Un cura estepario Al igual que en su último opus, The Hater (Sala Samobójców: Hejter, 2020), el realizador polaco Jan Komasa construye en Corpus Christi (2019) un film desgarrador y visceral sobre la violencia que anida en la naturaleza humana y el engaño como forma de socialización, asimismo analizando la vocación sacerdotal y la necesidad de ofrecer oportunidades a aquellos que cometieron un error. Tras conseguir salir en libertad condicional del reformatorio juvenil para trabajar en un aserradero como carpintero en el otro extremo del país gracias a su buena conducta y los lazos construidos con el párroco de la institución, Daniel (Bartosz Bielenia), un joven de rostro incisivo y rasgos afilados de veinte años, se hace pasar por un sacerdote para intentar escapar del arduo trabajo aprovechándose de una confusión al llegar a la pequeña comunidad. A pesar de no tener ninguna prueba que acredite su condición, Daniel es dejado al frente de la parroquia local durante la ausencia del vicario oficial, generando bastante revuelo con sus ideas y atípicos sermones y sus acciones inesperadas para el comportamiento eclesiástico. Rápidamente, Daniel descubre en su nueva identidad que la comunidad está sumida en la congoja y la ira debido a un terrible accidente fatal en pleno centro de la ciudad como consecuencia de una colisión entre dos autos en la que murieron los seis involucrados, un hombre adulto que iba solo y un grupo de cinco jóvenes que venía de una fiesta. En el lugar del accidente los familiares han montado un gran altar conmemoratorio con los fotos de los jóvenes fallecidos, pero no han permitido que la víctima del otro auto, un hombre conflictivo, tenga su memorial ni sea enterrado en el cementerio junto al resto. Daniel se pone del lado de Eliza (Eliza Rycembel), la hermana de uno de los jóvenes fallecidos, que deplora la actitud discriminatoria de su madre y del resto de los familiares y la hostilidad de algunos de éstos ante la viuda del hombre fallecido, tomando acciones para que el entierro se lleve a cabo a pesar de la negativa de la comunidad y las amenazas. Ante la hostilidad del alcalde y de los familiares, Daniel mantendrá su cruzada en contra de la estigmatización y del odio para lograr que la comunidad logre sanar la herida que amenaza con devastar el corazón de la ciudad, aunque se arriesgue a que su fachada quede expuesta. La libertad condicional de Daniel es, más que una oportunidad de reinsertarse, una huida de una pelea a muerte con otro recluso que tiene una inquina personal contra él, pero el protagonista utiliza esta oportunidad para redimirse ante él mismo ayudando a la comunidad a comprender que una sociedad se construye perdonando pero no olvidando, ofreciendo así una lección a los políticos y los familiares devastados por la pérdida que se sumergen en el odio para sostenerse en pie y levantarse por las mañanas. Si por un lado la aceptación y el éxito de los sermones de Daniel demuestran la incapacidad de la Iglesia para adaptarse a los tiempos que corren, siempre abroquelándose en sus antiguas instituciones y prácticas, la picardía de Daniel ante la comunidad propone que son los preconceptos los que marcan el lugar en el que la sociedad coloca a los individuos, dado que el respeto que recibe como sacerdote es inversamente proporcional al que los trabajadores del aserradero reciben de parte de la comunidad. Precisamente el protagonista se define como cura cuando Eliza lo maltrata al considerarlo un joven más sin futuro proveniente del aserradero. Con su ardid Daniel pasa de ser una escoria que trabaja en el aserradero, un emprendimiento que utiliza trabajo semi esclavo a instancias del alcalde, a ser un eje de la aquiescencia y la estabilidad comunal en una operación de transformación comprobable en la actitud de Eliza. La movida de Daniel es claramente una herejía, una interpelación de los dogmas de la Iglesia desde la práctica de los marginados que hace carne el discurso vacío eclesiástico de la pobreza para enfrentarlo a la realidad, al verdadero discurso del excluido, en este sentido el guión es deudor de la obra El Queso y los Gusanos: El Cosmos de un Molinero del Siglo XVI (Il Formaggio e i Vermi: Il Cosmo di un Mugnaio del ‘500, 1976), de Carlo Ginzburg, uno de los textos más importantes de la corriente historiográfica denominada microhistoria, que recupera dramas dejados de lado por la historia oficial para construir una historia de las clases populares. Si las escenas del comienzo y el final marcan una violencia dura aunque típica de las instituciones carcelarias, la violencia simbólica que soportará el personaje durante todo el film y la violencia social de la comunidad no serán menores. Las mentiras sumergen al personaje en la comunidad pero también lo alejan de ella, transfigurando su posición de embaucador en redentor, sacrificando su nuevo rol adquirido y su capital simbólico por la sanación de la comunidad. El mayor éxito del film es transponer la cuestión de lo sagrado y lo religioso a partir de la sanación de una comunidad dañada por la pérdida que es intervenida por otro sujeto dañado que busca en el ejercicio del sacerdocio no sólo una redención, sino más bien una transformación de su vida. Definitivamente la existencia de Daniel quedará transformada en un ejercicio metafórico en el que su cuerpo se convertirá en el cuerpo de Cristo, del crucificado, del hombre sacrificado por la comunidad para expiar los pecados de todos. Jan Komasa logra una gran tensión en cada una de las escenas del film en base al guión lacónico del galardonado escritor polaco Mateusz Pacewicz, guionista de The Hater, y a las sonrisas desconcertantes y desafiantes de Bartosz Bielenia, develando los misterios sobre la vida del protagonista en momentos inesperados que ponen a Daniel entre la espada y la pared para ofrecer una visión de las penurias y las vidas arruinadas de los jóvenes confinados en los reformatorios, instituciones de encierro que fallan en su tarea de reinsertar a los individuos en la sociedad. El director de Varsovia 44 (Miasto 44, 2014) conduce así al espectador ante la transformación de este delincuente juvenil en un sacerdote que cambia las vidas de una comunidad empatizando pero también enfrentándose a la ira que ellos sienten ante la pérdida de sus seres queridos. Bielenia compone brillantemente a un joven de gran complejidad en su carácter, capaz de movilizar a una comunidad en pos de sobreponerse de la pena y la cólera, pero también de matar, un joven adulto sin adolescencia, sin futuro, que vive la vida como se le presenta, intentando sobrellevar su carga. A diferencia del protagonista de The Hater, Daniel actúa sin premeditación, creyendo en sus buenas intenciones, en su vocación de liderazgo, pero engañando con su condición. En la fotografía de Piotr Sobocinski predomina un gris melancólico y deprimente, un trabajo sobre la imagen que se funde con la interpretación de Bielenia, un joven quebrado tempranamente por la vida que busca en los intersticios un camino hacia la supervivencia, pero también hacia la redención de sí mismo y de la comunidad que sin proponérselo termina liberando de su carga, convirtiéndose en el cordero. Basada en un episodio real ocurrido en Polonia, Corpus Christi expone las estructuras e instituciones de las pequeñas comunidades ante las crisis producto de las tragedias, abierta a nuevas influencias, nuevas corrientes y modalidades de liderazgo como las que propone Daniel con su taciturna pero carismática personalidad, que genera atracción pero también zozobra e inquietud. Extraordinariamente dirigida e interpretada, la película hace colapsar los dogmas y coloca al espectador ante sus propias penurias para repensar el concepto de pérdida y de sanación, proponiendo que el primer paso es el enfrentamiento del individuo con su propio odio para encontrar el perdón en su corazón.
