Por separado, Suar y Carnevale han hecho de sus “productos” una marca registrada con varios puntos en común. Tanto en cine como en televisión, crearon una suerte de cápsula del tiempo: allí sus historias transcurren tranquilamente en un presente donde la realidad (y la sociedad) no se modifica hace unos treinta años.
No es que hacen películas que huelen a naftalina vieja o que respetan un formato de la comedia dramática tradicional argentina. Su cine, estructuralmente, no es viejo (o sí, pero es para otra crítica), lo es la lente con que miran la sociedad de 2020.
El problema se agrava cuando se juntan y se potencian. Sumen el clasicismo y el encasillamiento de los roles femeninos de Marcos Carnevale, al machirulismo extremo, la naturalización de la clase media acomodada (con la invisibilización y/o estigmatización de otros sectores), la idea de un único tipo de familia, la latente homofobia (espejo del machirulismo) y el rechazo a cualquier acto contestatario o liberador de Adrián Suar.
Como una pareja destinada a juntarse, la unión hace a la eclosión. Como si desafiaran lo hecho con El fútbol o yo, llegan ahora a Netflix con Corazón loco.
Corazón loco: Al final, sí era tu mami
Poster de Corazón loco – Crítica AP
Bajo la óptica de Fernando, el personaje de Adrián Suar, asistimos a lo que -según alguien- es el deseo/sueño del macho: Fernando es bígamo.
Este traumatólogo, con toda la carga canchera y presuntamente simpática de Suar Inc., se casó de joven y tiene dos hijos con Paula (Gabriela Toscano, habitué de las aventuras televisivas del Don, debutando en sus aventuras cinematográficas con el mismo tipo de papel que suele hacer en la TV). Ella es una maestra jardinera, pero sobre todo, ama de casa. Paula, que como no podía ser de otro modo es nombrada con un diminutivo que la infantiliza o menosprecia, vive porque su marido le permite respirar, por lo menos por lo que podemos ver en la película. Todo su mundo gira alrededor de atender a sus críos y esperar que su maridito regrese de CABA a Mar del plata donde viven. Su trabajo no importa en lo absoluto en la historia, solo es excusa para remarcar lo peor del cliché de personalidad; rápidamente es algo que desaparece.
Pero Fernando, ya hace muchos años, en uno de esos viajes a CABA, la conoció a Vera (una Soledad Villamil completamente desperdiciada, pidiendo ser rescatada). También es doctora, pero de estética porque es mujer, supuestamente más liberal, independiente y fuerte que Paula… pero que no deja de ser complaciente con las mil y una faltas del macho de Argentina.
Fernando las ama a las dos. Por una falla del sistema corrupto de este país inoperante (por supuesto), logró casarse con ambas y todos viven felices; porque Fernando cuando regresa de sus ausencias sabe cómo complacerlas. Cada una le da algo distinto; y así el hombre es pleno (todo esto dicho en viva boca del personaje). Paula es chillona, viste de entrecasa y con ropa barata, no se cuida pero es servicial y sumisa a Fernando. Vera es pura clase, sensual, viste bien, más osada y también complace las ocurrencias de él.
Sí, las ama a las dos. Corazón loco se cuenta desde su narración y no permite dudas sobre la materia. Para reforzar la idea de estar cumpliendo el sueño del macho, y que lo que siente es amor, tenemos al típico personaje banana del amigo (Alan Sabbagh), que no solo lo cubre sino que lo admira, le pregunta cómo lo hace y le permite a Fernando (a Suar) espetarnos que no nos equivoquemos, que no es ninguna aventurita o calentura, que lo de él es amor y que puede dejar contentas a ambas mujeres mientras estas no se enteren. El horror.
Una hazaña que solo puede lograr alguien con suficiente dinero (y se sabe, ni para el director de No soy tu mami, Corazón de León y El espejo de los otros; ni para el actor de Me casé con un boludo, existe algo que no sea gente con poder adquisitivo). Y todo gracias a un bache temporal-argumental que haga ver a CABA y Mar del Plata como municipios lindantes.
