El derecho a las tierras Ceremonias de barro (2010) transcurre en el norte argentino, más precisamente en Los Chañares, Provincia de Tucumán, en medio del monte, y relata cómo viven los campesinos allí, pero también su lucha y organización para reclamar por las tierras que siempre les pertenecieron. Ceremonias de barro es la historia de Candelario Jerónimo, un anciano de 79 años, el primero en organizar a los campesinos descendientes de los Diaguitas Calchaquíes integrantes de la Comunidad India Quilmes, para reclamar las tierras injustamente usurpadas a sus antepasados. Aunque también es la historia de todo un pueblo y sus tradiciones que justifican los motivos de su accionar. El documental tiene la doble tarea de describir las ceremonias que le dan título al film, la fiesta de La Señalada y la ceremonia de la Pacha Mama, la Madre Tierra, y a la vez acompañar la lucha de los aborígenes por su derecho a las tierras. Entre ambos registros, se construye la identidad cultural de los Diaguitas Calchaquíes. De manera casi obligada, la película de Nicolás Di Giusto desarrolla y explica el conflicto histórico causante de la usurpación de tierras, que viene desde los tiempos de los conquistadores españoles, pasando por la conformación del Estado argentino, hasta llegar a nuestros días. Nicolás Di Giusto yuxtapone las imágenes de la dura vida en el monte, en las casas construidas con piedra y al cuidado de las cabras, con el poder de organización de los distintos integrantes del lugar, con sus diferentes edades y personalidades, promoviendo la firmeza, el coraje y el alma incansable de todo un pueblo. En tiempos en que la Ley de Tierras se discute en el parlamento, Ceremonias de barro viene a aportar su granito de arena.
Ese país que sabemos ignorar El protagonista deja perder su mirada sentado en la amplia terraza de su casa de piedra y sus testimonios ilustran claramente el sacrificio que implica la preservación de una cultura originaria, que sin querer parece ir desapareciendo con las nuevas generaciones, obligadas a emigrar en busca de mejores horizontes. Candelario Gerónimo tiene setenta y ocho años y toda su vida vivió en la Quebrada de los Chañares, en la provincia de Tucumán. Gerónimo es uno de los tantos seres anónimos que viven en contacto con la naturaleza, en su más primitiva expresión y forma parte de la Argentina ignorada. El habitante de las grandes ciudades poco puede imaginarse de un hombre que siente orgullo por el lugar que nació y afirma ser descendiente de la cultura indígena de los Quilmes, los que fueron exterminados con el avance de la conquista de los territorios. "La tierra es del que la cultiva" y este concepto que provoca tantos conflictos, es el mayor deseo de una comunidad que sobrevive alejada, en medio de quebradas, de vastas extensiones de sábanas de pasto verde intenso, zonas desérticas, con piedras, con las que se construyeron la mayoría de las precarias casas de la zona, en medio de arroyos de agua cristalina. GRANDES EXTENSIONES "Ceremonias de barro" descubre a este hombre, que educó a sus hijos, los que ya no viven en la casa familiar y dice ser hijo natural de una mujer que lo crió a él y a sus hermanos, los que iban a la escuela a pie, caminando entre ida y vuelta unos treinta kilómetros. En esa zona de los Chañares, sus habitantes como el mismo Candelario viven de sus pequeños rebaños de cabras y llamas, del sembrar la tierra y del culto de rituales como el de La Pachamama y La señalada, la preservación de su cultura, las artesanías y el cuidado del agua, que por momentos escasea, debido a la minas a cielo abierto, que han contaminado grandes extensiones de terreno, matando a los animales y la flora del lugar. El protagonista deja perder su mirada sentado en la amplia terraza de su casa de piedra y sus testimonios ilustran claramente el sacrificio que implica la preservación de una cultura originaria, que sin querer parece ir desapareciendo con las nuevas generaciones, obligadas a emigrar en busca de mejores horizontes.