Si llevar un buen matrimonio es como comer una naranja, o un ogro es como una cebolla, entonces tranquilamente ir al cine puede ser como ir a misa. En este caso repetimos este usual sentimiento cinéfilo no para enaltecer la experiencia cinematográfica, sino más bien para apuntar a que ambas ceremonias (ocurra en una la sala de cine o en una iglesia) tienen un objetivo en común: enmarcar con solemne importancia algo tan intrascendente como lo humano. Sea un hombre repartiendo pan y vino, o un relato audiovisual polaco sobre el concepto de justicia. Corpus Christi es una celebración cristiana que apunta a «proclamar y aumentar la fe» celebrando la Eucaristia, o el imbuir elementos ordinarios como pan o vino de significado representando al cuerpo y sangre de Jesús. Mucha religión junta sí, pero a eso apunta la película. El lugar del pan y vino lo va a ocupar un joven ex convicto que terminará pretendiendo, no ser sangre de carpintero, pero sí un sacerdote perfecto para la iglesia vacante de un pequeño pueblo polaco. Quizás su mayor fortaleza es ser una historia que se aleja casi en todo momento de la película que ya se arma en nuestra cabeza cuando escuchamos su premisa. Su protagonista va aprendiendo a vivir en su nuevo rol, cuidando de que nadie lo descubra y al mismo tiempo intentando cumplir su sueño de la mejor manera entre el peligroso pasado que lo persigue en un pueblo simpático pero con cicatrices. A pesar de estar repleta de elementos de la fe cristiana, es más un visor por el que la película aprovecha para lidiar con distintas temáticas mucho más «acá» que la religión en sí misma. Sería complicado que no lo vean desde ese lugar en Polonia, siendo un país tan extremadamente católico y tradicional. Es en ese molde cultural donde surge este valioso relato acerca del perdón, la redención y la injusticia. El protagonista no podía ingresar verdaderamente al sacerdocio por su condición de ex convicto (a pesar de ser una religión que gira en torno al perdón), tal y como el cristianismo le exige a sus sacerdotes el celibato a pesar de que el origen de su religión nace del hecho de que su Dios tuvo un hijo. La cinta señala directa o indirectamente varias de estas discrepancias que surgen no sólo en la religión que tan rigurosamente marca todavía el camino de Polonia sino también esa perspectiva tradicional que los limita como resultado. No utiliza el humor explícito, aunque sí denota con guiños que siempre sabe de lo que está hablando, y a pesar de tratar con seriedad los dramas de sus personajes nunca pisa el terreno melodramático que uno podría temer por su nominación como Mejor Película Extranjera en los Oscars. Aunque sí podemos concluir por su paso por los festivales de Venecia y Toronto que es un drama bastante maduro en su sentimentalismo. Los grandes eventos que marcaron a fuego la vida de sus personajes ya se encuentran en el pasado, y es el duro trabajo de procesarlos (intencionalmente o no) lo que va a ocupar el groso de acción en pantalla. Es a grandes rasgos una película sobre accidentes, víctimas y sociedades que desesperadamente necesitan culpables, sin importar el precio que terminen pagando los elegidos. Los reflectores se los lleva con justicia la excelente actuación de Bartosz Bielenia en el papel protagónico, interpretando a un joven caótico, confundido y tan débil o feroz como un perro callejero. Aunque es imposible no destacar principalmente la labor del director Jan Komasa y el guionista Mateusz Pacewicz, que crean dos mundos tan interesantes de forma muy efectiva tanto en ese reformatorio juvenil en el que tan poco tiempo pasamos como en el pueblito que sirve como escenario principal de la trama. Cada historia de sus personajes refuerza y complementa tanto la del protagonista como la de los demás, acercándonos de a poco a las conversaciones que la película busca generar cuando dejemos la butaca. Es un film entretenido y emocionante sin recurrir necesariamente a carcajadas ni llantos. A simple vista puede parecer que carece un poco de esa cualidad pochoclera que pedimos tanto a la hora de justificar una travesía al cine, pero definitivamente es un excelente rato que vale la pena para cualquiera. Seas religioso, ateo, estés actualmente en un reformatorio o especialmente si encontraste esta reseña googleando «cómo fingir ser cura».
La vida no es no es nada fácil para Daniel en el reformatorio donde cumple una condena por un crimen cometido años atrás. Nominada al Oscar a Mejor Película Internacional en la edición pasada, Corpus Christi arranca con un brutal plano secuencia –toda una especialidad del cine europeo con pretensiones– que muestra cómo se arreglan las cosas allí entre los jóvenes: a los golpes, con humillaciones tortuosas a espaldas de los guardias. Daniel participa con la complicidad de su silencio, acumulando una rabia que canaliza durante las particulares ceremonias religiosas que propone el párroco del reformatorio. Daniel se siente atraído por el universo católico, tanto como para insistirle al cura por un lugar en un seminario, algo imposible dada la huella en el prontuario que significa su encarcelamiento. Son las vísperas de su salida en libertad condicional, y como único horizonte asoma un trabajo en una maderera ubicada en un pueblo en la otra punta del país. Un pueblo atravesado por una tragedia reciente que dejó como saldo la muerte de varios jóvenes del lugar. Como el párroco local está a la espera de un reemplazo temporal, apenas se asome a la iglesia y le diga a una jovencita que es un cura, Daniel termina haciéndose cargo de las misas y las confesiones. Poco importa que no tengo idea de cómo son los rituales. Lo suyo es un particular método de expiación casi perfomático que incluye gritos y lágrimas. Lentamente irá removiendo las heridas sin cicatrizar de aquel accidente, alterando la aparente tranquilidad de una comunidad que, como le dicen en un momento, intenta salir adelante. La película de Jan Kamasa (el mismo de Hater, estrenada en Netflix el año pasado) es inicialmente tanto o más enigmática que su protagonista (eléctrica interpretación de Bartosz Bielenia). Un relato seco y distanciado, de observación vaciada de emociones, centrado en cómo Daniel va permeando la dinámica colectiva del pueblo, con sus habitantes cargando cruces más pesadas que la del propio Daniel. Una cruz que para él que, con la forma de un hombre vinculado con su pasado que regresa, se hace más insoportable que nunca, poniendo en peligro su nueva vida. Hay dos mitades muy claras dentro de Corpus Christi Una trata sobre la fe, el perdón y el peso de la culpa en un hombre que vive cuestionándose y pregona la puesta en duda por el sentido la existencia, en línea con las muy buenas Calvario y First Refomed. A medida que las secuelas del accidente vayan cobrando protagonismo, el relato vira hacia el policial y la sensación de encierro de Daniel ante las presiones del alcalde para que deje las cosas como están. La película, en sus mejores momentos, es una apasionante reflexión sobre la dualidad, sobre las tensiones entre odio y compasión, entre penitencia y redención. No le hubiera venido mal a Corpus Christi una mayor capacidad de concentración, una voluntad férrea de mantenerse en el lugar de ambigüedad filosófica, algo que deja de lado cuando abrace los tópicos de los policiales y de las situaciones con resonancias sociales.
