El desarrollo creativo de un documental muchas veces puede rozar la cornisa entre lo innovador e impactante y lo insulso incompresible. El cine experimental, en su rareza natural y diversas formas de enfoque entre el arte abstracto y real, busca una conexión con su público para llevarlo a reflexiones profundas y trascendentales en su vida, o apuestan por transmitir ideas elevadas que no se encuentran al alcance de la comprensión de cualquier espectador, inclusive puede ser tomada como una forma deliberada de desarrollar una idea sin propósito alguno. Pero todo esto es muy subjetivo ante el valor de este tipo de cintas.
Fernando Laub nos trae “Dead End” con un fuerte énfasis en la banda sonora. Se trata de un documental experimental que combina la fluidez de una road movie con los enigmas de la música de vanguardia. Filmado en el entorno de la mítica ruta 66 y sus inmediaciones, recurre a las alegorías perpetradas a la vera del camino para describir las distintas etapas del sendero de evolución espiritual. Rodado mayormente a lo largo de Arizona y Nuevo México, registra las asperezas de sus conmovedores territorios.
Un film que se sumerge entre la naturaleza y los sonidos, aventurándose en un viaje de composición artística audiovisual del espíritu, materia y espejismo. Probar experimentalmente que el espíritu está asociado a la materia, la materia, energía o fuerza es el principio activo de la naturaleza. Tal vez existe un espíritu libre y creativo fluyendo en toda la naturaleza.
Una propuesta que trata de plasmar de la forma más auténtica posible su idea, pero que presenta una estética que lo hace monótono, al igual que su narrativa audiovisual.
En resumen, “Dead End” es un film de arte sonoro, cuya finalidad es la de expresar la verdad subjetiva de los sentimientos hasta convertir la obra del artista en el reflejo de su propia pasión íntima, este tipo de obras son muy particulares, ya que nos encontramos con el concepto de cine de arte y ensayo, lo cual es bastante ambiguo.