Si Castanha se siente tan real, tan tangible y cercana, eso es en parte porque la película es un retrato ficcional del verdadero João Pedro Castanha, artista y crossdresser, pero también porque el director Davi Pretto parece hacer todo bien: su cámara sigue al protagonista durante su vida cotidiana (una vida que, intuimos, no debe ser tan distinta de la del Castanha por fuera del cine) y evita todos los escollos con los que suele chocar un relato sobre la marginalidad. Acá no hay regodeo en la miseria ni ninguna clase de subrayado: el día a día de Castanha y su madre en un barrio pobre de Porto Alegre es mostrado con una voluntad de comprensión que barre enseguida con cualquier comentario social; para Pretto lo que cuenta es la observación de las condiciones de existencia material de sus personajes: cómo es que se levantan (o se acuestan muy temprano), se cansan, discuten fuertemente con sus vecinos, viajan y vuelven del trabajo (casi siempre de noche y atravesando callejuelas desoladas). La película adquiere su propia textura directamente de los espacios y criaturas que filma, siempre buscando la imagen justa que no sirva para explotar la pobreza, que trabaje en un sentido distinto.Que trabaje, claro, porque la película trata, en buena medida, de las distintas formas del trabajo físico: de los esfuerzos de la madre para ir a visitar a su ex esposo al geriátrico o para llevarle comida a su nieto que vive en la calle; de las múltiples caras que asume Castanha en sus distintos espacios laborales: travestido en un pub gay, hombre cincuentón de cara lavada en una obra cómica o haciendo de extra en una filmación; de qué tan implicado está el cuerpo en el proceso de ganar dinero: la figura del protagonista, derrumbada en un asiento de su camarín, parece agotado por la edad y una vida nocturna que hacen sentir su desgaste en su estado de salud cada vez más precario. Por su parte, el mismo Castanha resulta fascinante porque carece de los tics más comunes que suelen adosársele a los personajes gay, en especial a esos que se ubican en los bordes de la indigencia: el tipo es egoísta, nada solidario, y el asco con el que se refiere a su sobrino (un chico perdido por la droga que acosa incansablemente al protagonista y a su madre) cuando dice que le gustaría matarlo para que deje de molestarlos, habla de un personaje algo deleznable que, sin embargo, resulta increíblemente humano y vivo. En especial cuando la película lo filma durante el show en el bar, casi como si fuera un documental, con la cámara ubicada lejos suyo y casi siempre mezclada con el público: ahí, Castanha, vestido grotescamente de mujer, con gestos exagerados y un humor picaresco nada sofisticado, olvidado por un momento de sus dolores y penas diarias, se nos presenta como uno de los personajes fundamentales de este Bafici.
Publicado en Cinemarama el 11 de abril de 2014