El protagonista de Corpus Christi es un chico que anda medio perdido. Está internado en un reformatorio, no se le conoce familia y uno de sus compañeros vuelve al lugar para vengarse de una cuenta pendiente. Thomas ayuda al párroco durante las misas: es lo más parecido que exhibe a una vocación. El tipo le consigue un trabajo en el aserradero de un pueblito y lo invita a que le dé una mano al cura. Cuando llega, algo desorientado por el viaje, envalentonado por las humillaciones, Thomas se hace pasar por cura y tiene que reemplazar por un tiempo al párroco. Ahí descubrimos que la película está igual de desorientada que él. En la primera escena se ve a los internos del reformatorio agarrando a un chico para atormentarlo unos segundos mientras una especie de instructor sale de la habitación. La cámara se mueve rápido y muestra cómo a Thomas lo mandan a vigilar la puerta mientras adentro se desenvuelve la tortura. La película parece querer hablar de la crueldad de la juventud y la dureza de la vida: la agilidad de la planificación y que todo transcurra en un pequeño aserradero hace acordar a El hijo, de los Dardenne. Pero el guion pasa enseguida a narrar la llegada del protagonista al pueblo y ahí todo cambia: la sordidez y la brutalidad del encierro dejan paso a otra cosa, algo que podríamos llamar una película-de-curita-rural, un cine más bien sereno en el que las tensiones, incluso las más terribles, se resuelven de manera más o menos contenida. La parroquia, la casa del cura local, las callecitas del pueblo, el silencio y el sol del campo: la transformación es total, del terreno de los Dardenne nos llevan a los dominios de algún otro director más discreto, y un poco lo agradecemos. Pero Jan Komasa anda medio fuera de eje. Ve algo nuevo, se entusiasma y deja lo que estaba haciendo para probar otra cosa. Ahora el relato del falso cura en la campiña muta en un cuento de pueblo chico infierno grande, y Thomas ya no es un impostor que busca su lugar en el mundo sino un rebelde que debe descifrar la trama de engaños dispuesta alrededor de un accidente en el que murieron varios chicos del lugar. La hija del párroco le hace ojitos y con eso alcanza para que Thomas cobre ánimos y se atreva a disputar la autoridad nada menos que de la tiránica esposa del cura y del alcalde de la región. Pero no es que Corpus Christi se entregue a algún tipo de deriva, que haga del extravío un dispositivo estético que permite renunciar a un programa narrativo claro. Lo de Komasa parece una confusión más bien simple, sin demasiado espesor, poco productiva. El tipo se mueve un poco como Thomas, a los tumbos, sin un rumbo preciso, oliendo el aire en busca de alguna pista y viendo hacia dónde puede dirigirse después. No es que Corpus Christi esté, digamos, atenta, o abierta; es solo que no sabe, que no tiene idea. Thomas juega al detective hasta que todo se le viene encima: los poderes del pueblo se cierran sobre él y sobre su pesquisa, la chica que le gusta adivina que esconde algo, el viejo párroco está por regresar y para colmo en el aserradero aparece de un momento a otro uno de sus antiguos compañeros del reformatorio que procede a la extorsión y las amenazas de rigor. Entonces, al final no hay ni retrato crudo de la vida de un joven recluso (con las miserias dardennianas de ocasión), fresco religioso-campestre amable con nuestros sentidos, relato con aires detectivesco que nos sumerja en una intriga ni cuento con moraleja sobre una demorada rebelión rural. O, mejor, está todo eso junto, metido a presión y formando un monstruo con varias cabezas de las cuales ninguna piensa demasiado bien.
Tratando de llegar a la frontera, un fugitivo se disfraza de cura, pero por esa vestimenta una pequeña comunidad lo confunde y lo obliga a brindar los servicios que se esperan de un religioso verdadero. Esa es la base de “Carlitos predicador”, con Charles Chaplin, y tantas comedias que le siguieron. En el drama polaco que ahora vemos, la diferencia es que el fugitivo, un jovencito, no ve la sotana como un disfraz. Él realmente quiere ser sacerdote, se asume como tal frente a sí mismo en primer término. Y toma para sí el nombre del cura del reformatorio de donde viene, el hombre que le enseñó que cada cristiano es un sacerdote de Cristo. Lo difícil es ser un cristiano de alma, aunque vaya todos los días a misa. El pueblo al que llega llora la muerte de seis jóvenes en un accidente de tránsito, y descarga su amargura en un conductor que también murió, y en su viuda. Con el tiempo, y la orientación de este curita vocacional, algunos de los que transformaron su dolor en odio terminarán reconociendo su parte de culpa y su actitud mezquina. El problema es que el perdón, la generosidad, la comprensión del otro, no están, o no se cumplen, en el reformatorio adonde el muchacho debería volver, y donde impera la ley de los puños. Tampoco en otros lados, aunque el alcalde del pueblo, bien político, y el cura titular, viejo y enfermo, saben dar una mano. “Corpus Christi”, como película, tiene algunos tramos apagados, ausencia de ciertos gestos claves en la vida litúrgica, situaciones inverosímiles (¿será que en Polonia los curitas recién salidos del seminario se largan a vagar por cuenta propia en busca de alguna parroquia?), pero resulta inquietante en varios sentidos, movilizadora en el último tercio, y tiene un protagonista de mirada intensa, Bartosz Bielenia, que sabe ponernos en la piel, tatuada por las pandillas, de su personaje. Muy adecuado el título, cuerpo de Cristo. Director, Jan Tomassa, de quien acá se ha visto, en funciones especiales, “La sala de los suicidas” y “Varsovia 1944”. Guión, Mateusz Pacewicz, inspirado en un hecho periodístico.
