Porque lo importante es el amor
Siendo apenas un niño, Lucas recibe su primer y ficticio desengaño amoroso. Dejándose llevar por lo que ya a esa altura le enseñaron sobre el amor romántico, permite que los celos le nieguen una oportunidad con la chica que cree amar. Y para cuando toma consciencia de su error, la vida ya los había distanciado.
De grande, su único interés parecen ser los crucigramas y el pánico a las relaciones, formando parte de un grupo de jóvenes en camino de dejar de serlo que lucha contra las complejidades del amor. O al menos de conseguir una pareja. Pagar las expensas o trabajar no parece preocupar a ninguno.
Es en ese punto de la vida donde una de esas amigas que nunca faltan le organiza una cita con alguien que sería bastante intensa incluso para cualquiera que no cargue con los traumas de Lucas. Mientras, en paralelo, otra cita a ciegas entre muñecos de torta termina antes de llegar a la esquina: en síntesis, porque él parece demasiado básico y hueco para ella, que podría ser una caja si tuviera alguna arista. De vuelta al departamento se encuentra con su vecina de identidad tan sospechable como su destino, quien está atrapada en una relación tóxica con un hombre casado. Deprimidas por no conseguir parejas dignas, salen a pasar el tiempo hasta que el rechazado exige una oportunidad para enmendarse, porque la insistencia siempre es el camino para resolver el hecho de que no le interesaste a alguien. Por suerte para el futuro romántico de ambos, él tiene planeada una noche mágica paseando por la plaza y embocando latitas en un cesto, algo que ni la irrupción de los dos asaltantes más inverosímiles puede arruinar, por más que resulte divertido el cameo de uno de ellos.
El amor heterosexual
Busqué formas de esquivar el guiño, pero no pude evitarlo. Es la forma más sintética de definir el mayor problema de lo que propone esta película. Solo importa que gente muy homogénea y aséptica se junte entre sí, sin más razón que porque es la única forma de encontrar la felicidad. Da igual si es alguien que conociste a los seis años o un adulto que se comporta como a esa edad.
Cuando Brillan las Estrellas se presenta como una historia coral, pero no tiene personajes protagónicos como para calificar en esa categoría. Tiene un par de cuerpos de los que no sabemos casi nada y casi parecen ser el mismo e intercambiables. No tienen vida más allá de su deseo irrefrenable por formar una pareja con otros jóvenes bonitos de clase media y sin pasado. En cualquier otra trama con suerte llegan a secundarios, y para apostar por si una pareja va a funcionar dependemos del método Harvey Dent, aunque sin olvidar que una historia como esta no puede no tener un final azucarado que de la vuelta a la primera escena. Lo esperamos desde los cinco minutos, quizás sospechando que eso también traerá el final de la película.
Solo se desvían un poco de esa línea para burlarse de los traumas de Lucas, al enviarlo a la casa de una mujer bastante desequilibrada donde se producen una serie de situaciones incómodas que recuerdan a algunos sketchs de los 90s y que terminan en una clara escena de abuso. Porque eso: tener sexo con una persona inconsciente por el alcohol se llama abuso, no “anécdota para contarle a mis amigos mañana para que se rían, si pudiera recordarla”, como parece afirmar esta película.
La mayor curiosidad con Cuando Brillan las Estrellas es cómo terminó siendo un largometraje y no una tira de horario central en la TV de aire, porque tiene hasta la misma propuesta visual plana.