Dos que se dan al amor.
El rostro de una mujer ajada por el tiempo abre la escena. Delicia (Beatriz Spelzini) sufrió un accidente que la dejó renga y se presenta como la enfermera que deberá cuidar del hombre mayor y ciego que compone Hugo Arana. Ambos personajes vienen golpeados por la vida, aunque poco sepamos de sus pasados, el haber vivido se nota en sus rostros.
En Delicia, el director Marcelo Mangone dedica mucho tiempo a observar los rostros de sus personajes, en especial de sus protagonistas. Como si sus gestos transmitiesen más que sus palabras. Algo de razón tiene, mucha.
El hombre es hosco y su ceguera no ayuda. Vive encerrado y quizás esa no salida al mundo exterior se deba a la mala relación que tiene con su hija, con quien debe iniciar un reencuentro.
Delicia, de alguna forma, será la llave para que las cosas empiecen a cambiar, aunque ella también lleve sus pesares.
La de Delicia es una historia de amor simple, y no hay ninguna intención desde el guion de María Laura Gargarella en complejizarla, más allá de algún vericueto ya bien adentrado el film.
A Gargarella parecen gustarles los romances de personas mayores: es la guionista de Tokio, aunque en el fondo cueste reconocer el glamour noïr jazzero de aquel film en el costumbrismo clásico de este. Sin embargo, puede entreverse que los personajes con una vida ya vivida que buscan una segunda chance, y alguna redención, son los que le agradan.
De Mangone recordamos la subvalorada e injustamente poco recordada La demolición. Y sí, hay algo de su estética teatral aquí, también del impulso narrativo a través de la composición de imagen, que parece simple pero trasluce una historia en sí misma. En cierto modo, estos dos seres mayores podrían haber formado parte de ese film sobre un empleado a punto de jubilarse que se atrinchera en una fábrica; ese grito de todavía querer vivir.
Dos actores y una forma de ver la vida:
Casi todo lo que sucede en Delicia puede adivinarse, no se trata de un film de grandes sorpresas. Sin embargo, habría que preguntarse si esa previsibilidad no fue buscada intencionalmente.
Delicia es una propuesta sencilla, porque la vida de sus dos protagonistas busca el detalle en las cosas simples.
La cámara abunda en primeros planos, encuadres simétricos y planos secuencias. Tampoco su estructura es del todo lineal, convirtiéndose en una suerte de viñetas de vida. Este estilo, llamativo, además de restarle el aire teatral impuesto por las pocas locaciones y los pocos personajes, le suma una comprensión en los detalles de gestos, colores, y formas.
También resulta llamativo la no claridad de un espacio tiempo en el que todo se desarrolla. Casi como en el film Hortensia (aunque en menor grado), el escenario se carga de un estilo retro, pero pareciera por otro lado ser actual.
Por último, otro de sus aciertos (y ciertamente el mayor) es depositar todo el peso de la historia en sus dos protagonistas. Beatriz Spelzini no tuvo la suerte en su carrera para protagonizar más, pero ¿recuerdan El gato desaparece? Bueno, de ese pedazo de talento actoral hablamos. Spelzini actúa con su mirada, con gestos mínimos, y un decir muy propio, Delicia es querible en su cuerpo y voz, y como espectadores deseamos arroparla.
¿Se puede decir algo más del talento de Hugo Arana? La ternura que puede transmitir el actor de La historia Oficial es única. Su personaje mantiene una gracia cercana al humor negro, y aunque deba ser parco inspira emoción.
Entre ambos hay química y se nota que nace algo progresivamente. Algo que el film aprovecha depositando toda su fuerza en ellos.
Conclusión:
Delicia es un drama melancólico, simple, y con notas inspiradoras. Su estética detallista y la potencia de sus protagonistas lo son todo para redondear un resultado cumplidor.