Espejos que están y que no
Más allá de toda referencia literaria -que la misma película parece obligar a asumir- Cornelia frente al espejo comienza con una interesante desarticulación de la lógica espacio temporal. Sin embargo, durante el resto de la película pierde ese interesante gesto subversivo. He aquí probablemente un problema central de la película.
Basada en el cuento homónimo de Silvina Ocampo y respetando el texto casi en su totalidad (el cuento es una larga secuencia de diálogos entre Cornelia y diversos personajes), la película de Daniel Rosenfeld repone en el presente, al apropiarse del texto, una larga tradición del cine nacional, especialmente vinculada a grandes directores de los años sesenta como Leopoldo Torre Nilsson o Manuel Antín. En este sentido, el relato recorre el espacio simbólico marcado por la condición femenina al mismo tiempo que por la condición de clase: una suerte de relato íntimo de una mujer de la alta burguesía porteña. En ese espacio se incluye la represión sexual, la muerte, la tradición familiar, la casa como espacio a la vez contenedor y asfixiante, el deseo del otro, del violento, del pobre, del ingenuo.
Cornelia ingresa en la vieja casona familiar y atraviesa aquel espejo que la traspone al otro mundo, ya viva, ya muerta, ya real, ya ficticia. Allí se encontrará con la mujer (ella misma u otra, dejemos que nuestra intuición lo decida), con la niña, con el ladrón y con Daniel. Los diálogos, pues la película es por sobre todo sus diálogos, son mucho más que sus textos y dan cuenta de la complejidad de ese universo de género y clase, que con tanta propiedad relató Ocampo.
Rosenfeld asume riesgos en muchos aspectos y eso es un valor para destacar. Pero del mismo modo que se anima a una película sostenida por las voces tanto más que por las palabras y las acciones, se conforma con un marco estético contenido, limitado a un cine prolijo, bellamente fotografiado, cuidado plásticamente y con una música incidental que, aunque apropiada, muchas veces parece redundante. De aquella primera ruptura que permitió ingresar al espectador a un universo confuso, no queda nada. Nunca el realizador se permite desestructurar nuevamente el relato, modificar la noción espacial, interpelar a la comodidad.
¿Cómo reponer el relato de la mujer de la alta burguesía en el presente más allá del gusto literario, de la pose estética? Creo que de algún modo la película no termina de resolver esta cuestión, y por ese motivo su morosidad no actúa como cuestionadora del relato ni como interpelación al espectador, sino como reposición acrítica de un momento clave de la narrativa nacional. Las fantasmáticas, las apariciones, los espejos, los sueños son, en los mejores momentos del cine, cuestionamientos a los imaginarios afianzados y a los sentidos comunes. Ya vengan de la mano de Lewis Carrol, Raúl Ruiz o de Miyazaki. Cornelia frente al espejo no parece inscribirse en ese mismo espacio crítico.