Ésta es la primera producción para cine del estudio CBS films, ligado al exitoso canal de TV de los Estados Unidos, lo cual queda reflejado en el resultado con una película más para canal del cable que para la pantalla grande. Con esto no digo que sea regular o mala, es una historia basada en hechos reales, inspiradora y hasta emocionante en algún punto, pero creo que se podría haber logrado algo más a partir de la historia original. John Crowley es un exitoso hombre de negocios que decide, junto a su esposa, destinar su vida a encontrar una medicación que ayude a sus dos hijos a lidiar con una enfermedad neuromuscular llamada Pompe. Así encuentra a un renombrado Doctor con quien arma una empresa dedicada a la investigación y creación de una medicación para la enfermedad. Si suena conocida es porque tiene algo de "Lorenzo`s Oil", aquel film con Nick Nolte y Susan Sarandon sobre unos padres que buscan una cura para la rara enfermedad de su hijo. Aquí no se enfoca tanto en la investigación científica y la lucha de los padres, sino más en los problemas que deben enfrentar contra los ejecutivos de las grandes corporaciones, resaltando el contraste entre quienes buscan una solución a la enfermedad y quienes buscan un producto que sea exitoso comercialmente. El punto más flojo es la elección del director y los actores principales. Tom Vaughan, quien antes dirigió la comedia "What Happens in Vegas", le da un tono melodramático buscando la lágrima fácil. Brendan Fraser interpreta al padre (poniendo cara de triste continuamente) y demuestra que está más para comedias infantiles como "George of the Jungle" o "Dudley Do-Right". Harrison Ford continúa haciendo una película cada uno o dos años sin esmerarse mucho, lejos del exitoso actor que alguna vez fue. A esperar que se estrene en Hallmark.
Las buenas intenciones por sí solas no hacen una buena película. Podríamos afirmar que prácticamente todas las películas que comienzan con la leyenda “basada en una historia real”, guardan dentro de sí tantas buenas intenciones como una fuerte dosis de drama, la mayoría de las veces indigerible. Tal vez el mayor mérito de Extraordinary measures sea el de saber sortear el golpe bajo, un poco gracias al exceso de optimismo que se desprende de la propuesta, otro poco debido a que posee la pericia narrativa de un telefilm. La película muestra a un padre capaz de abordar a quien sea con tal de salvar la vida de dos de sus hijos, afectados por un mal genético que los mantiene postrados y les reduce drásticamente la capacidad de sobrevida. John Crowley, el padre, decide en determinado momento acercarse al doctor que ha publicado importantes investigaciones en torno a la enfermedad, y se encuentra con uno de los tópicos máximos del científico según Hollywood, el sujeto huraño que vive encerrado en su laboratorio y es incapaz de salir de sus teorías para pasar a la práctica, una imagen sólo superada en el imaginario hollywoodense por la del científico desquiciado. Brendan Fraser es quien mejor se adapta al relato. Aquí consigue ocultar hábilmente su habitual histrionismo, pero a su vez, sabe esparcir una mínima dosis de sano humor, y con ello sobrellevar el drama que carga su personaje. Incluso en los momentos más dramáticos que transita, su interpretación no pierde dignidad, ni cae en la sobreactuación o en la sensiblería. Keri Russell, en cambio, no llega a estar al nivel interpretativo de Fraser, probablemente porque sigue estando atada a la imagen que dio durante años con Felicity, y es probable que si hubiese continuado por un camino acorde a su imagen, como el de las comedias románticas, este tipo de papeles le habrían llegado a una edad más adecuada, con la madurez actoral que sólo dan los años. Sin embargo, quien más descolocado está en el elenco principal es Harrison Ford. Cuando lo vemos enfundado en el guardapolvo, no hay modo de no considerar que cualquier otro actor resultaría más convincente que él en ese rol. Muchos años interpretando al héroe de ocasión lo han convertido en un actor prácticamente incapaz de abordar un personaje “real”, mucho menos un científico, por más particular que sea. Prueba de eso es cuando lo vemos enojarse con su equipo profesional, sus arranques de furia dan cuenta de su afectada interpretación, llegando a ser el elemento menos creíble de toda la película. Lo que sí vale la pena rescatar es la trama que explora el proceso de investigación y fabricación de un medicamento, el único aspecto original del film, que a la vez logra establecer una crítica inteligente respecto de la especulación financiera de los laboratorios al momento de lanzar un nuevo producto, una crítica que no ahorra subrayados (como cuando se habla del porcentaje de “pérdidas aceptables”), pero que tampoco intenta demonizar inútilmente a las corporaciones. Pese a esto, lo que prima en Extraordinary measures es un relato edulcorado, con evidentes desaciertos en el elenco y con algunos errores particulares en la dirección y en el montaje. Elementos que terminan por acercar a la propuesta al estándar de un telefilm, antes que consolidar un drama con buenas intenciones, que las tiene, y buen pulso narrativo, un elemento que no se destaca en esta propuesta.
Medicina vs. Negocios Convencional, esquemática y previsible es Decisiones extremas (Extraordinary Measures, 2010). Lo que salva a la película de convertirse en un absoluto bodriaso es su afán en exponer el mecanismo de marketing que debe atravesar la medicina para conseguir que los grandes laboratorios norteamericanos financien la cura a una enfermedad terminal. John Crowley (Brendan Fraser) es un padre de buen corazón que tiene a dos de sus tres hijos con Pompe, una enfermedad genética terminal. Su desesperación lo lleva a encontrarse con el Dr. Robert Sonehill (Harrison Ford), un científico excéntrico que tiene la teoría de la cura pero no puede llevarla a cabo por falta de fondos. Mediante su persistencia empieza a hacer “lobby” en los grandes laboratorios para convencerlos de que financien la droga que posibilite la cura. Casi sin proponérselo Decisiones extremas expone el cruel mecanismo comercial que nuclea el sistema de salud en Estados Unidos. Con naturalidad y resignación el personaje de Brendan Fraser accede a vender literalmente los beneficios comerciales de conseguir la cura del Pompe a los laboratorios. No importa el factor humano, el “salvar vidas” en cuestión. Sólo importa su alcance en el mercado. Pero este padre de familia ante la desesperación en la que se encuentra hará lo posible por persuadir a los empresarios de la salud. Este elemento temático vuelve interesante a un film que intenta ser Un milagro para Lorenzo (Lorenzo's oil, 1992) sin conseguirlo claro, y promueve toda la sensiblería con golpes bajos incluidos de Erin Brockovich (2000). Decisiones extremas no está a la altura de ninguno de los films mencionados, sin embargo es el acento puesto en el negociado de la medicina norteamericana lo que le da cierta dignidad a la película. Otro punto alto es el duelo actoral que se produce entre los protagonistas Brendan Fraser y Harrison Ford. Sin salirse de los personajes habituales (esta es una película hollywoodense, con todos los clichés posibles) logran tener un par de duelos actorales en los que se sacan chispas. Su contraste de personalidades enriquece al film en la dosis justa. Basada en hechos verídicos, Decisiones extremas corre la misma suerte que los enfermos de Pompe en la película: No se curan pero al menos salvan su existencia.