La película de Daniel Rosenfeld permite que los fantasmas literarios del cuento de Silvina Ocampo cobren vida en imágenes cinematográficas de gran valor estético y artístico.
por Carlos Folias
“Nosotros los seres humanos somos irreales como las imágenes”
Llevar al cine o al teatro o a cualquier otra manifestación artística un texto pensado para ser leído puede llegar a ser un gran desatino o una aventura conmovedora. Con cuentos tan maravillosos como los de Silvina Ocampo, bien vale la pena intentar el desafío. El resultado de Cornelia en el espejo, la película, es conmovedor. Por momentos, las imágenes y los sonidos le confieren a las palabras nuevos matices y en otros, parecen advertir colores y tonos que dormían en su esencia a la espera de nuevas relecturas.
Daniel Rosenfeld y Eugenia Capizzano han escrito el guión tomando como base el cuento homónimo de Silvina Ocampo. La decisión de mantener intactos los diálogos originales le otorga al film una personalidad particular en la que el sensible y maravilloso universo de ese cuento breve se potencia con múltiples estímulos visuales y sonoros. La dirección de Rosenfeld y la exquisita actuación de Capizzano (Cornelia) junto a los sólidos trabajos actorales de Leonardo Sbaraglia, Rafael Spregelburd, Eugenia Alonso y Estefanía Conejo construyen un relato cinematográfico de gran valor estético y artístico.
Cornelia ha decidido suicidarse. Regresa a la antigua casona de su infancia poblada de fantasmas del pasado. Una búsqueda de si misma en objetos, personas, olores, texturas. Presencias o ensoñaciones que le devolverán imágenes de su propia existencia, un reencuentro con todo aquello que la conforma y a la vez no le pertenece. Una forma de encuentro y también de despedida.
“De todo el mundo me despido por carta, salvo de vos. La casa está sola. A las ocho Claudio cerró con llave la puerta de la calle. ¡Cornelia!. Mi nombre me hace reír. Qué quieres, en los momentos más trágicos me río o enciendo un cigarrillo y me echo al suelo y te miro como si nada malo tuviera que suceder. Ciertas posturas nos hacen creer en la felicidad. A veces estar acostada me hizo creer en el amor”
La calidad de la música original compuesta por Jorge Arriagada acompaña el relato y se suma a la acertada elección de la exquisita melodía para cuerdas “El Cisne”, de Camille Saint-Saëns (considerado el Mozart francés por su precocidad para la música), que aporta el sonido del violonchelo desde los primeros minutos de la película.
La dirección fotográfica de Matías Mesa permite planos y contraluces de gran riqueza visual y narrativa. La cámara por momentos parece enamorarse de la tierna y sensible expresividad de la protagonista contribuyendo junto a un gran trabajo de arte, sonido, montaje y vestuario, a redimensionar en lenguaje cinematográfico un texto de por sí contundente.
“Qué fresca, qué incontaminada,qué parecida a nadie eres. Pego mis labios a tus labios como si nadie pudiera separarnos jamás. Todas las fotografías son espejos de lo que fuimos, pero no de lo que somos ni de lo que seremos. Deja que me mire. Soy lo único que no conozco”
Cornelia irá al encuentro de su propio final. Un mundo especular en el que la realidad y la imaginación parecen habitar en ambos lados del espejo. Objeto que junto a ella encontrará su fin por ser su condición necesaria de existencia y al igual que la imagen que se queda atrapada en cada fragmento de cristal, algunas secuencias de la película se quedarán en el espectador en ese lugar de la memoria reservado para los buenos recuerdos.