SOLOS EN LA OSCURIDAD
No quiero dar demasiadas vueltas, al menos de entrada, Criaturas de la noche, o como sea que le hayan puesto a Let the right one in de Tomas Alfredson, es una de las mejores películas del año. De la década. Y probablemente sea una de las mejores películas de terror de todos los tiempos. Si ustedes creen que el texto ya se ha rebalsado de marcas subjetivas con el uso de la primera persona es porque el entusiasmo de ver algo tan bien hecho genera esa sensación. Luego si, el análisis sistemático develara el “porque” de una afirmación tan contundente, pero quienes tengan en la cabeza todavía el melancólico encuadre final en un tren saben que es un film basado en las emociones, de una perfección formal apabullante y con un guión donde no se desperdicia ni una sola línea, ni un solo plano. Es una trama romántica, un comentario social y, además, un relato de género que demuestra que puede ser el móvil de una historia emotiva e intensa sin hacer a un lado el gore y la violencia. Es, en muchos puntos, un producto extraño y osado que demuestra que no todo es CGI y merchandising en el séptimo arte.
Hubo cuatro películas basadas en el mito de vampiros este año, en las cuatro hay una intención de valerse del mismo para realizar una relectura que de lugar a una nueva historia. Las cuatro transcurren en pueblos pequeños, y tienen como protagonistas a personajes solitarios o alienados en un contexto que les resulta hostil, además de ser adolescentes o pre adolescentes. Pero Crepúsculo y Luna Nueva tienen un contenido reaccionario y personajes que carecen del más mínimo desarrollo y Diabólica tentación, la antitesis de las dos producciones norteamericanas de vampiros-vegetarianos-sacados-de-un-videoclip, es una relectura del subgénero con una puesta en escena por momentos torpe y demasiado autoconsciente de su carácter subversivo. No es una mala película (de hecho, es muy recomendable porque rebosa originalidad), pero por momentos la historia no fluye porque se encuentra bloqueada por el vendaval de ideas pop que la guionista Diablo Cody pone en tono de ironía y parodia, perjudicando la historia y los personajes. Criaturas de la noche pone en relieve a los personajes y el relato, sin abandonar una escenografía expresiva y claustrofóbica, además de actuaciones sobresalientes. Con este film, el director Alfredson no abandona el costado fantástico, pero las locaciones y el desplazamiento de la cámara permiten que esto sea visto más como una irrupción que como algo groseramente naturalizado como sucede en la saga Crepúsculo.
Hay un trabajo sobre el contexto que enriquece a nuestros personajes de una manera particular: esa fantasmagórica aldea sueca, de una absoluta monocromía (brillante trabajo de fotografía), situada en la década del ´80, es un espacio que no es un adorno sino que forma parte vital de la trama. Esa extraña perfección simétrica de planos generales tomados de forma estática se transforman en un espacio siniestro y oscuro al que se lo podría definir como un “infierno grande” a medida que avanza el film. Aquí estamos hablando de una concepción estética que define de manera expresiva la subjetividad y el aislamiento de Oskar (Kare Hedebrant) y Ellie (Lina Leandersson), pero también la de personajes como los de la mesa del bar. Es una perfección desesperante que amenaza con quebrarse cuando su lado oscuro y caótico queda expuesto. Y en este caso, ese quiebre toma forma de vampiresa, pero también de amor.
¿Por qué amor?: aquí esta uno de los detalles narrativos mejor desarrollados por Alfredson y su guionista y autor del texto original, John Ajvide Lindqvist. El amor es el móvil de cada personaje, desde el más miserable al más noble, y la reacción que genera se basa en la prueba, en la necesidad de la aceptación del amor del otro para justificar la propia existencia. Oskar es abusado por niños que buscan la aprobación de sus violentos hermanos mayores, Hakan (Per Ragnar) es capaz de dar su vida y matar por Elli, Elli es capaz de suicidarse para poder verse con Oskar, aún si este no la invita a pasar, y esto, cada uno de estos actos, rompen el equilibrio de esa comunidad fría, prácticamente ascética. Así, una muerte llama a la venganza, a la contradicción respecto a lo pautado en un diálogo sobre la pena de muerte, y la venganza trae finalmente, la huida de ese ámbito hacia un destino incierto que queda bellamente esbozado en el crepuscular plano final. En el amor y la venganza se basan los puntos de giro de nuestros personajes y el desarrollo de esas relaciones aparece colmado de momentos mínimos, miradas espontáneas e inseguridades personales -actuadas minuciosa pero naturalmente- que enriquecen la tensión erótica (ok, tienen 12 años, pero con toda su candidez son mucho más auténticos que los muñequitos de Luna Nueva) o violenta que golpea como un mazazo cuando finalmente es llevada a la acción, al frenesí de la imagen pura. La secuencia de la piscina, con un magistral uso del fuera de cuadro, es un ejemplo del poder visual que adquiere el relato: es un momento increíblemente violento donde el espectador queda sumergido como Oskar, mientras sobre la superficie se desarrolla una matanza de la cual solo podremos ver los restos e intuir lo que sucedió.
Quizá en ello este la matriz del film, en esa tensión superficial generada por aquello que esta latente y sumergido, y aquello que se manifiesta violentamente, explotando como un alter ego. Pero además también quizá sea una gran historia de amor, o un eximio relato de terror que toma con respeto cada elemento de su folklore para que fluya dentro de un relato de venganza. En todo caso, es un relato adolescente de construcción de la personalidad y, por sobre todas las cosas, una gran, una enorme película.