Micaela y su madre Yurquina emprenden un viaje en busca de su abuela Felipa, última moradora Coya del olvidado, duro pero extraordinario paisaje andino de Cerro Quemado. El trayecto se convertirá no solo en el retrato poético de un mundo a punto de desaparecer, sino también en el encuentro íntimo, espiritual, de tres mujeres de generaciones distintas unidas por un mismo linaje ancestral.
Cerro Quemado es uno de esos documentales que nos hace preguntarnos acerca de los recursos del género. Algunas de las imágenes de los paisajes son impresionantes. Allí, el film habla sin usar palabras. Deja en claro la relación entre los personajes y su entorno. Sin embargo, cuando se acerca a las personas no logra cautivar, interesar, generar empatía. Ahí es donde cabe preguntarse si los recursos del cine no podrían utilizarse para que ese mundo olvidado, al borde de la extinción, se vuelva cinematográficamente interesante. El cine y la vida que retrata no son iguales, asumir esa diferencia y aprovecharla permitiría que más espectadores se acerquen y entiendan lo que quiso mostrarnos el realizador en Cerro Quemado.