lenguaje simple y personajes queribles. Eso sucede en "Candelaria", donde la acción se presenta en Cuba (este film es una coproducción entre varios países), territorio donde las dificultades económicas definen la agenda, y obligan a la población local, a hacer enormes esfuerzos para sobrevivir en el marco del conflicto que hasta hace poco tenía ese país con el resto del mundo. Candelaria (Veronica Lynn) y Victor Hugo (Alden Knight) son una pareja de adultos mayores, que se ama con ganas. Pero la tienen complicada, como todos en la isla. Corre el año 1994 y esta pareja sabe que la mano viene cambiada pero eligen no cesar en sus intenciones de vivir mejor y disfrutar del amor que se prodigan. Cuba se muestra como un universo donde la carencia obliga a potenciar la imaginación todo el tiempo. La historia nos presenta el día a día de la pareja, en su tarea por sobrevivir. No tienen hijos y como son artistas, intentan sobrevivir como pueden. Hinestroza pone mucho el lente en esta rutina y en describir cómo se vinculan con la privación y donde encuentran el combustible para seguir adelante. Hasta que cierto día aparece una cámara en un hotel (en una circunstancia violenta) que va a caer en manos de Candelaria y este acto, definirá un cambio de rumbo de la historia. Hasta aquí, tenemos un desarrollo vincular, sin demasiado voltaje, y este elemento discordante que se suma al relato, va a generar alguna respuesta en su medio inmediato... "Candelaria" entonces cobra su mejor forma cuando muestra a la pareja en escena (el cast ha sido impecable, es difícil imaginar mejores intérpretes), pero evidencia debilidades cuando el conflicto avanza, apelando a lo moral en relación a lo que se conoce y espera de cada uno, en un contexto tan difícil. Como film que caracteriza una Cuba que esperemos cambie, "Candelaria" también cumple. Su ritmo cansino, de a ratos, es siempre detonado por el color del lugar donde se rodó. Digamos que es interesante lo que propone aunque no logre totalemente. Destaca actuación de Lynn, una intérprete maravillosa.
La verdad de los cuerpos de los personajes Jhonny Hendrix Hinestroza (sic, no Jimi sino Jhonny y no Johnny sino Jhonny) es el nombre del director de este film cubano, que viene de ganar el Premio del Público en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse, posterior al que Hinestroza (o Hendrix) ganó el año pasado en la sección Venice Days de Venecia. Tal como aclara un cartel inicial, Candelaria transcurre en el llamado “período especial”, eufemismo oficial para la economía de guerra implantada en la isla después de la caída de la Unión Soviética, cuando Cuba perdió al mismo tiempo a su principal proveedor y su más relevante consumidor. Hinestroza (o Hendrix) elige narrar las privaciones de ese período a través de la óptica de dos seres particularmente desvalidos, en un tiempo desvalido: un matrimonio de ancianos, que sobrelleva como puede –él con tristeza, ella con más espíritu– los cortes de luz, la comida racionada, la escasez general, la falta de esperanzas. Por qué está tan triste Víctor Hugo (Alden Knight) no es algo que esté a la vista. Tal vez por su condición de jubilado, quizá por esa tos permanente que genera inquietud o por el estado derruido de la economía doméstica. Candelaria (Verónica Lynn; parecería que todos tienen apellidos en inglés en esta película), en cambio, parece afrontar las adversidades con otra gentileza, que tal vez, como se confirma sobre el final, sea entereza. Candelaria tiene una ventaja por sobre su marido: trabaja en la lavandería de un gran hotel. Allí caerá un día en sus manos, como lanzado por la Providencia misma, un bolso que por lo visto se le deslizó a algún pasajero entre las sábanas. Dentro del bolso, una cámara de video, de aquéllas que en ese momento (primeros noventa) no cualquiera estaba en condiciones de comprar. En la Cuba de la época, donde hasta la comida parece un artículo de lujo, ni hablar. Escasez de lo más elemental, paredes ruinosas, el robo generalizado como modo de sobrevivencia, mercado negro (que maneja un extranjero que habla en cocoliche y es imposible saber si es un ruso perdido, un yanqui infiltrado o un alemán que llegó en busca de mulatas), jineteras, balseros: Candelaria es la clase de película deseosa de transmitir una visión generalizadora de una sociedad o un país. En este caso, bajo el paraguas de transcurrir más de treinta años atrás. Pero Hendrix Hinestroza no parece estar hablando del pasado. Todos aquellos males que se señalan no difieren demasiado de la Cuba actual. Y tampoco difieren demasiado de todo lo que ya se conoce. O de lo que el espectador medio europeo, al que la película en buena medida está dirigida, espera de un film social cubano. Lejos de esas generalizaciones sobre la sociedad de su país, lo mejor de Candelaria está dado por la relación entre la cámara y ambos protagonistas. Cuando ellos están en cámara, la cámara se detiene frente a ellos, observándolos con paciencia, adecuándose a su ritmo de tercera edad. En esos momentos y a diferencia de aquellos comentarios trajinados sobre el entorno, el film muestra una verdad. La verdad de esos cuerpos, esos personajes, puestos en última instancia frente a un dilema que Candelaria se ocupa de demostrar que no es tal, con una soltura y un desprejuicio que desafían todo preconcepto sobre el anquilosamiento de la gente “mayor”.