Estreno conjunto de interesantes documentales Se estrenan en simultáneo dos documentales reunidos bajo el título «Crónicas de resistencia en el norte argentino». Cabe el comentario conjunto. Con tono de denuncia, «Mosconi. Abriendo los caminos de la resistencia y la dignidad», no se refiere al general e ingeniero civil Enrique Mosconi, que apenas aparece en un noticiero impulsando el manejo estatal del petróleo, sino al pueblo de Salta que lleva su nombre (también hay otros en Formosa y Chubut, y dos aeropuertos). Uno de esos pueblos que apuntalaron la patria cuando YPF era la mayor empresa argentina. Frente a cámara, viejos obreros evocan los buenos tiempos en que entraron a ella (algunos a los 14 años). Hoy viven con pequeños emprendimientos grupales de albañilería, carpintería, etc., organizados a partir de los planes sociales. Este debe ser uno de los pocos lugares del país donde los planes sociales se usan para crear trabajo. Se nota, además, que son verdadera gente de trabajo, paradójicamente reunidos en una Unión de Trabajadores Desocupados. A señalar, uno de sus líderes, que coloca gente sin cobrar comisión, y reclama técnicos confiables y cuidado del medio ambiente ante jefes de las empresas privadas. Interesante, en ese sentido, el aporte de un vecino estanciero mostrando cómo enferman sus animales cada vez que las actuales explotaciones ventean el gas (otra ironía, los lugareños no tienen gas en sus casas, pero lo huelen, con resultados imaginables). Lástima que la segunda mitad del relato esté largamente dedicada a la ya sabida historia de las privatizaciones de Menem y las puebladas de aquel entonces frente a Gendarmería, lo que estira todo sin aportar nada nuevo. Por su parte, «Ceremonias de barro», filmado en Los Chañares, tiene el tono de un documental «antropológico». En ella vemos a los descendientes de quilmes que lograron esconderse en los cerros cuando los españoles arrearon a casi todos durante la conquista. Luego el imperio español y el primer gobierno criollo les reconocieron oficialmente la propiedad de sus tierras, pero sucesivos aprovechadores las usurparon y les obligaron a pagar arriendos. En 1970 comenzó la lucha definitiva por esa propiedad. Una pena que también haya comenzado la disminución del agua, y el éxodo generalizado. La película nos muestra la tranquila vida cotidiana de esa gente antigua y laboriosa, desde el viejo que nos dice «ya estoy por ochentiar» (tiene 78 años), hasta quienes explican tradicionales técnicas de teñido de lanas y tallado en piedra, el que tiene un gato montés atado como un perro bravo, la cooperativa instalando cañerías, los guías del «fuerte viejo», hoy lógicamente concesionado a los propios indios, y la joven maestra que pone a su niña en manos de las abuelas el mayor tiempo posible, para que la criatura vaya absorbiendo naturalmente sus raíces. La apacheta, la recuperada fiesta de la señalada, son lindos momentos que se comparten con el espectador. Se nota la mezcla de influencias, con el repertorio de valses criollos en acordeón, y el uso de jeans en los más jóvenes. Detalle discordante, un joven gritándole a una señora mayor, algo que antes era inimaginable. «Vuelven de la ciudad con malas costumbres», comenta el viejo. «Mosconi» es de Lorena Riposati, productora de «Cuba santa» (sobre la religión yoruba) y directora de «Queremos nuestras tierras» (guaraníes de El Tabacal). «Ceremonias...» es de Nicolás Di Giusto, que viene filmando desde chico y ya tiene su pequeña carrera televisiva aquí y en Italia.