Cuando los pecadores buscan el perdón pero no el olvido El tercer largo de ficción del polaco Jan Komasa es de una contundencia conmovedora y sin duda merecía haber ganado el Oscar el año pasado. Su protagonista Bartosz Bielenia es una absoluta revelación. Cuando una película nos atrapa en todo momento, nos conmueve profundamente, nos shokea y nos hace pensar mucho después de verla; es que estamos frente a una obra por lo pronto, singular. De un contenido tan especial como para plantearse -o replantearse- asuntos que tienen que ver con la conducta humana, la pasión religiosa –si la hubiera- , la sensación de culpa y la necesidad de buscar la verdad. Todo eso fusionándose entre la razón y los sentimientos. Daniel (Bartosz Bielenia) es uno de los convictos en un reformatorio e internado religioso. No sabemos nada de su pasado, salvo que tiene una pica con Pinczer (Tomasz Zietek) otro recluso, y una cuenta pendiente con Bonus (Mateusz Czwartosz), un gigantón que retorna al internado y atemoriza a todo el resto. (A lo largo de las distintas peripecias que vive Daniel en este relato, deberá cruzarse, muy a su pesar con estos dos descarriados). En los ratos libres del correccional, el Padre Tomasz (Lukasz Simlat) reúne a un grupo de reos y entre juegos dramáticos y charlas les dice: “Cada uno somos Sacerdotes de Dios”. Daniel, que concuerda con esa imagen, es además el encargado de comenzar los cantos religiosos, seguido luego por sus “compañeros”. Uno de esos días obtiene la Libertad Condicional y lo transfieren a un aserradero del otro lado del país. Su última noche se la pasa en un boliche, tiene relaciones con una chica, bebe, se droga y a otra cosa. Cuando llega al destino prefiere dar la vuelta y mirar el paisaje. Prende un cigarrillo mientras piensa y medita. En lugar de presentarse en el aserradero, descubre un pueblo cercano y allí se dirige a la iglesia a rezar y averiguar qué puede pasar. Entabla una charla con una muchacha que está en la nave rezando. Daniel se presenta como un sacerdote (hecho que por mas creyente que sea y pupilo y monaguillo de experiencias previas, no lo convierte per se) por lo cual esta chica Eliza (Eliza Rycembel) lo conduce a la sacristía donde se encuentra el ya veterano clérigo del lugar (Zdzislaw Wardejn) quien justamente está a punto de irse a otra localidad y lo confunden con su reemplazo. Se hace llamar Padre Tomasz (usurpando de algún modo el rol y el nombre de quien fuera su guía en el reformatorio) y comienza así un camino en el cual irá conquistando de alguna manera el sentimiento y el corazón de la mayoría de los feligreses del pueblo. Ya sea confesándolos, mientras él les va leyendo las oraciones y rezos desde su celular (uno de los símbolos del tiempo), o releyendo partes de La Biblia antes de su primera Misa oficial. O enterándose de la gran tragedia que vivió ese poblado hace un año: un accidente automovilístico en el que perecieron seis habitantes del lugar. Pero así como Daniel –recordemos un sacerdote “trucho” pero no falso- va adquiriendo cierto poder espiritual en esa comunidad, en algún momento deberá enfrentarse al verdadero poder de la comarca, el alcalde Walkiewicz (Leszek Lichota), quien no ve con buenos ojos que el nuevo párroco investigue cuestiones de aquella tragedia. Para Daniel todo son pequeños o grandes desafíos. Con la realidad, lo concreto y lo cercano. El tiene su propia visión más allá de dogmas y tradiciones. Prefiere simplificar ciertas creencias dentro de las estructuras edilicias del templo. “Dios también está en la calle” les espeta durante una misa. El llegó para sacudir estructuras anquilosadas, para despertarlos y hacerles abrir los ojos. Es concreto y toma decisiones que otros no se atreven. Cuando reaparece Pinczer -el ex convicto del reformatorio que trabaja ahora en el aserradero- su status quo se desmorona ¿Es que el pasado lo condena? Jan Komasa trabaja con suma inteligencia cada instante, cada diálogo, cada encuentro entre los distintos personajes. Y a partir de allí van apareciendo preguntas y ciertas respuestas donde se entremezclan cuestiones que tienen que ver con la culpa, el castigo, el perdón, la memoria, el deber y el pecado. Narrado como si fuera un thriller calmo y bucólico. Su principal herramienta es sin duda el “pseudo” Padre Daniel, ejercido con una expresiva pasión a cargo de Bartosz Bielenia (este rol le ha valido una larga ristra de premios), de una presencia ineludible, una mirada profunda y una voz firme y confiable. Y Komasa al igual que con su siguiente protagonista, que también se llama Tomasz, un millenial trepador en Hater (2020) –que se puede ver en la Plataforma Netflix- , pone a los dos como personajes absorbentes e “invasores” en una sociedad dada, que cada uno a su manera, manipulan a (y se interrelacionan con) sus semejantes con un celular para utilizarlo como medio o como fuente para sus mensajes. Uno por el Odio, el otro por el Amor. Pero en definitiva los dos usurpando en cierta forma, una personificación que no les pertenece. Superpremiado en Brasilia, Chicago, Toronto, Bordeaux, Minsk, Palm Springs, Estocolmo, y entre otros festivales en Venecia; Komasa debió haber recibido por Corpus Christi (2019) el Oscar al Mejor Film Extranjero el año pasado. Sería por demás interesante conocer el resto de su filmografía que incluye ficciones como Sala samobójców (Habitación del suicidio, 2011) y Varsovia 1944 (2014) como los documentales Splyw (2007) y Powstanie Warszawskie (La insurrección de Varsovia, 2014). Por méritos más que suficientes, Jan Komasa ha ascendido al podio de los más destacados e interesantes realizadores polacos contemporáneos.
Daniel, un joven de veinte años, experimenta una transformación espiritual mientras vive en un Centro de Detención Juvenil. Quiere ser sacerdote, pero esto es imposible debido a sus antecedentes penales. Cuando es enviado a trabajar a un taller de carpintería en una pequeña localidad, a su llegada se hace pasar por sacerdote y termina haciéndose cargo de la parroquia del lugar. La comunidad local, desarmada por una tragedia reciente, encontrará en el joven la posibilidad de empezar a cerrar sus heridas. Jan Komasa es conocido por haber estrenado un año después de este film la película Hater (2020) una mirada bastante despareja sobre las redes sociales y las noticias falsas. Aunque aquí mantiene el tono más local, sus ideas son igualmente desprolijas. Pasa de la sofisticación a la obviedad sin escalas. Todo el tiempo amenaza con volverse una película insufrible pero consigue esquivar la sensiblería en pos de una búsqueda más rebelde, más provocadora. En esa provocación la película logra llamar la atención, pero eso no la hace de ninguna manera una gran película, solo es un título con momentos incómodos y algunos interrogantes sobre los que nunca profundiza.