La caída del muro de Berlín, el fin de la URSS y el inicio del desasosegante “Período especial” de hambruna y apagones sumieron a Cuba en su tercera edad en la década de 1990: un periodo de declive, pero también una oportunidad para renacer. El estado se cosas se encarna de manera tan delicada como evidente en una pareja entrada en años en Candelaria, tercer filme del colombiano Jhonny Hendrix. Victor Hugo (Alden Knight) y Candelaria (Verónica Lynn) componen un vínculo interracial basado en la amistad sentimental, el humor y –sobre todo– las penas, agudizadas por la supervivencia cotidiana en una Habana agónica en la que escasean recursos y hay que improvisar labores innobles, trueques o empeños para sobrevivir. Es justamente en la rutina de su trabajo como lavandera que Candelaria encuentra y hace suya una cámara de video con la que más tarde Victor Hugo la registra en furtivas y domésticas filmaciones eróticas. Así la renovada sexualidad mutua destella en clave de fábula social, picaresca y voyeurista de senectud, y en los pliegues del cuerpo de Candelaria se materializa la desnudez añeja que deja tras de sí la revolución cubana. A Candelaria le espera una última vuelta de tuerca en la propuesta de comercialización de los videos íntimos, que le llega al matrimonio después de que una de sus cintas caiga en manos ajenas. Así, la película se desvía del romanticismo crepuscular à la Elsa y Fred caribeña para bordear el subgénero del lucro explícito-amateur de Torremolinos 73 o Zack y Miri hacen una porno. El carácter sexual “extremo” (tal la categoría designada en el filme para englobar la mercancía que producen Victor Hugo y Candelaria) queda fuera de campo: Candelaria es tierna, pudorosa, aun preciosista, como puede apreciarse en los planos frontales de la bellamente decadente Cuba. Entre el desencanto y la promesa, la cinta se desvanece en sus contrastes.
Esta película se encuentra dirigida por el colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza, y todo va girando en torno a los sentimientos de una pareja de ancianos muy enamorados: Candelaria (Veronica Lynn) y Víctor Hugo (Alden Knight) que luchan por sobrevivir bajo las presiones que sufren. El film cuenta con muy buenas actuaciones, un poquito de humor, los paisajes acompañados bajo la melancolía y la pasión, escenas dulces, tiernas, que conmueven, se generan buenos climas, goza de una buena estética, una buena ambientación, una música preciosa y una vez más deja demostrado que el amor no tiene edad, además te lleva a la reflexión.
