Castanha

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Con el estilo híbrido como virtud

Aunque el film comienza como un documental clásico acerca de un transformista y su vida sobre y fuera de las tablas de Porto Alegre, al poco tiempo queda claro lo tenues que son en el relato los límites entre ficción y realidad.

Presentado en el marco de los así llamados “Encuentros con el cine brasileño”, Castanha es el cuarto largometraje de ese origen estrenado en el cine Gaumont en el transcurso de los últimos meses. Esas proyecciones han permitido paliar –en una minúscula parte– la ausencia de películas del país vecino en las pantallas argentinas. Pero no es la primera vez que la ópera prima de Davi Pretto se ve por estas comarcas: el film formó parte de la Competencia Internacional del último Bafici y fue uno de los varios films en esa sección que hicieron gala de un gran desenfado a la hora de hibridar ficciones y realidades, mixturando territorios cuyos límites eran considerados hasta hace poco tiempo inexpugnables. Parido seguramente gracias a una comunicación muy fluida entre director y protagonista, el film –luego de un travelling sangriento que introduce una de sus variantes performáticas– comienza como un documental clásico acerca de un transformista y su vida sobre y fuera de las tablas de Porto Alegre. A pocos minutos del comienzo de la proyección, sin embargo, es claro que los límites entre realidad y ficción son tan tenues como innecesaria es la escisión entre ambos universos.

João Carlos Castanha interpreta a Castanha, un hombre de unos cincuenta años, HIV positivo y fumador en cadena que vive con su madre anciana (la madre real de Castanha, el actor) y que, por las noches, actúa en un club de strippers masculinos como transformista –mezcla de drag queen y macchietta grotesca–, amén de su participación en una obra de teatro under. Las primeras escenas alternan momentos cotidianos, tanto en su departamento como en el ámbito laboral, con diálogos aparentemente banales que, lentamente, van desarrollando la personalidad de los personajes/personas, al tiempo que despliegan varios conflictos familiares e interpersonales. Como en un juego de cajas chinas de piezas intercambiables –ninguna es mayor o más importante que el resto–, el actor, el personaje central y las criaturas que Castanha interpreta dentro de la ficción/realidad del film van armando un rompecabezas cuya forma nunca llegará a apreciarse en su totalidad.

Según sus propias declaraciones, Pretto rodó el film en apenas veinte días, pero el trabajo de preparación y escritura del guión fue intenso y complejo. ¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en la película terminada? Poco importa. Y tal vez la pregunta deba tomar otra dirección y concentrarse en el concepto de “verdad”, que el film intenta aprehender a partir de Castanha, su entorno y relaciones, su trabajo, creaciones y anhelos. La relación del protagonista con su madre y la de ésta con su nieto, un joven atrapado en el consumo de drogas duras, ocupa una parte esencial del relato, pero el film de Davi Pretto evita los caminos más tentadores para esta clase de historias: la sordidez y/o la falsa ternura. Castanha no es un melodrama exacerbado ni un drama realista de manual, y el estilo híbrido que lo atraviesa –incorporando recuerdos, sueños, fantasías e incluso una película dentro de la película– se transforma en la mayor de sus virtudes. Eso y una nocturna melancolía que salpica el relato de principio a fin.