Un padre que es más niño que sus hijos de ocho años pone aún más en peligro la disfuncionalmente endeble estructura familiar de las grandes ciudades estadounidenses. Aunque la mirada no está excenta de simpatía y en muchos momentos todos los personajes resultan adorables, GO GET SOME ROSEMARY se recuesta en su recurso narrativo principal (una inmejorable desprolijidad estética) y a veces se duerme profundamente. Pero el final desolador agita el pulso y obliga a pensar de otra manera todo lo que hemos visto, como si Lenny de repente hubiera querido ponerse a mirar la película que proyecta y descubriera otra luminancia en las imágenes. Una sorpresa, amarga.