Se les escapó la tortuga
La frase “el fin justifica los medios” no siempre se cumple. Muchas veces un objetivo digno y valorable no autoriza al uso de maneras o formas desleales, pobres o frágiles. Este es el caso de Cuentos de la selva, film de animación nacional dirigido por Liliana Romero y Norman Ruiz, que por expresar un loable mensaje ecologista utiliza un flojo trabajo cinematográfico.
La película, basada muy libremente en el clásico literario de Horacio Quiroga, se inicia en un día normal en la selva. Cerca de allí, hay un puerto donde los barcos están llegando llenos de camiones y máquinas. El yaguareté advierte a los demás del peligro por venir. Los animales no creen lo que dice, pero el coatí, que ha visto las máquinas, tiene miedo. Esto dará inicio a una lucha muy grande: algunos animales resistirán el avance del hombre en la selva.
La película desde su inicio plantea un pobre trabajo visual, mezclando animación digital (que se utiliza en los personajes) con tradicional (que se utiliza para los fondos y paisajes) que provoca confusión y extrañez en el espectador. La combinación crea una sensación de artificialidad que lleva a que nunca resulte creíble lo que se está narrando, por muy poco verosímil. A esto se suma el pésimo trabajo de las voces de los personajes que en ninguna oportunidad interpretan los textos sino los leen directamente, sin matices ni colores en su relato, como para generar algún tipo de empatía con los animales que están representando.
Y a su vez, un guión muy flojo que en ningún momento genera tensión o atractivo, siendo previsible, aburrido y sin sentido, terminan de componer un producto que parece haberse realizado hace muchos años cuando el género de animación recién comenzaba y era bastante difuso. Pero en tiempos de Pixar, Dreamworks, entre otros, se espera por lo menos la explotación de los elementos y se adapten a lo que se quiere hacer localmente, más allá de la gran diferencia de dinero y posibilidades que hay entre ambos “mundos”.
Solamente la búsqueda de brindar un mensaje ecologista (incluido de una manera demasiado subrayada, burda y agobiante, que sólo genera irritación en vez de conciencia) es el único punto aceptable de Cuentos de la selva, que para quien escribe es más un insulto que un homenaje para un reconocido escritor como lo fue Horacio Quiroga.