Artistas mirando al oeste De los barrios, Arte (2012) es un registro documental sobre cómo artistas plásticos -profesionales y amateurs- , de diferentes barrios del oeste porteño, encontraron en el arte la catársis de la vida. Fernando Romanazzo filma de manera artesanal, casi de la misma manera que pintan los artistas retratados en la obra, a diferentes personajes que encontraron en la plástica, no sólo una vocación verdadera y única, sino también, una manera de interrelacionarse con el barrio que habitan. Desde lo formal, De los barrios, Arte está construida desde la simpleza. Sin grandes pretensiones técnicas ni estéticas, se nota más las ganas por hacer que los recursos con los que se contaron. Para ser justos hay que admitir algunos desajustes en el montaje, que por ahí queda un poco añejo en situaciones como los fundidos de los cuadros con la realidad. Se entiende el concepto plástico al que el realizador apunta, pero técnicamente se ve viejo si se compara con otros casos en el que se combinan técnicas digitales, aunque por cierto más costosas y menos artesanales. Además de la pintura, Fernando Romanazzo focaliza en la elección del lugar de los artistas para llevar adelante sus obras, que no es otro que el oeste porteño. A partir de éste común denominador se provoca un diálogo entre el hombre y su hábitat que termina siendo el núcleo esencial de la película, aunque se trabaje desde un segundo plano inconsciente. Más allá de lo técnico, De los barrios, Arte es un producto logrado que habla del arte, del barrio y de la vocación, pero también de como puede cambiarle la vida a una persona, sea artista profesional o simplemente un jubilado, si durante una hora del día toma un pincel para abstraerse de la realidad y se permite soñar con un mundo que está más allá de la Gral. Paz (o del oeste). Nota: De los barrios, Arte se proyecta acompañado del cortometraje Boteros (2011), de Martín Turrnes.
Pintores por las calles porteñas Los artistas plásticos no sólo transitan por las importantes galerías desde donde reciben los aplausos de sus críticos y admiradores. Están, también, en las calles de Buenos Aires, donde, casi anónimamente, trabajan en sus obras. Precisamente este documental fija su óptica en un grupo de pintores que viven en Floresta, en Monte Castro, en Versalles, en Villa Luro, en Villa Real y en Vélez Sarsfield, donde desde sus atelieres imprimen todo el colorido, la nostalgia y la pureza de esos espacios porteños. Estos artistas -algunos de gran renombre, como Antonio Pujía- cuentan aquí sus vidas ligadas al arte y tratan temas como el aprendizaje constante, el legado de sus maestros, la influencia del barrio, sus similitudes y divergencias, las dificultades económicas de la actividad artística y la necesidad de ser queridos. Éstos son los temas que el director Fernando Romanazzo trató en este film cálido y por momentos emotivo, sobre todo cuando su cámara enfoca esos lugares en los que pintores sin grandes nombres, amas de casa con inquietudes artísticas y jóvenes que dejan sus indelebles marcas personales en murales que adornan esas casas todavía con olor a nostalgia hablan de sus vidas signadas por la vocación de la paleta y de los pinceles. El joven director logró así trasladar a la pantalla grande los sueños y las ilusiones de esos hombres y mujeres que posiblemente nunca saldrán de su anonimato, porque para ellos pintar es un modo de ser felices, de dejar de lado las amarguras diarias, de extraer de su corazón las cosas más sencillas que los rodean todos los días. Bello documental, sin duda, porque está realizado sobre la base de lo humano y de lo tierno, de lo vocacional y de lo sincero. Una música con aire aporteñado acompaña a estos seres que viven para la pintura y no de la pintura, mientras que una fotografía que, como no podía ser de otra manera, refleja con aires de coloridos pinceles estas simples historias con sabor a ternura y a humanidad. Al film se suma Boteros, de Martín Turnes, una radiografía de 20 minutos de duración que relata la existencia cotidiana de esos hombres rudos que, con sus botes, trasladan a los pasajeros en viajes de ida y vuelta desde la isla Maciel hasta la capital en tránsitos que ya van quedando en el olvido barridos por el moderno puente que une esos dos espacios geográficos.