Es un film inspirado en hechos reales, escrito por Mateusz Pacewicz, dirigida por el polaco Jan Komasa con un protagonista excepcional, Bartosz Bielenia, de una expresividad y una entrega conmovedora. La historia de un joven recién salido de un reformatorio, en el principio se muestran escenas brutales y una misa, mas el deseo rechazado del joven de ingresar a un seminario religioso, que por una impostura y una casualidad queda a cargo de la parroquia de un pequeño pueblo el rol de sacerdote. Y a partir de esta situación se hace cargo de los problemas de la comunidad, se empeña en resolver los conflictos surgidos de una accidente terrible, se enfrenta al poder del intendente, de la policía, de los influyentes del lugar y comienza una verdadera revolución que sacude los cimientos de la comunidad. No hecha a los mercaderes del templo pero su inspiración pagana y religiosa, de pecador y redentor al mismo tiempo toca temas de la culpa, el castigo, la piedad, la aceptación, el sacrificio. Interesantísima película, por momentos oscura e incómoda, siempre desafiante y disruptiva. Hay que verla.
"Corpus Christi": el santo pecador El realizador polaco narra una vez más el ascenso de un oportunista con esta parábola que el año pasado compitió por el Oscar al Mejor Film Internacional. ¿Puede creerse que un tipo cualquiera, sin el menor conocimiento de teología o del dogma, se convierta en párroco de un pueblito y se gane el cariño de sus habitantes, por el sencillo expediente de vestirse de cura? Habrá que creerlo: dicen que en Polonia esa clase de personificaciones sucede con cierta frecuencia. Nominada en la terna del Oscar 2020 al Mejor Film Internacional, Corpus Christi narra, como la posterior del realizador polaco Jan Komasa (The Hater), el ascenso de un oportunista. Aunque en esta ocasión la moral del héroe se presenta más matizada: quizás después de ponerse la máscara, ésta empiece a volvérsele piel. Presentada en el Festival de Venecia en setiembre de 2019, Corpus Christi se estrenó en Estados Unidos en febrero de 2020. Y ya se sabe que para los Oscars, lo que importa es el lanzamiento local. Rápido, unos meses más tarde Komasa ya tenía lista la siguiente, de modo que Netflix estuvo en condiciones de poner The Hater online a fines de julio del año pasado. La de Daniel (Bartosz Bielenia) es la clásica historia del pecador que se convierte al evangelismo. Aunque Daniel no se convierte, y tampoco se trata de evangelismo. Recluso en un centro de detención juvenil, el padre que dirige el centro le permite salir por buena conducta, destinándolo a trabajar en un aserradero, en un pueblito alejado. La perspectiva de aserrar todo el día no resulta demasiado atractiva. Daniel saca de su equipaje una sotana con su respectivo collarín, como quien saca un tubo de desodorante, y toma el lugar del cura de la aldea, internado por alcohólico. Dar misa o confesar a un parroquiano no son cosas del todo sencillas para un lego, pero con un par de navegaciones en Google no hay nada que no se resuelva. La comunidad hace duelo por un reciente accidente de tránsito, que ocasionó la muerte de seis jóvenes. En realidad hay un séptimo: el hombre que los atropelló, según se cree en estado de ebriedad, por lo cual su viuda ha sido segregada. Daniel se interesará por ella, tal vez por identificación o quizás por auténtica caridad cristiana. Esa caridad que las autoridades eclesiásticas ya no suelen practicar. Como Hater, Corpus Christi es una fábula sobre máscaras y roles sociales. El protagonista del film siguiente invierte el recorrido del (anti)héroe: se trata de un chico ingenuo del interior que aprende a convertirse en el más despiadado espía y chantajista informático. “Es una parábola”, nos recuerda la intervención de un creyente en Corpus Christi. Comprendido, ¿pero cuál es su sentido? Digamos que no tiene un único sentido. Está la idea de que un no creyente puede encarnar el dogma con más fe que un hombre de fe. Con más intensidad, desde ya: Daniel predica misa haciendo una especie de pogo eclesiástico, muy parecido al que practica por las noches, bajo los efectos de la cocaína. ¿Es Daniel una especie de santo pecador? En cierta medida y en la debida escala, ya que no se somete a sacrificios personales ni practica milagros. Pero sí le tiende una mano a esa suerte de María Magdalena que es la viuda Ewa, algo que su antecesor no había hecho. Dejando de lado algunos tópicos de los que echa mano el guion, lo más interesante de Corpus Christi es justamente esta clase de ambigüedades éticas y prácticas, esta clase de preguntas que Komasa y el guionista Mateusz Pacewicz (el mismo de Hater) prefieren formular antes que responder. Como profesionales de fe, resisten también la tentación de narrar una historia de redención, cuando todo parecía servido para ello.
