Daniel Rosenfeld llevó al cine el mundo literario de Silvina Ocampo con belleza, poesía y riesgo.
Inocencia y crueldad se mezclan en un espacio que atraviesa el tiempo, encerradas dentro de un espejo que busca un sujeto para soñar, hablar y querer morir. Cornelia mira el mundo desde un umbral entre la realidad y la imaginación, un estar más acá de los objetos que son mucho más que cosas quietas, una liberación a través de las palabras. Cornelia es todo decir, es un ser hecho de su propia voz y de las voces de los otros, que rebotan en las paredes de una casa majestuosa y derruida, que expresan relaciones difusas, como estancadas.
Cornelia frente al espejo es una película basada en el cuento de Silvina Ocampo. El director, Daniel Rosenfeld, en su primer largometraje de ficción, se atrevió a llevar al cine la obra de la gran escritora argentina con el texto original, las mismas frases, los diálogos, los silencios. Una decisión arriesgada por las dificultades de esa transposición que en los primeros minutos ya quedan de manifiesto. El punto frágil de la película es que esos diálogos de la literatura no resultan del todo creíbles llevados al cine, el traspaso no puede evitar cierta inadecuación. Pero esa debilidad queda en segundo plano cuando aparece toda la fuerza del texto maravilloso de Ocampo, la poesía que expresa cada frase, la enorme belleza de las imágenes que la acompaña y el gran trabajo actoral de Eugenia Capizzano.
La película se vuelve una ceremonia porque transita ese camino alejado del realismo, de las explicaciones repetidas para detenerse en los detalles, como los primeros planos de los objetos, siempre protagonistas en la obra de Ocampo. El relato está narrado a través de referencias a la autora, estudiadas y cuidadas alusiones a los temas que más se relacionan con la escritora: el misterio, la resistencia a la normalidad, la muerte, lo extraordinario en medio de la vida cotidiana, el lenguaje y los personajes que todo el tiempo están cruzando la frontera de la realidad. "Siempre jugué a ser lo que no soy", dice Cornelia para dar cuenta de una identidad compuesta de multiplicidades.
Cornelia primero habla con el personaje que interpreta Eugenia Alonso, luego con una niña, con un ladrón (Rafael Spregelburd), y con un supuesto viejo amante (Leonardo Sbaraglia). Todos personajes construidos a la sombra del misterio, que podrían estar vivos o muertos, como fantasmas dentro del espacio interno que conforma la casona que los enmarca, una construcción antigua que recuerda a Villa Ocampo. La protagonista busca el suicidio, pide que la maten, quiere irse. "La felicidad, la falta de obstáculos, no me parecen indispensables para desear vivir", dice él en un diálogo encantador sobre las razones para morir.
La película se vuelve una experiencia poco habitual para el cine nacional, que tal vez poco a poco comienza con más firmeza a animarse a ofrecer esta clase de películas hechas de sutilezas.