Centrada en un personaje de la vida real que merecía una película, o, al menos una nota periodística, Como bola sin Manija va más allá de su circunstancia anecdótica y se transforma en una módica reflexión sobre una familia disfuncional y sobre la vida misma. El film aborda la personalidad y la existencia de un ex bancario jubilado llamado Rubén, cuyo hábito llamativo es el de negarse a salir de su vivienda desde hace casi tres décadas, a pesar de no tener impedimentos de ningún tipo. Con su casa como epicentro y microcosmos, este extraviado hombre grande no es un completo ermitaño, está vinculado con una vecina con la que se comunica a través de la medianera y mantiene un fluido contacto con tres sobrinos suyos, muy distintos entre sí en su aspecto, sus actividades, su manera de ser y sus actitudes frente al comportamiento de su tío. Abrevando en esta insólita pero limitada situación los directores Pablo Osores, Roberto Testa (ambos responsables del notable film testimonial Flores de Septiembre) y Miguel Frías (también crítico de cine del diario Clarín) construyen un lúcido documental. Sin alardes expresivos ni visuales, con una óptica sencilla y llana, pero focalizando en la atracción de un misterio que precisa ser develado, o, al menos, indagado; aciertan y echan luz sobre un ser singular y por qué no, encantador.