LOS SIMULADORES Una de las tramas posibles de Corpus Christi de Jan Komasa es la simulación. Como tema, excede a lo religioso. Hace unos cuantos años Lawrence Kasdan planteaba algo similar en Mumford (1997). Aunque menos solemne, la historia de un tipo que se hacía pasar por psicólogo en un pueblo, básicamente metía el dedo en la llaga de modo similar: ¿hasta dónde los discursos y los dogmas tienen fuerza de convicción? ¿No depende todo en definitiva de esa categoría abstracta llamada fe? Pero si en Kasdan había atisbos de comedia, en Komasa todo es serio, terrible y cruel, como suele esperarse de gran parte del cine europeo contemporáneo, ese que invita a pensar y a sufrir. El protagonista es un joven llamado Daniel que vive en un reformatorio dirigido por un sacerdote. La vida allí se muestra desde el inicio con una doble moral, que será un rasgo recurrente en todos los rincones de la sociedad polaca. Una escena violenta es continuada con el ritual litúrgico, como si nada hubiera pasado. La iluminación que rezuma claridad parece una ironía perfecta ante la oscuridad de las situaciones. Cuando el joven es trasladado al norte con una posibilidad laboral, empieza un calvario donde aprovecha la posibilidad de hacerse pasar por cura (en la era de Google, todo se aprende). Ese proceso de simulación le permite a Komasa dar cuenta de los aspectos más sórdidos de la comunidad, desde el policía que habla de “escoria” para referirse a los ex convictos hasta los fervientes católicos que sacan a relucir las miserias apenas se los enfrenta con la verdad. Pero si la bajada de línea es lo más flojo de la película, el contraste es el misterio que se abre en el rostro de Daniel. Su mirada, sus ojos celestes y sus gestos faciales son un territorio fascinante que la cámara capta muy bien, a tal punto que participamos de las mismas dudas que el resto de los personajes en torno a la naturaleza humana o bestial del personaje, de su condición divina o diabólica. Esto es visible en varios momentos donde el pasaje del cielo al infierno es cuestión de segundos (acaso sea también ello una parábola de nosotros mismos y de la dualidad que nos gobierna). Komasa no ofrece concesiones a la hora de insertar la violencia en sus cuadros luminosos. Al parecer, esta idea de hacerse pasar por sacerdote es algo frecuente en Polonia y la película toma de referencia una base comprobable. Pero, más allá de eso, el sueño de un preso por ser sacerdote parece ser una posibilidad de no ser rechazado en un mundo que le da vuelta la cara. Por ello, una vez que Daniel se pone la sotana no hay posibilidad de juzgarlo. Primero porque genera una atracción en la comunidad, una especie de empatía que le permite introducir ciertas dosis de juventud y de frescura (el vicario al que sustituye es alcohólico). No obstante, se produce un quiebre en el vínculo cuando él quiere enterrar a un victimario al lado de las víctimas de un accidente que conmocionó a la población. Mientras que Daniel halla un camino de redención para materializar el dogma cristiano más allá de los egoísmos personales, el resto de la comunidad se rebela y saca a relucir la barbarie. La resolución es terriblemente demoledora. La luz se sigue filtrando por las ventanas, pero el barro de la humanidad está cada vez más espeso.
Con dos películas estrenadas hace poco, el nombre de Jan Komasa se instaló en la agenda cinéfila como alguien para tener en cuenta. El director polaco de 39 años se hizo conocido a nivel mundial el año pasado, cuando su película Corpus Christi, que se estrenó esta semana en Argentina, fue nominada al Oscar como mejor película internacional, además de haber tenido un aclamado recorrido por varios festivales importantes (Venecia, Toronto, Hamburgo, entre otros). El año pasado también se estrenó en Netflix su última película hasta la fecha, Hater, que generó admiración y polémica en partes iguales. Komasa trabaja con personajes a los que se podría catalogar de marginados farsantes, outsiders que fingen ser personas que no son y que, por alguna desgracia personal, han quedado fuera del sistema que tanto desean integrar. Pero no son tipos cualquiera, sino con cierto talento y carisma para hacer lo que mejor les sale: crear noticias falsas en las redes sociales (en el caso de Hater) y predicar la palabra de Dios (en el caso de Corpus Christi). En Corpus Christi se cuentan dos historias distintas que terminan uniéndose gracias al pulso narrativo de Komasa. Por un lado, está la historia de Daniel, un muchacho de 20 años que cumple una condena en un reformatorio. Por otro lado, está un grupo de padres que no puede superar una tragedia automovilística. La clave está en cómo el director funde las dos tramas sin descuidar la intensidad dramática. El resultado es una película que conmueve no solo por la sólida interpretación de Bartosz Bielenia, sino también por la cuidada puesta en escena. Daniel asume con tristeza el crimen cometido años atrás, pero quiere una segunda oportunidad en la vida. Cuando al reformatorio llega el hermano del hombre que mató en una trifulca, el cura del lugar decide darle libertad condicional y mandarlo a trabajar a un aserradero en la otra punta del país, para que no se agarren a las piñas. Pero cuando Daniel llega al pueblo, en vez de ir al aserradero, se va a la iglesia. De este modo, y después de una serie de malentendidos, se hace pasar por cura y empieza a ejercer el sacerdocio con una convicción a prueba de balas. A medida que Daniel empieza a ganar confianza en el altar, también se va metiendo en la tragedia que mató a seis jóvenes y que tiene a la gente del pueblo dolida y furiosa. En un santuario que les hicieron a los fallecidos, los padres omitieron la foto del hombre que manejaba el camión que chocó contra el auto donde iban los jóvenes. Daniel quiere darle al chofer un entierro como corresponde porque quiere que los muertos descansen en paz y que los vivos puedan seguir sin rencores ni remordimientos. Esto, por supuesto, lo enfrenta con los padres y con el ánimo del lugar. El de curas es un subgénero con una larga tradición en la historia del cine, y Corpus Christi es, sin dudas, uno de los grandes títulos recientes. Como es habitual en este tipo de películas, todo el peso de la historia cae sobre los hombros del protagonista masculino. Es decir, la actuación es fundamental, y lo que hace Bartosz Bielenia es verdaderamente extraordinario, capaz de llevar el descubrimiento de su vocación espiritual a un terreno tan inverosímil como convincente.
Basada en hechos reales, "Corpus Christi", estuvo nominada al Oscar como Mejor Film Extranjero representando a Polonia, además de ganar varios Premios en otros Festivales. La película dirigida por Jan Komasa ("Suicide Room"), escrita por Mateusz Pacewicz, e interpretada por el sorprendente Bartosz Bielenia en el rol protagónico de Daniel, relata la vida de un joven de 20 años que está en un Reformatorio por diversos crímenes de distinto tenor. Allí, además de ejercer la carpintería e involucrarse en algunas peleas, se acerca al sacerdote del lugar, quien le consigue trabajo en un Aserradero en un pequeño pueblo, cuando sale bajo libertad condicional. Pero accidentalmente, los planes cambian, y Daniel se queda suplantando al Cura del lugar, sin serlo. El papel de Padre Tomasz le gusta, quiso entrar al Seminario, pero alguien con sus antecedentes jamás sería admitido. Su nuevo rol le va quedando cada vez más cómodo. Lo que al principio lo paraliza, se siente como vocación aunque sea un pecador en su interior, plagado de malos hábitos, entre los que se cuentan las drogas y el alcohol. Comienza a dar misa, a confesar, a dar sermones sobre fe, perdón, justicia y aceptación que son valorados. No sólo intenta redimirse, sino que gracias a su llegada, comienzan a modificarse algunas situaciones en ese pueblo, o al menos eso intenta. El clima es incómodo, nunca sabemos que puede pasar o si las cosas saldrán como él espera. Podrá sostener su falso papel por mucho tiempo? Tienen que verlo. Inteligente, cruda y emotiva, con actuaciones inmensas. TITULO: Corpus Christi TITULO ORIGINAL: Boze Cialo DIRECCIÓN: Jan Komasa. ACTORES: Bartosz Bielenia, Lukasz Simlat, Eliza Rycembel. GUION: Mateusz Pacewicz. FOTOGRAFIA: Piotr Sobocinski Jr. MÚSICA: Evgueni Galperine. GENERO: Drama . ORIGEN: Polonia. DURACION: 115 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años DISTRIBUIDORA: Mirada FORMATOS: 2D. ESTRENO: 18 de Marzo de 2021 DATOS PARA DESTACAR: Nominada al Oscar por Mejor película extranjera.
