Chéri

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Amor imposible en el fin de una época

Desde un registro que lo acerca a su ya clásico film Las relaciones peligrosas, el realizador británico dibuja la Belle Epoque a través de la mirada melancólica y cortesana de su protagonista. El film está tratado con encanto impresionista.

Se cree que las prostitutas -merced al gusto de los tiempos que corren han tenido una vida fácil durante lo que se conoce como la Belle Epoque, hacia fines del siglo XIX francés, dice la voz en off, narradora y omnisciente, acerca de la historia que está por iniciar. Pero en verdad prosigue fue la fama la que supo acompañar a muchas de ellas, a través de escándalos con amores de alcurnia, más bancarrotas y suicidios provocados.

Primeras planas de la prensa, fotografías de brillos añejos, diseños de afiches de noches y burdeles. En otras palabras, cortesanas teñidas con el fulgor mismo de la realeza, los escándalos mediáticos, y las tablas de los escenarios. El mayor peligro, ahora bien, supo ser evitado por la más bella de todas. Lejos de caer presa de enamoramiento alguno, y con años de riqueza acumulada, mansión y criados, Lea se predispone al retiro y al disfrute -por fin de la soledad de su cama.

El prólogo es bello, la voz bien inglesa, y la presentación de Lea juega de manera acorde con el recuerdo mismo del espectador de cine. Porque el personaje va de la mano con la actriz que lo compone: la madurez, la vejez, la belleza en un umbral fronterizo. Arrugas justas, una piel que todavía brilla. Y esos ojos azules, de pincel. La totalidad del film gira alrededor de su figura. Y ella que está grandiosa. (Si el lector prefiriera detenerse en líneas y más líneas de admiración hacia su figura será suficiente remitir al texto de amor y de cinefilia que José Pablo Feinmann le dedicara a la mejor Gatúbela de siempre en las páginas del Radar del 11 de julio pasado.)

Basta con señalar que Michelle Pfeiffer es, ella sola, la película. La certeza aparece desde las palabras que el propio film pronuncia, las cuales parecen recorrer caminos paralelos, sea el de Lea, sea el de Michelle. Es que Chéri, el film, no debía ser posible sin ella, aún cuando el título nos remita, en verdad, a su protagonista masculino. Chéri (Rupert Friend) es un "pequeño" de diecinueve años de vida apresurada, mujeres a ambos costados del lecho, y una madre otrora y también cortesana (la grandiosa Kathy Bates) que entenderá como necesario un adecuamiento normativo para su hijo. Por eso el pedido a la amiga, a Lea, de encarrilar desde el consejo y la compañía sexual lo que parece desvariar hacia rumbos no bien previstos.

La simpatía falsa comenzará a jugarse entre ellas. Sonrisas que esconden tedio sobre la presencia ajena, más maquinaciones que guardan otros fines. Y una dualidad que repercutirá y se ramificará, con contradicciones e imprevistos, hacia los demás vínculos que el argumento vaya trazando. Lea y Chéri encarnan el par definitivo, la verdad inmanente de una unidad imposible. Ella con bastantes años, de juventud aparente, en diálogo mudo con los espejos. El apenas crecido, pero con un rostro ya afilado y marcado por ojeras de alcohol. Increíblemente, ambos se comparten y los años pasan, y Chéri que deberá, por fin y a instancias de la madre, atender al matrimonio al que se le obliga, meta última del recorrido materno.

Si él supo ser el joven de diecinueve, ahora lo es ella, la niña prometida e impuesta de dieciocho años. De un lado y de otro los artilugios femeninos, de madres, preocupados por garantizar los lazos que procrean. Aún cuando entre ambas existan miradas torcidas y comentarios entre dientes. Es así que, tal como se señalaba, entre una pareja y otra se juegan -desde un guión milimétrico espejamientos, distorsiones leves, un ir y venir casi dialéctico. Chéri y Lea. Pero también Chéri y su madre. Y un amor que no dudará en arrojar sombras edípicas. Más las trampas mismas de las mascaradas sociales, aquellas que tan sabiamente -y ya clásicamente articulara su mismo realizador, Stephen Frears, en Las relaciones peligrosas (1988). Es decir, y como se sabe, las cosas nunca son lo que parecen. De tal modo que será entonces el mismo lecho inicial y solitario de Léa el que encuentre su resignificación final.

Si Chéri es oportunidad de volver a la Pfeiffer -tan bella, sin las cirugías de tantas maniquíes desesperadas del momento , también es vuelta de Frears a un cine mejor, sin las reverencias reales que significaran su anterior La reina (2006), allí con otra mujer bella y extraordinaria (Helen Mirren), bajo la piel de una corona que parece seguir pesando tanto a cierto ánimo inglés y reaccionario.

El guión de Chéri es obra de Christopher Hampton, colaborador usual de Frears y realizador a su vez de títulos como Carrington (1995) y El agente secreto (1996). Vale también destacar la extraordinaria proeza de tonalidad fotográfica que logra Darius Khondji, el magnífico cámara de realizadores como David Fincher y Wong Kar Wai, quien dota a Chéri de encanto impresionista, de sol que respira a través de arboledas, mientras la espalda de Michelle destila trazos de luz durante sus masajes al aire libre. (Espalda de mujer, aire libre, mano que la acaricia. Los mismos tres elementos que logran una de las imágenes más bellas de Un perro andaluz, de Buñuel y Dalí. Sepa el lector disculpar este juego de asociaciones del cronista).

Chéri se erige como síntesis de una época que parece bella, de relaciones almibaradas, miradas de arpías, intereses familiares, y prostitutas melancólicas. Más el lamento de una relación tardía que contagia -más allá de ser síntoma de aquellos años que el mito (o el film) dibuja desde ecos que persisten a través del tiempo al espectador cualquiera.