Balada para un loco.
Al revés de lo que ocurre con otros documentales, Como bola sin manija encuentra a su personaje antes de empezar a rodar. Rubén, el sujeto en cuestión, vive aislado del mundo desde hace treinta años, instalado en el fondo de la casa de su sobrino. Fascinada por su criatura, la película rodea a Rubén, ausculta sus gestos, sus contradicciones. La cámara se le pega a la cara, lo toma en todos los ángulos posibles ¿Eso se llama afecto o acoso? De pronto, el espectador se siente tan agobiado como Rubén, cercano en una empatía que se genera al calor de un rechazo común por ese ojo que mira y acecha sin descanso.
Las razones del deseo de aislamiento de Rubén son un misterio: Como bola sin manija oscila entre el impulso de bordear al personaje en busca de un instante de iluminación súbita, que brote de modo espontáneo del diálogo y del gesto imprevisto, y sonsacarle una respuesta a la fuerza, martillándole la cabeza con preguntas directas. Una de las sobrinas le tira las cartas del Tarot aderezando la charla con citas a Lacan mientras la otra, una simpática bibliotecaria (¿Todas las bibliotecarias tienen anteojos o solo las que aparecen en el cine?), le acerca víveres e intenta sacarlo a como dé lugar de su empecinamiento. Por su parte, el sobrino varón (claramente el villano de la película) se dedica a disminuirlo jocosamente hablándole a la cámara.
Una de las aristas enigmáticas de la actitud del hombre se relaciona vagamente con el abrupto corte a una amistad de años con el Manija, otro solterón igual que él con el que supo compartir noches de calaveras muchos años atrás. Todos sospechan un asunto de faldas (ambos fueron mujeriegos empedernidos en su juventud), pero Rubén lo niega de plano. Allí se puede apreciar que hay algo demasiado calculado en la película. Cuando el Manija se apresta a exponer el verdadero motivo de la disputa con su amigo, la escena se interrumpe abruptamente. Después, sin que Rubén lo sepa, sus familiares planean un encuentro entre los dos amigos. El gesto de la sobrina a cámara luego de que Rubén le franquea tranquilamente la puerta de su casa al Manija, instala de modo definitivo la sensación incómoda de una complicidad entre los familiares, los realizadores y el espectador sumiso.
Como ejercicio de cine un poco chapucero, Como bola sin manija parece querer asumir para sí una autenticidad irrefutable a partir de la precariedad del registro, como si de esta debiera predicarse una sinceridad en las intenciones de la película de manera automática. Pero el constante movimiento de la cámara, el sonido más bien defectuoso y la imagen difusa van aquí de la mano con un cierto amaneramiento y falso tono en los testimonios. Por momentos, uno tiene la sensación de estar viendo a tres grandulones tratando de que un niño haga gracias para diversión de los invitados. En otros, la película dispone inesperadamente unas breves ráfagas de aire y de luz, como cuando la sobrina bibliotecaria va con el Manija de paseo al Jardín Japonés, y el espectador se encuentra con algunas de las escenas más genuinamente felices y amables de la película.
El hombre, cerca de cumplir los ochenta años, solo quiere que lo dejen en paz pero parece que eso no es posible, porque hay una película por hacer. Como bola sin manija tiene en su centro a un personaje extraordinario: un resistente. La voluntad secreta de la película acaso consista en iluminar violentamente esa inexpugnable obstinación y hacer de esta un espectáculo risible. Pero lo curioso es que quienes rodean a Rubén no parecen tampoco estar muy en sus cabales. Como si se tratara de una máquina defectuosa, súbitamente dispuesta a contradecir el manual de instrucciones, la película revela, en un movimiento único, el absurdo que rodea a Rubén y desautoriza subrepticiamente a sus acosadores. Es un provisorio triunfo del cine. De los pocos que la película exhibe, pero contundente.