El ocaso de la alcoba
En lo integral, la propuesta cinematográfica Casanova Variations (2014), del director Michael Sturminger, quien se apoya desde el primer minuto hasta el último en el histrionismo del actor John Malkovich, resulta un tanto derivativa y pese a no ser solemne en su tono operístico por momentos se vuelve un tanto reiterativa y tediosa.Casanova Variations: El ocaso de la alcoba 2Entre filmar teatro y la idea de teatro filmado existe una enorme diferencia cuando se lo piensa desde una puesta cinematográfica. Lo mismo ocurre cuando la representación cinematográfica intenta penetrar en el universo de la ópera filmada. Vale decir, recurrir a movimientos de cámara y encuadres, por más sofisticados que sean, no altera el hecho de una puesta en escena teatral como la que plantea la de una ópera.
Ese es el principal conflicto que atraviesa el universo de la artificiosa Casanova Variations, film donde la idea de representación se multiplica en distintos planos narrativos, que tienen como eje la figura de John Malkovich, desdoblado como el actor y como el personaje que representa a Giacomo Casanova en el ocaso de su vida.
El Casanova de este film se encuentra muy alejado de aquel mujeriego empedernido que iba de alcoba en alcoba y rompía corazones de damiselas de todas edades. Es por el contrario el que recuerda desde su propia autobiografía recogida en los textos manuscritos, producto de su experiencia, quien anhela en su presente de achaque físico aquella juventud y desparpajo.
A ese personaje ya cansado parece interpelarlo una mujer -en realidad varias-, Elisa (Verónica Ferres), quien guarda alguna relación con aquel libertino pasado pero también con los textos. Además, lo interpela el propio Malkovich y de ahí su fase de actor y las búsquedas de variaciones para meterse en el alma del personaje. A eso se debe sumar el artificio con el mecanismo de la doble representación: de la obra de teatro en sí misma, que recorre algunos pasajes de aquel texto autobiográfico sobre tablas; suma interpretaciones de arias de Mozart y se yuxtapone con la representación entre bambalinas como apunte lúdico, más que reflexivo.
Malkovich es un actor todo terreno y lo demuestra en este papel, cuando también canta o intenta llegar al mismo nivel que los barítonos que lo rodean. Sale airoso en el desafío, pero cuando llega el turno de Fanny Ardant, en el papel menor de Lucrecia, una de sus tantas amantes, la prolijidad y la afinación caen en picada.
Aunque este dato sea menor, se reconoce en el detalle un mecanismo que en la película se repite de manera obsesiva, y es el de abarcarlo todo sin abarcar definitivamente nada. Es decir, ópera, teatro, cine, literatura, artificio, lecturas simbólicas, música clásica y la sobre exposición del gran John Malkovich, partes de un todo que dejan el sabor agridulce y la incertidumbre que tal vez con un poco menos se podría haber llegado a mejor puerto.