El primer amor
El segundo opus de Juan Sasiaín hace referencia a la historia de Moby Dick, a la obsesión del capitán Ajak por cazar a la enorme ballena, esa obsesión se traslada a la mirada inocente de Coco (Lautaro Murray) en su primera etapa de enamoramiento de la novia de su padre, Kimey (Guadalupe Ocampo), separado y distanciado de su hijo, alejado desde su vida en Capital Federal, en comparación a la tranquilidad de Río Negro, en la casa modesta de su padre Daniel (Leonardo Sbaraglia), más precisamente en Choele Choel.
La llegada de Coco a la casa del padre recrea entre ellos el vínculo, es decir, la relación padre e hijo se afianza durante su estadía, en ese aprendizaje necesario para que el muchachito asimile, por ejemplo, las técnicas de seducción para encarar a cualquier chica o perfección en el uso de la camioneta -siempre bajo la supervisión paternal-, entre otras cosas. Pero el director de La Tigra, Chaco (2008) no se olvida nunca que el punto de vista de este relato es el de un niño enfrentándose al mundo adulto, atravesado de tristezas, aunque sin volverse solemne y mucho más conectadas con las emociones de cada personaje.
Ese es el mayor mérito de Choele, un film que sabe encontrar en cada personaje la emoción adecuada para la situación, sin grandilocuencia y adoptando, desde lo narrativo, una naturalidad que se mezcla con la espontaneidad de todo el elenco. Desde los niños que participan en la película –son tres y de edades parecidas- con una revelación como Lautaro Murray, quien entrega junto a Leonardo Sbaraglia y Guadalupe Docampo, las mejores escenas tanto en lo dramático como en aquel espacio lúdico que el director Juan Sasiaín abre con absoluta generosidad.
Hay muchas ideas detrás de Choele que toma, por ejemplo, la estructura de film iniciático y de aprendizaje en un doble sentido: hacia la madurez por parte de Coco, pero también por parte de Daniel, para quien el fracaso del matrimonio no significa solamente la pérdida de la pareja sino la de su propio hijo.
La austeridad y la calidez en los diálogos, donde no se percibe ampulosidad alguna, sino todo lo contrario, austeridad en el decir y respeto por esa manera de decir que lo vuelve mucho más verosímil por la diferencia de léxicos y tonos de voz, reflejan en Choele una película diáfana y honesta desde lo que quiere contar y hasta dónde quiere llegar.