Luego de La sala de los suicidas (2011), Varsovia (2014) y Hater (2020, Netflix) del cineasta polaco Jan Komasa, llega el estreno de Corpus Cristi que retoma algunos de los temas abordados en sus films anteriores: la manipulación, la hipocresía social, la falta de aceptación y el cuestionamiento a las instituciones. Basada en hechos reales y escrita por Mateusz Pacewicz, Corpus Christi narra la historia de Daniel (Bartosz Bielenia) un joven violento que cumple una condena en el reformatorio juvenil. Allí, colabora con el cura del lugar (Łukasz Simlat), un hombre al que admira y en quien se inspira para mejorar y seguir su mismo camino, algo que será imposible por sus antecedentes. Sin embargo, cuando Daniel sale bajo libertad condicional para trabajar en el aserradero de un pueblo, se cruza con una chica del lugar (Eliza Rycembel) presentándose como cura. Bajo ese disfraz que él mismo sostiene con esfuerzo, el engaño seguirá su curso y Daniel ganará una oportunidad dentro de una comunidad atravesada por una tragedia. A medida que el relato avanza subsumido por los secretos que oculta, el protagonista construye su propia puesta en escena a través de inspiradoras prédicas religiosas, al mejor estilo de un pastor evangélico, que deja al descubierto la necesidad de modificar el mensaje otodoxo institucional de la iglesia católica. Al tiempo que muestra las reacciones resistidas de los fieles que asisten, más que por la fe, para expiar sus culpas. La ruptura del status quo es un rasgo que Komaso utiliza en sus historias. En esta oportunidad, primero se muestra desde lo carcelario, y luego, dentro de esa pequeña comunidad que gira en torno a la parroquia, otorgándole a Daniel el poder de escuchar y ser escuchado, como nunca antes. Al arrastrar un pasado de rechazos, violencia y desesperanza, el protagonista lidia en su interior para redimirse, y ante esta oportunidad comenzará a desplegarse un tour de force emocional y corporal para sostener su imagen y aspirar a un mejor porvenir. Al igual que el personaje de Tomek en Hater el encubrimiento implica una farsa para acceder a un estatus social diferente; si Tomek se basó en un famoso abogado, Daniel lo hará con el sacerdote del reformatorio. La pregunta latente es si pueden escapar de su identidad, de sus raíces, y si vale la pena sacrificarse para lograrlo. La fragilidad de esa farsa como de la fe puesta a prueba, generan una tensión constante a lo largo del relato. Paralelamente, la tragedia que vive la comunidad también esconde secretos compartidos y resentimientos entre ellos, que van revelándose con desconfianza. Movidos hacia la búsqueda del perdón y la salvación, los personajes se vinculan a través de la pérdida y la culpa, generando un clima introspectivo que se enmarca con los tonos azulinos y grisáceos de los espacios que habitan; una acertada elección en la fotografía de Piotr Sobociński Jr. La buena recepción de Corpus Christi en la industria audiovisual, le valió varias nominaciones, entre ellas: al Oscar como mejor película extranjera; mejor película en los Premios Goya y el premio como Mejor Actor a Bartosz Bielenia, que supo estar a la altura de su personaje, entre otras menciones. Representante de una de las voces autorales del cine polaco contemporáneo, Jan Komasa indaga en imágenes cuestiones del orden moral, político y espiritual, a la vez que profundiza en las temáticas que ha ido explorando en relación a los comportamientos sociales, la estigmatización de clase y la desesperanza en el sistema que vivimos. CORPUS CHRISTI Boże Ciało. Polonia/Francia, 2019. Dirección: Jan Komasa. Guion: Mateusz Pacewicz. Intérpretes: Bartosz Bielenia, Eliza Rycembel, Aleksandra Konieczna, Tomasz Zietek y Leszek Lichota. Fotografía: Piotr Sobocinski Jr. Montaje: Przemyslaw Chruscielewski. Duración: 116 minutos.
La principal virtud de una película como esta, no tiene que ver con su mezcla de Cambio de Hábito+Trainspotting, al contrario, su fuerza está en cómo puede demostrar, con premisas simples, la posibilidad de transformación de un pueblo a partir de una mentira, y en donde la verdad y la honestidad emergerán para cambiar el destino de todos.
“Corpus Christi” de Jan Komasa. Critica. Bendito tu eres Llega a nuestra cartelera, la película polaca nominada al Oscar a la Mejor Película extranjera que cuestiona los límites de la fe, la redención, la culpa y el perdón, entramados en un guion que convoca a una fuerte reflexión. El estreno de “CORPUS CHRISTI” si bien viene demorado, presenta un atractivo adicional no solamente por la temática religiosa y una nueva mirada dentro de un cine tan poco ajustado a los cánones de la industria como el cine polaco, sino que además fue una de las película que el año pasado accedió a una nominación al Oscar a la Mejor Película Extranjera (que le fue arrebatado con la arrasante “Parasite” en la entrega 2020 en un año de fuerte competencia donde participaban “Dolor y Gloria” de Almodóvar y “Les Miserables” por Francia). Basada en un hecho real, la película aborda de lleno el tema de la fe y el dogma desde un punto de vista que si bien puede dialogar con otras películas similares, su director, Jan Komasa, le imprime un punto de vista particular para reflexionar sobre el sentido de “el llamado”, la construcción de la vocación –debatirá además si es algo que puede construirse o algo netamente constitutivo del individuo- y los límites de la fe. Paul Schader con “First Reformed”, el chileno Larraín en la demoledora “El Club” o el personaje de Brendan Gleeson en “Calvary” buceaban sobre los demonios de cada uno de estos sacerdotes, tratando de exorcizar en cierto modo las contradicciones que producen una fractura interior o bien tomándolo desde el humor, la rumana “Con pecado concebidos” refería desde otro lugar más lúdico a la figura del sacerdote jugando a ser Dios, Komasa (cuya filmografía es completamente desconocida para la cartelera local) vuelve sobre la alienación, la soledad y las propias oposiciones por las que transita el protagonista del filme, que se siente fuertemente atraído por el universo religioso. Como una forma de redimir sus pecados, como una manera de verse implicado en una nueva moral, Daniel, encuentra en la pasión religiosa, un vehículo dentro del reformatorio donde cumple una condena por un crimen que cometió tiempo atrás, para comenzar a construir un espacio ajeno a la violencia cotidiana. Y tanto Daniel como Komasa en la dirección, como el afilado guion de Mateusz Pacewicz no dudarán en llevar la propuesta que recorre la historia, hasta los puntos más límites. Es así como Daniel, gozando de su libertad condicional