Entre el cine, la literatura y el teatro
Inspirado en un cuento de Silvina Ocampo, este primer film de ficción del documentalista Daniel Rosenfeld es una rara avis del panorama local, que aborda el desafío de pasar una historia del texto a la pantalla grande.
A la sombra de su hermana Victoria, de su esposo Adolfo Bioy Casares y de su compinche Borges, la literatura de Silvina Ocampo adquirió en las últimas dos décadas una merecida valoración. Sin embargo, con la excepción de un par de telefilms y del frustrado proyecto de La casa de azúcar, el cine aún no reparó en sus cuentos fantásticos.
Bienvenida, por lo tanto, la riesgosa propuesta de transponer a las imágenes el cuento Cornelia frente al espejo, a cargo del documentalista Daniel Rosenfeld (Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos; La quimera de los héroes), por primera vez embarcándose en la ficción. Riesgosa, porque la adaptación reposa en su origen literario, apoyándose en el libro original de forma similar a cómo se expresa en el papel. Semejante pasaje de la literatura al cine, donde este último nunca esconde su génesis impura, conlleva a otros riesgos que se manifiestan desde la solemnidad y gravedad con las que se transmiten los textos.
Efectivamente, Rosenfeld aúna literatura y cine para contar la intención suicida de una mujer, quien llega a una casona para cumplir con su propósito. A partir de allí, un trío de personajes fantasmales alteran el objetivo de Cornelia (Eugenia Capizzano), acaso retardando su cometido, tal vez explorando las consecuencias del propósito inicial como si ya se hubiera cumplido.
Dentro de esos climas asfixiantes –que también le deben a la "teatralidad" que señala el encierro de la protagonista–, Cornelia frente al espejo invoca a Lewis Carroll y su Alicia en el país de las maravillas, fusionando lo "real" con un espacio onírico que tampoco disimula sus características procedentes del surrealismo.
Pero acaso el inconveniente mayor que transmiten las imágenes de esta rara avis del cine argentino se encuentre en la presuntuosidad misma de la propuesta, en la extraña sensación de estar observando una excelente versión teatral de un gran cuento, que parece concebido por un excelso taller literario con los mejores alumnos como protagonistas centrales y secundarios. Y allí, en ese punto tan específico, es donde el cine pierde la partida, sometido al carácter imbatible del texto original, a la estupenda protagonista y al sutil acompañamiento de un trío coprotagónico de raíces espectrales.