Esa mirada directa de los artistas El documentalista Fernando Romanazzo es oriundo del barrio de Floresta y tiene entre sus filmes, uno dedicado al club de su barrio, ‘All Boys a un paso del Centenario’. A partir de caminar su barrio, como dice que lo hace todos los días el escultor Antonio Pujía, que también vive en la zona, Romanazzo decidió dedicarle una película a los artistas que viven en los barrios de la zona Oeste, en Floresta, Monte Castro, Versalles, Villa Luro, Villa Real y Vélez Sarsfield. ‘De los barrios, arte’ es un interesante documento, no sólo por lo que opinan y transmiten los artistas, también porque le otorga a cada zona un valor cultural insustituíble. ENTRE TALLERES A lo largo del filme, que tiene un buen ritmo narrativo, se mezclan opiniones, e imágenes de los talleres de cada artista, a la vez que pueden verse las plazas de los distintos barrios, sus bares, sus murales, o los grafitis pintados en sus paredes, además de mostrar la actividad que realiza la Asociación de Artistas Plásticos de Villa Luro. Los artistas convocados son numerosos y cada uno va aportando su opinión frente a la cámara. Claudia Martínez es una escultora que exhibe sus grandes esculturas en hierro, en una plaza de la zona y dice que pertenece a la Asamblea de Floresta, "eso me permitió unir el arte y el trabajo social", sintetiza. EL BUEN OFICIO En su taller Antonio Pujía comenta que sin los grandes maestros "nosotros no existiríamos, por eso siempre digo que mientras estoy trabajando en el taller, ‘dialogo’ con José Fioravanti o Alfredo Bigatti, que fueron los que me enseñaron los secretos del arte’’. Entre algunos datos curiosos, se destaca el de Blanca Naya, que se formó en la escuela Fernando Fader y luego de treinta y cinco años de docencia, cuando se jubiló, se dedicó a pintar flores. A los mencionados se suman los testimonios del historietista y pintor Beto Páez o Gustavo Rovira, que perfila bailarines de tango; mientras Pedro Lavagna, en su taller enseña a esculpir la madera y Carlos Sarkis Kahayan detalla cómo va bocetando sus cuadros. ‘De los barrios, arte’ puede verse como un ‘paseo’ didáctico por una Buenos Aires que siempre esconde algún interesante sesgo para descubrir.
De los barrios, arte es un documental, dirigido por Fernando Romanazzo, centrado en las figuras de varios artistas plásticos que desarrollan su arte en la Zona Oeste de la Ciudad de Buenos Aires. Esto, que parece una simple gacetilla informativa, en verdad revela mucho del sentido de este trabajo; hablamos de un documental formal que no reniega de serlo, de un retrato de artistas variados, y de un retrato de barrio; esos son los tres puntos clave que maneja Romanazzo para intentar llevar su trabajo a buen puerto. Se han hecho muchas apreciaciones desde el cine sobre los barrios del Oeste porteño, siempre rescatando el costado de lugar típico, algo antiguo, que respira aire de Conurbano en plana Capital. Viéndolo desde ese factor, De los barrios, arte, da un pantallazo distinto (aunque recae en algunos lugares comunes) a lo que se acostumbra ver. También si vemos la otra arista, no es el clásico documental sobre un artista que debate consigo mismo y se lo muestra en un mundo culto y paisajístico, son artistas de barrio, más profesionales algunos que otros, pero todos con un fuerte arraigo de pertenencia que marca también su forma de ser. Entonces, estas dos vertientes nos hacen pensar en un riesgo, en algo distinto y original de ver. Pero Romanazzo, limitado desde los recursos de producción suponemos, entrega un film, desde lo cinematográfico, simple, directo, contrariamente con poco riesgo; en definitiva poco cinematográfico valga la redundancia. El director hace un registro de los artistas con la zona de fondo, los muestra en su arte, expresándose en la pintura y esculturas, con las manos creativas, y también desde la palabra, y conviviendo con su entorno diario. Es interesante ver la historia que cada uno tiene para contar, qué tienen para decir y mostrarnos; hablamos de la vocación verdadera, de gente que busca el rédito artístico antes que el económico, de verdaderos creadores pasionales. Ese interés que despiertan los personajes no es acompañado desde la cámara que busca un equilibrio entre la persona y el lugar, pero lo hace de un modo demasiado clásico y formal, y hasta con algún inconveniente de edición. Esta “simpleza” termina diluyendo el interés del espectador al que le costará focalizar en vetas importantes. De todos modos, el resultado no es amargo; la intención de plasmar una mirada diferente sobre un género y un lugar transitado queda cumplida con puntos satisfactorios; y como suele suceder en estos trabajos que enfocan diferentes personalidades, hay momentos en donde la persona se gana al público disfrutando a pleno de la vista. Es una lástima que no se haya optado por seguir el ejemplo de los protagonistas, artistas que buscan no encasillarse, que hacen algo impensado de lo que la sociedad les quiere imponer; un poco más de vuelo visual y narrativo hubiese ayudado a redondear un muy buen trabajo documental.