recién obtenida, se hace presente en un pueblo desolado por un fuerte tragedia y en busca de un trabajo que pueda comenzar a reinsertarlo socialmente después de su condena, se presenta en la iglesia del pueblo y es “confundido” con el reemplazo temporal que estaban esperando. Komasa habla de la construcción imaginaria de algo que evidentemente ese pueblo necesitaba para generar un movimiento de cambio y de esperanza para una sociedad que había quedado completamente devastada y presa de una fuerte desolación. Nadie se hace preguntas, nadie cuestiona absolutamente nada y rápidamente Daniel comienza a convalidarse fuertemente en un lugar que en el fondo no le pertenece, que ni siquiera conoce y que es la base para que queden expuestas todas las contradicciones filosóficas que pueden surgir acerca de la culpa, la redención, el pasado, el perdón y se cuestione la responsabilidad que implica cualquier acto de causa – efecto. Concentrados en el personaje de Daniel aparecen la violencia, el odio, la compasión, el castigo, la salvación y también la solidaridad, la empatía con el otro y la piedad, desde su faceta más natural y espontánea, sin impostaciones. Si bien el planteo es sumamente rico y tiene múltiples aristas, la mayoría de lo que “CORPUS CHRISTI” pone en terreno de duda, ya fue en algún momento trabajado por alguno de los cineastas que hemos mencionado. Pero el potencial y la fuerza de la película reside en que siempre es saludable volver sobre estos temas con una nueva mirada, enriquecedora, como en la arrolladora interpretación de Bartosz Bielenia en el papel de Daniel, un papel complejo que el joven actor aprovecha a la perfección en todas sus facetas ya que la película cuenta con dos partes bien marcadas donde tendrá que recorrer un arco de emociones diferentes. Fondo y forma se oponen permanentemente, ficción y realidad, la verdad sobre la falsa construcción, cosas que muchas veces poco importan en una sociedad que busca redimirse a cualquier precio, aun cuando en medio de todo esto haya lobos disfrazados de corderos. Dirección
TODOS SOMOS DIOS "Esta vez funciona el ... Inspirada en hechos reales... Bien al estilo de los belgas Dardenne, es una película para ver y rever, siempre te contará algo nuevo tratándose de uno de los mejores y completos films. Esta vez procedente de Polonia," El Director Jan Komasa se destaca de manera brillante, prolija e inteligente por su dirección, destacándose en la utilización del contraste e iluminación natural, generando así una narración fluida e intensa. Por otro lado, tanto la edición, como el montaje son inmejorables. Sus cortes y movimientos de cámara están muy cuidados y captan la atención del espectador de manera permanente. A través de la música, paredes blancas denotando pureza, verdes praderas relacionadas a la natural dualidad, inherente de cada ser humano, primeros planos de nuestro protagonista, focalizados en su dulce y perturbada mirada, como reflejo de nuestros propios demonios y ángeles. Así mismo, refiriéndome al guion, la trama es sumamente minuciosa, su ritmo muy atinado, consiguiendo una manera orgánica y sistemática. Colaborando además con la credibilidad y naturalidad de la historia; incluyendo al espectador para que se identifique con los personajes y que se transforme en un espectador activo. Uno de los motivos, por lo que este film funciona al manejarse de manera transversal. Por su parte, las interpretaciones, son insuperables. Conmueven con delicadeza y esmero. Los cuestionamientos con respecto a la fe y devoción mística en los personajes están muy bien expresados; logran integrar con minuciosos gestos, prolijas actuaciones y elocuentes diálogos. Los tópicos planteados por el Guionista Mateusz Pacewicz, uno más interesante que el otro; los diálogos, son los justos, cada palabra es necesaria. Un guion impredecible, el ritmo atinado. Con un estilo directo y eficiente, nos conduce, junto a Daniel a que cuestionamientos nuestra fe, sin poder escapar de una profunda reflexión de nuestras luces y oscuridades, y además nuestra siempre dudosa paz y monstruosidad. "Realmente, la película no tiene ningún punto flojo, no solo es un producto simple, enérgico y fuerte, sino que contiene carisma y profundidad. Para reflexionar sobre nuestra fe y existencia. Muy recomendable realizado con talento, contiene un mensaje universal" Calificación: 10/10 PREMIACIONES – Premios Oscar 2020: Nominada a Mejor película extranjera – Chicago Film Festival: Mejor actor (Bartosz Bielenia) – Premios del Cine Europeo: Nominada a Mejor film, dirección, actor y guion – Premios Goya: Nominada a Mejor película europea – Premios César: Nominada a Mejor película extranjera
Película polaca nominada al Premio Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa durante 2019, “Corpus Christi” elige un particular abordaje hacia la temática religiosa que suele proveer materia fértil para el análisis cinematográfico. Allí está la figura de un sacerdote igualmente carismático e impostor, centro del relato del último film de Jan Komasa, reciente novedad en nuestra cartelera cinematográfica local, dos años después de darse a conocer en festivales internacionales. Inspirada en eventos reales, esta historia nos ilustra acerca de la dualidad presente, de modo inexorable, en la esencia humana. Su examinación acerca de la comunidad fracturada en donde el relato se emplaza resulta el disparador argumental idóneo para que el cineasta reflexione acerca de cuestiones como la identidad individual. ¿Que ocurre cuando fingimos ‘ser otro’? ¿Que implica, por otra parte, ser realmente auténtico? Los límites se difuminan a la hora de discernir que es correcto y que no, líbranos de todo mal intencionado. Será tarea de cada espectador resonar con tales preceptos bajo su propia balanza moral. El realizador filosofa acerca del rol que juega un trauma al sellar el destino del lugar en donde transcurre el relato. Causalidades o casualidades de un plan divino inalterable, una experiencia religiosa coloca al renovado hombre de fe en tiempo y espacio apropiados. Nos preguntamos si la sanación de la tragedia viene en forma de bendición o condena. ¿Es aquella persona que otorga un atisbo de esperanza la misma que amenaza el status quo del lugar? Dos caras de una misma moneda; otra vez, la dualidad omnipresente. La impostura de la investidura otorgará peso específico al ambiguo valor de la fe. “Corpus Christi” es un logrado drama social que hace foco sobre un mundo polarizado en pequeña escala. Jamás cediendo al didactismo, su autor opera con contundencia. Y sin culpa ni autocastigo, solo por amor al prójimo cinéfilo.