¿Quién se imaginaba a este villano en este momento? ¿No tiene usted suficiente, lector, lectora, lectore, con el funcionario que está viendo y tratando la pandemia de manera totalmente opuesta a la suya? ¿O con aquel viejo conocido que desde las redes dirigió su alienación hacia usted? ¿O con el pariente que amplificó su costumbre irritante gracias a la prevalencia digital del inevitable vínculo? Usted irá llenando esos casilleros como prefiera, pero verá que llegará al mismo lamento.
Porque esta iteración de Adrián Suar va a quedar para la eternidad como el souvenir más representativo de estos tiempos que nos tocan atravesar, haciendo su promoción con la prensa para atajarse por adelantado ante el peor papel y la peor película de su carrera, pero además atajándose en directo por poner en suspenso la situación de los 290 trabajadores de su productora en plena pandemia. Esas dos situaciones, en combinación, hacen bastante probable que eventualmente tenga que atajarse en retrospectiva por haber estado promocionando semejante película en semejante situación. Una paradoja en la que el personaje ficticio −que quiere retener a sus dos esposas a toda costa− empalidece frente al real −que quiere deshacerse de gente a toda costa−.
El elemento común entre esta postura empresarial de Suar y su nueva criatura, el traumatólogo Fernando Ferro, es justamente la reticencia a desplazarse del deseo individual −y flagrantemente perjudicial a los demás− en beneficio del bien mayor o del comportamiento mínimamente digno. En sus actuaciones cómicas anteriores esto siempre implicó entrar en personajes cuyas costumbres, adicciones o formas de ser empujaban a sus parejas al límite de la tolerancia, pero en este caso el patrón se rompe de la peor manera por tres cuestiones: este nuevo personaje −que mantiene descaradamente una doble vida entre dos esposas a 400 kilómetros de distancia− se mete en rincones tan oscuros que son imposibles de levantar cómicamente, termina el argumento sin aprender ni mejorar en ningún aspecto y queda siempre en un falso centro moral, porque la película pinta a las víctimas del bígamo básica y respectivamente como una psicótica −interpretada por Soledad Villamil− y una sumisa de pocas luces −encarnada por Gabriela Toscano−, maltratándolas en consecuencia. Mi límite fue el aspersor prendiéndose en la cara del personaje de Toscano, mientras descubre la estafa detrás de su matrimonio de diecinueve años.
¿Qué recordaremos primero de esta película si llegamos vivos al 2030, por ejemplo? Habrá mucho para elegir. Estarán el humor depredador de Carnevale reconociendo en clave costumbrista la existencia del lenguaje inclusivo, las bajezas in crescendo del personaje de Suar sin que a la película se le mueva un pelo, el product placement desvergonzado, la actuación desastrosa de Darío Barassi, la vergonzosa escena de la confrontación en la terraza y el giro elegido para resolverla, los planos de drone, las dos protagonistas femeninas mandadas al muere dramático o la voz en off en el cierre, que reafirma la premisa de la duodécima película de Carnevale, que llegó a nosotros en el año de la pandemia más impactante en casi un siglo. Y vamos a recordar esta película dentro de diez años porque este será el momento bisagra que señalaremos como el origen de nuevas calamidades cinematográficas provocadas por Carnevale: estoy seguro de que en una realidad paralela nosotros no solo estaríamos viviendo nuestras vidas sin barbijo ni distancia, sino que además esta película habría sido un fracaso en los cines, aniquilada por el boca en boca y por el costo de ir al cine en la vieja normalidad. Y la pandemia le hizo el favor de mandarla a la plataforma de streaming más popular en Argentina, que le permitió llegar sin intermediarios a todos sus suscriptores, que seguramente perciba números convincentes de reproducciones −que la plataforma no tendrá que revelar− y que según mi pálpito le dará un segundo aire para nuevas producciones, justo en el punto más insoportable de las carreras de sus responsables. El monstruo quedó rengo y desmoralizado, pero lo más probable es que nunca cambie.