Presenciar una película protagonizada por una pareja de ancianos no es lo habitual. Pero el director Jhonny Hendrix Hinestroza, imaginó un guión que ocurre durante 1994 en La Habana, Cuba, para que fuera posible desarrollar la historia atractiva y cálida de un matrimonio que transita la tercera edad y padece el régimen castrista con todo lo que eso significa. Porque en muchas películas se exhibe a la isla caribeña como un lugar pintoresco, pero muy pocas se atrevieron a mostrar los padecimientos de los ciudadanos comunes, que estaban impedidos de hacer o tener cosas básicas, cuando Fidel Castro fue el presidente. El film es muy austero, cuenta con cuatro personajes. El tratamiento intimista se basa en la vida de Candelaria (Verónica Lynn), una mujer blanca que trabaja en la lavandería de un hotel, algunas noches canta en ese mismo establecimiento, y cría a unos pollitos, como pasatiempo, y la de su esposo Víctor Hugo (Alden Knight), negro, operario de una fábrica, que revende de contrabando cigarros a un único cliente. Pero la plata no les alcanza ni para comer, empero, pese a todos los inconvenientes económicos y de salud, enfrentan el día a día con optimismo. Mientras subsisten como pueden, una filmadora encontrada en el hotel por Candelaria les dará un vuelco en sus vidas. Inesperadamente les devolverá la pasión sexual. Aquí el director se involucra en otro tema tabú, que es el sexo de los ancianos pero de un modo poco convencional, que no conviene detallar en estas líneas porque es una parte importante de la narración. Observar desde adentro lo que la revolución cubana le provocó a la ciudadanía, duele. Aunque ellos, como los protagonistas de esta narración, pese a estar resignados, prefirieron mantener la decencia y la alegría, en definitiva, ser dignos por sobre los apremios, sufrimientos y las necesidades insatisfechas.
ENTRE LO CORPORAL Y LO DISCURSIVO En todo cine que construye ficciones situadas en momentos o lugares con fuertes resonancias políticas, siempre existen tensiones entre los núcleos narrativos y la visión socio-política (que a veces puede adquirir características partidarias) que se pueda construir desde la puesta en escena. Ahí surgen tantas oportunidades como riesgos. Candelaria aprovecha unas cuantas de las primeras pero también cae en unos cuantos de los segundos. El film colombiano, dirigido por Jhonny Hendrix Hinestroza, se sitúa en La Habana, en 1994, en los comienzos del llamado “Período Especial”, cuando Cuba, tras la caída de la Unión Soviética y el recrudecimiento del embargo por parte de Estados Unidos, había entrado en una depresión económica que repercutía fuertemente en las condiciones de la población. El relato se centra en Candelaria y Víctor Hugo, una pareja de ancianos que continúan viviendo juntos por pura costumbre y rutina, ya que no ven otras opciones dentro de un marco de notoria pobreza. Sus respectivas existencias están marcadas por la monotonía, yendo de la casa al trabajo y del trabajo a casa, hasta que ella encuentra una cámara de video en las sábanas del hotel donde es empleada. Ese pequeño hallazgo, totalmente casual, terminará ejerciendo un gran cambio en la vida de ambos: el uso de la cámara, desde el juego y la observación, irá posibilitando progresivamente un redescubrimiento mutuo y hasta un resurgimiento del amor y el deseo que en un momento supo unirlos. Cuando la película se centra en este proceso, al que trabaja paciente y pausadamente, es cuando adquiere mayor riqueza, por cómo construye climas e identidades desde lo corporal, el poder de la mirada y claro, la capacidad del dispositivo cinematográfico como vaso comunicacional de los protagonistas. En esos pasajes, Candelaria es un film verdaderamente romántico, que encima se permite, con total soltura, trabajar la sexualidad de dos sujetos que, aún envejecidos y pobres, continúan deseando. Donde la película exhibe limitaciones es cuando debe ensamblar sus ejes dramáticos con el retrato de una Cuba al borde del precipicio, en la que empezaban a quedar claros los límites -no sólo económicos, sino también morales y hasta culturales- del proyecto político castrista. Los discursos de Fidel Castro que se escuchan muchas veces de fondo pueden funcionar inicialmente como recurso discursivo, pero termina agotándose, y algunas secuencias -como la venta forzada de una joya- caen en una notoria remarcación, con frases altisonantes que en vez de sumar, restan a lo que se está contando. Candelaria es una película que transmite mucha más complejidad desde el lenguaje de los cuerpos, las miradas, los silencios y hasta la puesta en escena de los objetos, pero que se obliga a sí misma a establecer una posición ideológica desde el habla. Es en esto último donde falla, aunque eso no le impide hilvanar un relato por momentos conmovedor, con dos personajes tan imperfectos como entrañables.