Bueno, como adelantan tanto el afiche, los trailers y el spot de Corazón loco, las chichis se enteran de todo por una serie de embrollos bien a la Suar. Aunque para esto ya haya ocurrido más de media película en la que nos dejaron en claro que debemos ser Team Fernando, porque ¡pobre tipo! ¡tiene mucho machismo para repartir!
En esta segunda parte de la historia apuntaríamos a que la cosa mejore y empiece a desdecirse de todo lo que nos dijeron. Pero claro, inmediatamente recordamos que el equipo detrás de esto es el mismo de El fútbol o yo, y ya sabemos que no hay esperanza. Dicho y hecho, Corazón loco solo empeora.
Corazón loco: Basta de mujeres
Adrián Suar en Corazón loco – Crítica AP
Es inevitable que la historia de Corazón loco no remita al hito televisivo que fue Naranja y media. Pero aún con toda la carga de una visión que no envejeció bien, aquella telecomedia se permitía algún escape progresista o crítica, al menos para la época. La epopeya conservadora de Suar-Carnevale es incapaz de hacerlo desde su matriz.
Aún si nos remontamos más atrás, las comedias de Olmedo que suelen ser blanco perfecto de la crítica progresista, tienen algún resabio en el que se permitían mirar más allá, trataban temas tabú (si en 2020 hablar de bigamia en modo comedia es tabú estamos mal), y hasta ocasionalmente dejaron un mensaje anti conservador. Otra vez, Corazón loco vuelve a perder el match.
Quizás haya que compararlas con las comedias del Suar chileno, Nicolás López, que casualmente están aprovechando esta cuarentena de streaming para llegar masivamente a nuestros servicios locales. Ahí también, el machismo, el anti feminismo, conservadurismo tradicionalista y la homofobia son los platos del menú diario. Corazón loco se permite un chiste burlándose del lenguaje inclusivo, tan antiguo y ofensivo que probablemente ni el director de Sin Filtros se animaría. Pero digamos que es ¿empate?
Desde el mismo tagline del afiche nos lo dicen: la mujer es lo mejor mientras esté en el molde, complaciente, sin reclamos y sin aunarse para revelarse. Ahí comienza el infierno.
Corazón loco: Triángulo escaleno
Soledad Villamil, Gabriela Toscano y Adrián Suar al vacío en Corazón loco
Aún si hiciésemos el esfuerzo de obviar las evidentes bajadas de línea, Corazón loco, que finalmente aterriza directo a Netflix, ofrece una película vacía, con notorios problemas de montaje, edición y continuidad (¿Quedó metraje en el camino?).
Mar del Plata es presentada con una repetitiva toma turística que nos hace acordar a las placas que se usan en la TV para pasar de una escena a otra. Que Carnevale filma televisivamente no es novedad, pero acá se suman detalles que parecieran ser sacados de apuro y la hacen ver bastante menor.
Suar se repite desde hace más de veinte años ¿Está peor que en otras películas? No, está igual.
Toscano y Villamil tienen mucho más para entregar que lo que muestran acá. Ambas están limitadas, sin química, impuestas y forzadas a hacer algo que no las favorece. Suar no corre riesgos, y es claro que el guion está pensado para su lucimiento; las mujeres acompañan, como debe ser.
Los pocos personaje secundarios que aparecen (realmente, está hecha muy a las apuradas) son deficitarios, en especial un repentino personaje de Betiana Blum cuya única explicación sería que se la tragó la tijera.
Corazón loco no es graciosa (aun en los estándares retrógrados que maneja), no mantiene un ritmo parejo, pareciera más larga de lo que es, es abrupta, visualmente pasa de lo televisivo a lo carente y tiene un elenco con demasiada trayectoria para lo que ofrece(n).
Ahora que llega a Netflix, los seguidores de las aventuras de ese personaje eterno que hace Suar probablemente salgan satisfechos de Corazón loco . Esta crítica apunta a todo lo que se lleva puesto en el camino.