A los jóvenes de ayer… Carlos Martínez es uno de los tantos presos políticos de la época de la dictadura, sobreviviente a los nefastos años de plomo, desapariciones forzadas y muertes a cualquier hora del día. Su destino de preso allá por los 70 estuvo marcado en el penal de La Plata, la Unidad Nro. 9 en el pabellón número dos dada su militancia en las filas del ERP-PRT. En el pabellón uno del mismo penal se encontraban los Montoneros y las autoridades penitenciarias funcionaban bajo las órdenes directas de los militares, quienes comenzaron a desatar operativos clandestinos para aniquilar a la subversión mediante el secuestro de los propios detenidos y también de su entorno más directo como en el caso de Martínez a quien además le secuestraron y desaparecieron a una hermana. Condenados es un film sobre aquella época negra de la Argentina más contemporánea y su formato cinematográfico apela a la dramatización para ampliar su efecto emocional y concentrarse en un audiencia potencial mayor que la que podría encontrar afinidad desde el punto de vista generacional con esta propuesta, en la que el propio Martínez no intenta trazar un camino autobiográfico sino que disuelve en lo colectivo, en la multiplicidad de miradas, el objetivo individual. Su personaje, el único que aparece en el relato con un apodo y no con el nombre real, es interpretado por Enrique Dumont (hijo del gran Ulises Dumont), quien junto a un ecléctico reparto entre los que se destacan Alicia Zanca, Facundo Espinosa, Ingrid Pelícori y Nicolás Pauls, entre otros, recrean sumariamente el contexto político y el terror de vivir bajo la incertidumbre de la vida y la muerte y ante el desamparo del estado, cooptado por la locura mesiánica de cientos de trasnochados. Desde el primer minuto, en la película se ve reflejado un estilo sumamente televisivo que puede ser tomado como muestra de lo que se ha confirmado como serie bajo el título tentativo de Unidad 9 y que de no existir algún imprevisto o contratiempo tiene programado un estreno para el mes de mayo. A pesar de ciertos altibajos en lo que hace a aspectos de la narración, el film de Carlos Martínez mantiene una coherencia interna y suma tensiones en el avance progresivo de los capítulos, tanto en lo que respecta a la convivencia en la cárcel como fuera de ella con los familiares o las diferentes estrategias para hacer visible una realidad oscura que nadie se atrevía a cuestionar, salvo que estuviese dispuesto a derrumbar un pacto de silencio e impunidad tras los muros de la indiferencia y del por algo será… ¿Será?
Cárcel de la muerte Los daños y los traumas provocados por la última dictadura son tan profundos y están tan presentes que quizá sea inevitable que el tema siga siendo abordado por la literatura, el teatro, el cine. Pero a tres décadas del regreso de la democracia y después de tantos libros, obras y películas dedicados a la cuestión, el tratamiento no puede ser el mismo que en los ‘80, cuando eran necesarias películas didácticas como La historia oficial o La noche de los lápices. Hace rato que la temática necesita una vuelta de tuerca como la que, por ejemplo, le dio Infancia clandestina. El propósito de Condenado s es mostrar una historia no muy difundida: la de la Unidad 9 de La Plata, donde estuvieron detenidos unos mil militantes de Montoneros y del PRT-ERP. Los militares agruparon en dos pabellones a los presos políticos que consideraban “irrecuperables”: desapareció una treintena de detenidos, familiares y amigos. El director, Carlos Martínez, conoce de primera mano lo que está contando: es uno de los sobrevivientes. Por eso puede mostrar con detalle cómo era la vida cotidiana en el penal (donde se filmó gran parte de la película). Pero la película naufraga porque Martínez eligió el espinoso camino de la ficción pedagógica: así, vemos flojísimas actuaciones de intérpretes atrapados en un guión sin grises, que muestra a militares malvados enfrentados a militantes nobles. Al final se ven escenas reales de los testimonios de los sobrevivientes en el juicio que en 2010 se les hizo a los asesinos y torturadores del penal, así como un homenaje a las víctimas en la Unidad 9. Son imágenes que conmueven y revelan la posibilidad de un registro más apropiado para esta historia: el documental.
Contenida evocación de hechos atroces Las historias que aquí se cuentan están basadas en hechos verídicos, sufridos por el propio autor, Carlos Martínez, el músico Héctor Vilche, y otros responsables de la producción, todos ellos sobrevivientes de los llamados Pabellones de la Muerte de la Unidad Penal 9 de La Plata. En el Uno estaban los montoneros, en el Dos los del Erp. Entre estos últimos, los civiles ya juzgados bajo el gobierno peronista por el asalto a Sanidad en 1973 y otras causas. Es decir, presos legales. A los que se sumarían unos cuantos más a partir de 1976. También se restarían unos cuantos, a partir de ese año, mediante torturas, fusilamientos, simulacros de fuga y permisos de salida seguidos de "desaparición" en la vía pública. Y de algo peor: el secuestro y desaparición de familiares "sospechosos" de hacer campaña internacional por sus parientes presos (a uno de ellos, Elizalde Leal, le mataron la madre, la esposa y los dos hermanos). Pero la campaña igual tuvo sus frutos, cuando "The New York Times" y "Le Monde" publicaron listas completas de detenidos, y la OEA se vio obligada a interceder, salvando así la vida de unos cuantos. La película refiere todo esto, ambientándolo en el propio lugar de los hechos (hoy Pabellón Universitario, para presos que estudian). Detalle curioso, el tono general no es truculento, como pudiera temerse, sino más bien discreto, contenido, tipo docudrama de los 70, como para que el público general, incluso escolar, pueda soportar lo que allí se muestra. La idea es respetable, aunque deja afuera la posibilidad de escenificar algunos episodios seguramente muy cinematográficos, como el que protagonizó el propio Martínez, que, según cuentan, una noche recibió tres balazos a quemarropa (cuello, cabeza y estómago) y siguió tranquilo, causando tal asombro en los fusiladores que ellos mismos terminaron llevándolo al Fernández. La obra tampoco exalta a ningún sector, ni cae en agregados de actualidad política, ni siquiera en el desenlace, cuando vemos el registro documental de la condena a cadena perpetua para el jefe de la Unidad Penitenciaria de aquella época y dos de los torturadores, en un juicio donde también recibieron condena otros doce acusados (y uno de ellos, de anteojos oscuros, entra al juzgado haciendo la V de la victoria). En la representación de los años 76 a 79, participaron Alicia Zanca, también directora de actores, Ingrid Pelicori, Horacio Roca, Raúl Rizzo, Horacio Peña, Enrique Dumont, Diego Spíndola, Facundo Espinosa, Guido Massri, Nicolás Pauls, y largo elenco. También, en carácter de extras, varios presos comunes que hoy habitan el lugar con menos preocupaciones que sus antecesores.
