Los copos de nieve iluminan un suburbio perdido de Estocolmo. Naturaleza inquietante, calles desiertas, edificios lúgubres. Eli llega una tarde y se instala en el departamento vecino al de Oskar, un chico rubio, diáfano y frágil que vive torturado por sus compañeros y su deseo de venganza. Criaturas de la noche es una auténtica película sueca, hecha de nieve, sufrimiento interior e infinitas noches de invierno. Una polifonía extraña que mezcla la puesta en escena de la alienación de Oskar y la extrañeza radical de Eli, al tiempo que alterna los puntos de vista de diferentes personajes para evocar un malestar colectivo difuso. El virtuosismo estético para la organización de los planos y los movimientos de cámara está unido a la densidad narrativa y al rigor matemático con el que Alfredson encadena los acontecimientos, que oscilan entre horror y belleza, alarido y silencio, realismo y alucinación.
El maltrato le provoca a Oskar una tristeza profunda vinculada a la exclusión, pero sobre todo engendra una terrible ira. La criatura al otro lado de la pared constituye el cuerpo de su cólera. Oskar profesa por Eli un amor platónico, más allá de su identidad, porque no puede sobrevivir sin ella y porque ambos comparten el mismo ostracismo social. Los dos freaks se fusionan a tal punto que generan cierta ambigüedad sobre la misma existencia del vampiro. El director filma los momentos sangrientos de manera inesperada, negando las convenciones del suspenso y la cámara subjetiva. Pero es ese desconcierto el que acentúa la extrañeza poética de la película.
Tomas Alfredson construye un universo dónde el sonido, la duración de los planos y el fuera de campo están conectados en discreta armonía. Utiliza los distintos tonos de azul y rojo para multiplicar los contrapuntos. El espectador observa el pasaje de la inocencia a la locura, del sueño a la pesadilla, con una extraña cadencia que no remite a ninguna otra película del género. Todos los dolores emanan de la falta de comunicación, y las venganzas personales son motivadas por heridas íntimas que refuerzan el potencial universal de la historia. La nieve que cae sin cesar es, antes que un efecto poético, una forma melancólica de traducir la soledad.
Criaturas de la noche es un cuento iniciático que transita las distintas formas del miedo, escoge los caminos desiertos y atraviesa sus túneles hasta llegar a la última escena, clímax del espectáculo, que explota el contexto de una pileta de natación para entregar unos planos memorables. El crepúsculo tan temido juega todas sus fichas y provoca una cumbre paroxística que mezcla risa y pavor. La película cautiva con su ritmo linfático y la belleza de las longitudes necesarias para desencadenar una intensidad final que no se agota al salir de la sala.