Aquí se habla de situación límite y de aceptación. Una solución entre fantástica y realista de qué hacer frente a un diagnóstico terminal. Se habla de un cáncer avanzado que pone a un ingeniero de vida metódica, costumbres tradicionales y rutinarias frente a un panorama aterrador. Qué hacer cuando el tiempo es muy corto y los problemas muchos por resolver. Frente a tal problemática el autor y director Martin Viaggio recurre a una construcción entre fantástica y delirante, donde personajes impensados acompañan a un hombre grande, de 65 años, a aprender, reparar, prestar atención, poner las cosas en orden. Con algo de “new age” y metáfora sobre toda una vida, el tono es amable y en algún punto reparador. La película se hizo en pandemia, en Mendoza, con actores del lugar y dos enormes intérpretes. Por un lado Noemí Frenkel sensible y talentosa. Pero el peso del film descansa en una conmovedora composición del gran Gustavo Garzón que lleva a su personaje hacia la emoción, el despojo, el aferrarse a la segunda oportunidad, con un trabajo minucioso. Garzón puede ser la imagen del desamparo, de la gradual comprensión. No hay ni una fisura ni un golpe bajo en su trabajo para el aplauso.