Para el turista, el cartel que aparece al costado de la ruta indica el lugar donde se encuentran las ruinas de una de las principales ciudades-fortalezas prehispánicas del noroeste argentino: Quilmes. Para los pobladores de Los Chañares y de otros tantos caseríos de la zona de los Valles Calchaquíes en el oeste de Tucumán, es el Fuerte Viejo, allí donde sus antepasados opusieron a los conquistadores una valerosa resistencia que se prolongó por más de un siglo hasta que fueron doblegados en 1666, confinados en reducciones y posteriormente llevados a otros lugares del país, especialmente a Buenos Aires. Ellos, integrantes de la nación diaguita, se proclaman sus legítimos herederos y reivindican su derecho sobre esa ciudad sagrada (alguna vez, privatizada para la explotación turística) y sobre los territorios en los que se desarrolló su cultura, pero también luchan día tras día para sobrevivir en una zona donde suele faltar agua para los cultivos; para conservar sus tradiciones, sus saberes y sus ritos, y para evitar la emigración de sus hijos. Hace casi cuatro décadas, un grupo de esos campesinos fundó un centro vecinal con el que sentaron las bases de lo que desde 1996 es la Comunidad India Quilmes, institución que no sólo lleva adelante los reclamos, sino que también coordina y promueve acciones para cumplir con los objetivos ya mencionados y para mejorar las condiciones de vida de los pobladores. De todo esto, y por las voces de sus protagonistas, habla Ceremonias de barro, con lenguaje claro y apreciable cuidado formal. Entre aquellos fundadores está don Candelario Gerónimo, que ya está por "ochentear", según dice, y cuya historia ocupa la primera parte. El film descarta cualquier pintoresquismo tanto cuando las imágenes captan la imponente belleza natural como cuando apunta al retrato humano (el de don Candelario y el de otros muchos miembros, algunos de ellos jóvenes, de la comunidad), o cuando se describen las ceremonias, como la fiesta de la Señalada o el homenaje a la Pachamama. La mirada de Di Giusto es siempre cálida y respetuosa. Su film incluye tramos de especial interés, como la descripción del trabajo artesanal (tejido, tallado) o la secuencia que informa sobre la marcha del proyecto para paliar el problema del riego, para el que llevan agua de vertientes que están a más de 15 kilómetros, lo que incluye alguna reunión en que se plantean divergencias, pero también se observa en la práctica el alto valor que ellos le confieren a la idea de comunidad.
Don Candelario Gerónimo representa uno de los tantos íconos de la comunidad indígena de Quilmes, vivió toda su vida en la Quebrada de Chañares ubicada en la provincia de Tucumán, desde allí su relato enternecedor, colmado de referencias a su infancia como citar la precariedad de tener que abandonar la educación primaria a causa de falta de vestimenta y necesidad de trabajar con tan sólo siete años de edad, detalles que marcan el comienzo de un documental certero, muy honesto y cuidado, donde se hace sentir a flor de piel la gran deuda que nuestro país y los reiterados gobiernos han contraído para con estas comunidades. En el lapso de rememoración, Candelario, desde la terraza de su hogar invita a recrear las problemáticas han sufrido como comunidad y contemporáneamente padecen, el miedo a la eventual pérdida de identidad como una de las mayores preocupaciones, todos los jóvenes migran, pocos vuelven y aquellos que lo hacen acarrean con una visión distinta a la heredada generacionalmente. El sentido de pérdida es enorme sumado a factores físicos y climatológicos como es la falta de agua en el lugar que no permite realizar una actividad de subsistencia vital como es el trabajo con rebaños de cabras y llamas, riego y cultivo. Dentro del despliegue del documento obtenido por el director Nicolás Di Giusto, tras un trabajo que llevó al menos siete años en ser recolectado y confeccionado, instalado junto a su hermano Emiliano Di Giusto en la comarca de Don Candelario, lugar a partir del cual entablaron la odisea de captar las vivencias diarias desde la particular preparación de un teñido textil con una madera de algarrobo hasta la fabricación del adobe como material para la construcción, dar lugar a la conmemoración de la Pachamama, el tributo hacia la tierra madre donde se implanta la ofrenda de bebida, alimento, coca y hasta humo de cigarrillo para la existencia de nubes, en agradecimiento a todo lo que la tierra nos provée; incluído el cortejo de “la señalada” donde se juntan a cabras macho y hembra, adosándoles colorido con telas y una pequeña marca o corte en sus orejas, la celebración se ejerce como comparación a un casamiento, provisto de cómicas palabras y menciones relacionadas a cuestiones matrimoniales, entre festejos y ejecución de instrumentos, una velada traspasada entre generaciones. El documental también se detiene en varios sucesos de gran importancia para demostrar el compromiso y organización que comenzó a establecer esta comunidad como es el corte de rutas, la construcción de una cañería conectora para poder distribuir agua a lugares desabastecidos y permitir el riego y cultivo, hasta la toma del denominado Fuerte Viejo, un lugar declarado como patrimonio de estas comunidades, arraigado por gobiernos que lo privatizaron por el lapso de 10 años y retirando parte de su historia con objetos a ser exhibidos en museos, un saqueo legal. Organizados, en tierras comunitarias de su propiedad, en las que vivieron por generaciones, se plantea el punto de quiebre, la retroalimentación con la ciudad para poder ser reconocidos legamente (no permitir una privatización por 10 años mas) y la existencia de nuevas generaciones que tras la descripción a voz de una de las integrantes, enarbola simplificando una de las mayores cuestiones vinculadas a este relato, el traspaso de abuelos, padres e hijos, generacional, de las tradiciones y no permitir la pérdida.