Aún antes del golpe de 1976, ya estaba impuesto el estado de sitio, y habían sido detenidos presos políticos que fueron los primeros desaparecidos, incluidos sus familiares, el verdadero comienzo de los años de plomo. Son los hechos que refleja esta película, con algunos casos menos conocidos. Gran elenco.
Acartonada y sesgada Esta ficción está basada en hechos reales, sobre presos en la Unidad 9 de La Plata en los setenta (el propio director fue detenido allí en 1974) y tiene fusilamientos, secuestros y asesinatos incluso de familiares de los presos. El eje es la vida en el penal de los reclusos y sus intentos de hacer conocer su situación hacia afuera, del penal y de la Argentina. También vemos diálogos entre mandos militares y algunas conversaciones en las casas de las familiares y detenciones en diversos lugares. Una película de esas que se denominan "testimoniales". Condenados empieza mal o, mejor dicho, de forma imprecisa y redundante. Se lee en una placa: "El 24 de marzo de 1976, los militares tomaron el gobierno argentino por la fuerza. Antes del golpe se impuso el estado de sitio y miles de personas fueron encarceladas". Esa misma oración que leemos es dicha por una voz en off. El sujeto de la primera oración está claro: "Los militares". En la segunda se nos dice que "se impuso el estado de sitio". ¿Solo? ¿O fue el gobierno que estaba antes del golpe? La siguiente oración, también leída y escuchada, dice: "Durante 1976, presos políticos de todo el país fueron trasladados a la Unidad 9, la enorme cárcel de La Plata, especialmente militantes de las organizaciones ERP y Montoneros". La película decide poner "las organizaciones", pero no "las organizaciones armadas" ni "las organizaciones revolucionarias". Decisiones de cómo contar la historia desde un punto de vista, como todas las películas. Aquí los presos son buenos, amables, solidarios, hacen chistes, dicen "compañero" muy seguido, etc. Los militares y guardiacárceles son malos (menos uno, que es sólo simplón), torvos, groseros, gritones y feos. La caída del Halcón Negro, de Ridley Scott, también relataba de forma muy sesgada, pero lo hacía de manera trepidante, veloz, efectiva. Por otro lado, y para comparar con cine argentino acerca de la represión militar, aquí no estamos ni ante la complejidad y los grises incómodos de la enorme Garage Olimpo, de Marco Bechis, ni ante la tensión narrativa de Crónica de una fuga, de Adrián Caetano. Este testimonio ficcionalizado tiene algunos de los defectos habituales que acechan a este tipo de películas: demasiadas actuaciones acartonadas, como de acto escolar; diálogos planteados desde la actualidad (el de Horacio Peña sobre política económica es una risible propaganda de la dirección económica del gobierno actual en 20 segundos), música que busca emocionar de forma insistente. Las placas con los nombres de personas y fechas reales en las que sucedieron los hechos no bastan si la puesta en escena peca de artificial y torpe (el montaje parece cortar en aras de que "hay que decir lo que viene a continuación" antes que en función de cualquier idea de fluidez). De hecho, la propia película pone en evidencia lo tanto mejor y más emotiva que podría haber sido como documental en los minutos finales, cuando vemos breves declaraciones judiciales de esas personas reales a quienes conocimos como endebles personajes de ficción.
Abordando hechos sucedidos en la cárcel de La Plata en los primeros años de la dictadura cívico-militar, Condenados nos acerca a un momento poco conocido de la historia trágica de aquellos años de absoluta impunidad. La Junta Militar concentró en ese penal a miles de presos políticos, separando a líderes de movimientos como Montoneros y el ERP en celdas bien identificadas, pabellones de la muerte, en donde el objetivo era ejecutar fusilamientos sin juicio. El film de Carlos Martínez, su segundo largometraje de ficción luego de su olvidable Rosas Rojas… Rojas, focaliza en ese predio para narrar la resistencia y la templanza de esos internos por urdir algunos ingeniosos pero infructuosos intentos de estar en contacto entre ellos y, fundamentalmente, sobrevivir. La situación de ellos estaba decidida, tal como indica el título del film, pero la película también hace hincapié –con imágenes documentales- en el hecho que treinta y dos años más tarde, los ejecutores de estos crímenes sarán juzgados y condenados. Rodado en escenarios reales, el film tiene buenas intenciones y despierta algún interés por los hechos que se exponen, pero se desmerece por su escasa convicción y solidez. La falta de firmeza en la dirección y los diálogos hace que asimismo alcancen verosimilitud muy pocas actuaciones, entre las que se pueden mencionar a Enrique Dumont y los intimidantes milicos compuestos por Horacio Roca y Raúl Rizzo.