Década de los ’90: se instaura un nuevo orden mundial y Cuba sufre un bloqueo que la priva de combustibles y electricidad. Las cosas allí cambiaron para peor. Ese es el contexto que el director colombiano utiliza en Candelaria para contar una peculiar historia de amor donde la tercera edad, sus deseos y sus incertidumbres frente a lo que se viene, son protagonistas. El ambiente sesgado de esperanzas se ve reflejado en el devenir diario de los sexagenarios Candelaria (Verónica Lynn) y Víctor Hugo (Alden Knight). Ambos combaten la crisis con idénticas muestras de hidalguía y resignación. Ella trabaja como parte del plantel de limpieza de un hotel y canta por las noches en un bar, alistada con brillantes vestidos que alquila a compañeras abusivas. Él recorre las calles en su bicicleta, afectado por una tos seca que lo dobla, lo vuelve vulnerable, busca changas, trabaja en una fábrica donde apenas gana para llevar la comida a la mesa, revende tabaco que roba a sus superiores. Hay en ellos un desgaste evidente, la ausencia de un horizonte positivo hace que el camino que recorren por la última etapa de la vida se vea colmado de una rutina cruel que los declara apenas sobrevivientes, que les arrebata posibilidades de soñar, de entenderse en ese mundo hostil y esa realidad violenta. Noches sin luz, sin gas, comiendo sobras, suspirando en las penumbras, olvidadas sus fuerzas de antaño mientras la triste madrugada se sucede día tras día, sin mayor encanto, entre calles donde la miseria se cobra juventudes desesperadas. Candelaria y Víctor Hugo están solos, aunque la mujer cría unos pollos a los que trata como a sus hijos, dejando en evidencia un instinto maternal que la sobrevuela, como sobrevuela a Víctor Hugo un ostracismo que se nos muestra como producto de su culpa y su furia. Mal que le pese, no puede darle a Candelaria una vida mejor. Juegos de mesa que se repiten, goteras que se duplican, la conversación vuelta gruñidos, las pupilas que se escapan para no asumir que algunas cosas no salieron como esperábamos. Todo cambia cuando por accidente Candelaria logra hacerse con una cámara Hi8. La primera opción es la más tentadora: venderla, hacerla dinero, sacarle provecho al suceso. Sin embargo, Víctor Hugo, al revisar las imágenes que hay en el cassette de la cámara, se encuentra de golpe con su vida puesta en perspectiva. El rectángulo que auspicia de mágica ventana le recuerda el candor de años donde las posibilidades eran infinitas, donde la vitalidad aún se alojaba en el espíritu. Rápido se convierte en director amateur y empieza a grabar a su mujer, concentrándose en detalles que había perdido la capacidad de ver. De pronto renace en él el ojo curioso, el ojo vivo, el germen para abrazar la pasión. Poco a poco, Víctor Hugo y Candelaria surcarán la travesía de reencontrarse en el tiempo, de desmarañar las telarañas de todo un contexto que los reclama como mártires y víctimas. Cuando un extraño personaje, un extranjero de alta posición, les proponga un peculiar negocio luego de ver sus cintas, el drama adquirirá matices morales y ahondará en su punto más humano. El extranjero es claro: si Candelaria y Víctor Hugo graban un video pornográfico puede darles una suma de dinero más que interesante. Es un mercado que crece, hay muchos fetichistas entre los que visitan la isla, hay público para todo. Sus justificaciones para proponer el trato se reducen a tomar por mercancía esos cuerpos, a tomar la necesidad para el goce propio. La clase baja, la humildad como ejercicio de safari para el inescrupuloso poder que analiza víctimas con desvergonzada lejanía y ausencia de empatía. Lo que en una cámara se imprime puede darle luz a una vida monótona o bien puede convertirse en un producto, en un mero motín, en materia oscura. Hinostroza expone una época histórica, un momento en una vida, es claro en sus intenciones de realizar metáforas cruzadas entre una y otra, sin generar abruptos sobresaltos ni deteniéndose en tendenciosas reflexiones: su punto fuerte es la poesía simple con la que retrata la sexualidad y la vida de los cuerpos ya débiles, la irreverencia de los ideales, la resistencia como postura, como clave para que nuestros huesos y nuestras flácidas carnes no sigan alimentando a los que ya están llenos pero siempre van a querer más. Lynn y Knight ejecutan una interpretación sólida, ajustados a personajes que por momentos coquetean con volverse una caricatura de sí mismos pero que logran salir airosos la mayor parte del tiempo gracias a un ejercicio que apuesta a las miradas y los silencios, cargando de calurosa verosimilitud la lúdica camaradería de dos que aprendieron a desnudarse frente al otro.