Esta semana también pudimos ver “Ceremonias de barro”, estrenada en el marco denominado Crónicas de la resistencia del Norte Argentino junto con “Mosconi” de Lorena Riposati. Todo esto tiene mucho sentido no solamente por la temática de ambas, sino también porque las dos producciones están manejadas prácticamente por el mismo equipo de cineastas, con lo cual el concepto básico es el mismo desde el punto de vista del tratamiento estético y técnico. Por eso “Ceremonias de barro” también es una observación del presente a partir de la sólida base histórica conseguida con los testimonios de las personas que intervienen. Candelario Gerónimo nació hace casi ochenta años en la quebrada de Los Chañares en Tucumán. El “gancho” que utiliza el director Nicolas Di Giusto parte de lo que ya sabemos: Los indios Quilmes fueron devastados en 1666, los pocos sobrevivientes fueron traídos al sur de la hoy provincia de Buenos Aires e instalados en la zona que hoy lleva el mismo nombre. Sin embargo, Gerónimo se encarga de contarnos algo no tan conocido: muchos otros sobrevivientes huyeron cerro arriba, donde el conquistador no llegará. Antes de la Revolución de Mayo el Virreinato reconoció a los Quilmes como los verdaderos dueños del territorio con un documento llamado Cédula Real que, por supuesto, no fue legitimado durante la formación de la República. Desde este punto en adelante, y junto a la música fabulosa de Pablo Mastrángelo y Blas Alberti, “Ceremonias de barro” nos va presentando a gente como el Cacique Chaile; Gustavo Maita, Teófilo y Gloria Yapura, Cosme Candorí y más gente de la comunidad Quilmeña, quienes a su vez son invitados por la cámara a mostrarnos todas las actividades que se realizan en la región. Eso que aprendemos (sin luego saber nada) con los manuales de la primaria ocurre hoy todos los días. De chicos nos enseñan que los indígenas vivían de la caza y de la pesca, hacían telares y vasijas de barro y rituales paganos. Por suerte esta realización muestra mucho más y llega a lo más profundo de estas actividades milenarias para hacernos entender, con docencia cinematográfica, las razones por las cuales esas tierras han sido y son propiedad de la gente que la trabaja desde hace tantos siglos. Cada vez que un testimonio o un segmento termina, la cámara se toma el tiempo para enfocar los paisajes inermes al paso del tiempo. Como si quisiera mostrar que la subsistencia de esa tierra casi virgen también se debe al respeto que su gente tiene por ella. Fundamental la excelente fotografía de Marcelo Ragone, y el montaje de Emiliano Di Giusto quién le da la pausa justa a cada encuadre para que el espectador tenga tiempo de procesar todo sin que resulte tedioso. Cómo dijimos sobre “Mosconi”, otro acierto técnico fue, aún con un sonido excelente, subtitular el documental para que no se pierda nada. Está claro que la solución no pasa por aquí. Las salas donde se exhiben estas obras merecen como mínimo una revisión de la acústica para que el sonido no rebote y se sature. Hoy por hoy, casi todo se filma en digital, por lo cual es necesario renovar los equipos si se pretende entregar toda la obra en su concepción. Observaciones al margen, tanto “Mosconi” como “Ceremonias de barro” tienen en sus realizadores Lorena Riposati y Nicolas di Giusto, a dos buenos observadores con ideas claras potenciados por la mutua colaboración. Sus trabajos valen la pena.