Un hombre mayor, recluido por voluntad propia en su casa durante casi treinta años; su entorno, compuesto por tres sobrinos y una amable y bien dispuesta vecina, se ocupa de proveerle todo lo que necesita. La historia de un ermitaño caprichoso.
Un documental con poco aporte cinematográfico, basado en un caso poco común cuyo personaje central, sin embargo, no logra ser querible más allá de su propio entorno ni mucho menos llamar la atención. Rubén, el protagonista, vive encerrado en su casa porque un día decidió no salir; está cómodo y tiene la vida resuelta: sus sobrinos y una vecina le hacen las compras, le traen el médico, hacen apuestas por él a la quiniela.
Con la cámara en mano, los directores de Flores de Septiembre junto al crítico de cine Miguel Frías muestran en Como Bola sin Manija a Rubén en su rutina habitual. A través de sus conversaciones, comentarios y gestos se va descubriendo un personaje que no logra despertar el interés desde ningún punto de vista. Su encierro pareciera caprichoso, como se intuye al final del film.
Con falencias técnicas y ninguna explotación de las infinitas posibilidades que brinda el lenguaje cinematográfico, los testimonios transcurren uno tras otro, intercalados con tomas de los protagonistas interactuando en su vida cotidiana.
El film es cerrado, pero logra oxigenarse un poco durante el viaje de Nora a Rojas; un alivio necesario que le otorga algo de liviandad a un relato de por sí bastante hermético y poco interesante.