En Cuadros en la oscuridad, Paula Markovitch vuelve a demostrar que es posible hacer buen cine a partir de la propia experiencia personal. A diferencia de algunos colegas, la también autora de El premio se desplaza con paso seguro sobre la arena autorreferencial, acaso porque sabe inmunizar sus recuerdos de infancia y juventud contra el narcisismo.
Este largometraje que se estrenó el jueves pasado en Buenos Aires y Córdoba está inspirado en la vida adulta del padre de la realizadora, artista apasionado que nunca expuso su obra y que en cambio trabajó en una estación de servicio hasta que lo echaron, a sus 58 años. El guion lo imagina viviendo solo, y de manera precaria en una pequeña localidad del interior argentino; un chico de la calle altera esa existencia gris.
Alvin Astorga –algunos espectadores lo recordarán por su rol en Ciencias naturales de Matías Lucchesi– interpreta con solvencia la reencarnación de Armando Markovitch. Lo acompaña el pre-adolescente Maico Pradal.
Como cuando filmó a la niña Paula Galinelli Hertzog en la mencionada El premio, aquí también Markovitch hija hace gala de su aptitud para dirigir a jóvenes novatos. Esta destreza se relaciona con otra igual de importante: la capacidad para escribir guiones lacónicos y sin embargo precisos y consistentes. Por estas virtudes, y por la tendencia a filmar cámara en mano, es lícito comparar a esta realizadora porteña radicada en México con Luc y Jean-Pierre Dardenne.
Aunque desde una perspectiva distinta, Cuadros en la oscuridad comparte con El premio la referencia a la dictadura que se extendió en la Argentina entre 1976 y 1983, y cierta invitación a reflexionar sobre el trabajo creativo en tanto refugio de verdades ocultas y/o silenciadas (en la historia de la película estrenada en 2011, es determinante el rol acordado a una poesía escrita por la nena protagonista). A diferencia de su predecesor, este largometraje gira alrededor de otros temas además de aquél conformado por esa porción de pasado nacional.
De hecho, son dos los temas centrales de la nueva ficción de Markovitch: el arte como vía de escape de una situación de marginalidad (por persecución política, por (auto)censura, por exclusión social) y, por otra parte, como legado que puede destruirse o restaurarse / reivindicase. La decisión de acompañar la proyección de la película con una muestra de cuadros pintados por papá Armando refuerza esta doble invitación a la reflexión.