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CULTURA, ARTE Y EVENTOS Por Patricia Chaina Motor cine: "Candelaria", una historia de amor que rompe con el tabú del sexo Una historia de amor que rompe con el tabú del sexo en la ancianidad, bordada sobre la trama económica que asfixió a Cuba en lo que se conoce como “período especial”. (Por Patricia Chaina (Especial para Motor Económico)) Cuando Candelaria, la película del colombiano Jhonny Hendrix Hinestroza ganó en el Festival Internacional de Cine de Venecia, en 2017, el Premio al Mejor Director en la sección Venice Days, esta película sobre la ancianidad en La Habana, Cuba, durante el período especial; quedó oficialmente instalada entre lo mejor del cine caribeño de los últimos años. En 2018 ganó el Premio del Público en el Festival de Cine Latino de Toulouse. Su performance atrae no solo por la osadía del relato, sino por que sostiene la cadencia del diálogo sincero entre las buenas historias y el espectador. Candelaria nos ofrece una historia de amor donde el humor es una balsa que navega sobre las tragedias, sin pretensión de llegar a las playas de Miami, en la Florida, sino simplemente de atravesar la tempestad. Sus protagonistas, dos ancianos, enormes actores cubanos, combinan a la perfección con una propuesta cinematográfica cargada de sentido. La forma visual, desde la paleta cálida al tempo de la acción o la sonoridad que se construye sobre el arrullo del mar en el malecón, transmiten una forma del ser, enfáticamente cubana, en un momento donde las restricciones del período especial comienzan a horadar los ideales de la isla, entre fines de los 80 y principios de los 90. No se trata de cine político. Sin embargo los giros sorprendentes del guión permiten que esta historia donde se cruzan las noches de amor y el contrabando hormiga, transmita la profundidad alcanzada por la práctica revolucionaria en lo cotidiano, dejando así un profundo mensaje social. Es que la vida de Candelaria (Verónica Lynn) y Víctor Hugo (Alden Knigth), de ellos se trata, da un vuelco el día que Candelaria, hermosa cantante que trabaja como lavandera en un gran hotel, encuentra una cámara de video entre las sábanas que llegan de las habitaciones. Mediatizados a través de esa lente, tan ajena para ellos, vuelven el amor y los juegos, la comida abundante y la luz eléctrica o el ventilador. Este inusual resurgir del amor, a través de la pantalla electrónica del video home, hacen de “Candelaria” algo más que la dura o tierna estampa de un matrimonio de ancianos, en La Habana, treinta años atrás. Habla de lo cotidiano de tal manera, que lo convierte en universal. Y esto funde el pasado con la actualidad. Así, mientras la Unión Soviética se resquebraja desde adentro y en Berlín el muro es un montón de escombros, en la isla, contrabandistas, balseros y jineteras conviven con un país que transita uno de sus peores momentos y pese a todo, trata de reinventarse desde la nada. Sin transporte y sin alimentos. Con osadía y ese humor que nos salva del espanto. De eso se trata Candelaria, un drama con buenos ribetes de comedia, donde el amor crece sobre terreno rocoso hacia un sentido e inesperado final. Ficha técnica: Candelaria flyer.jpg Candelaria: Países: Colombia, Argentina, Alemania, Noruega y Cuba/ 2017/ Género: Drama/Dirección: Jhonny Hendrix Hinestroza/Guion: María Camila Arias, Jhonny Hendrix Hinestroza/Elenco: Veronica Lynn y Alden Knight/Fotografía: Soledad Rodríguez (ADF)/Montaje y edición: Anita Remon, Jhonny Hendrix Hinestroza/Diseño sonoro: Jesica Suarez/ Música: Álvaro Morales/ Duración: 87 minutos. En su quinta semana de exhibición en Argentina, esta semana continúa en el cine Gaumont en el horario de las 16.30 hs. Se suman programaciones en los Espacios Incaa de Rosario, Neuquén y Formosa. Y en Moron, Caseros y San Justo. Periodista. Colaboradora de Motor Económico ···