Delicia

Crítica de Luly Calbosa - Loco x el Cine

El presente largometraje del director Marcelo Mangone llega en un momento donde la temática resulta trillada en las propuestas vigentes de la cartelera nacional que abarcan la última etapa de la vida de las personas. La trama responde fielmente al título: encarna la vida de una mujer de avanzada edad con espíritu emprendedor que decide cambiar su rutina y, en consecuencia, pone su destino al azar trabajando de enfermera en una nueva localidad. Allí, el director del hospital le ofrece hospedarse en la casa de un ermitaño ser, viudo, que padece ceguera y trabaja como conserje en un albergue transitorio, en consecuencia, es esquivo con todo ser que camina por la tierra e intenta acercarse a él, incluyendo a su propia hija con quien se reencuentra por la enfermedad de su nieto. En este marco, la trama se tiñe de drama y recurrentes golpes bajos mientras pivotea con idas y vueltas entre estos dos personajes con capacidades diferentes que se redescubren en cada instante que comparten juntos.

Curiosamente, Mangone mimetiza a Felisa con el icónico perro lazarillo sometido a los maltratos del dueño del hogar durante su estadía y le añade la arista de esclavitud intrínseca en un juego de intercambio de intereses cuyo alojamiento allí dependerá de que mantenga en orden la casa. Este modo de ver no exige grandes desafíos al espectador más que el deseo de ver un avance en el correr de los 100 minutos del largometraje que difiera al desenlace que el título vaticina semióticamente. Sin embargo, desde el correr de la primer escena la trama no denota mayores preámbulos que el accionar de la dupla protagónica de lujo que le da vida a estos personajes: Amado (Hugo Arana) y Felisa (Beatriz Spelzini) puestos al servicio del leitmotiv “Lo esencial es invisible a los ojos” de Antoine Saint-Exupéry.

El guión gira en función a ver la mutación de Felisa cuya vocación de servicio y carácter dócil la impulsa a cuidarlo hasta redescubrir en él un atractivo peculiar. En este sentido, el eje narrativo se centra en ahondar la complejidad de personas con capacidades diferentes como un alarmante llamado de solidaridad e integridad social. La puesta en escena acompaña plagada de sueños y ambiciones truncas en sintonía con las locaciones elegidas: pálidas y sin matices.

Aquí lo más jugoso es la puesta en escena del poder simbólico discursivo que nutre a los personajes en una simbiosis materialista y poética que se entremezcla en las escenas. Por un lado, Felisa está cansada de caminar con esos zapatos viejos; se observa cuando Amado le dice “Ese sonido… remite a que Usted arrastra un pasado oscuro, como si quisiera escaparse de algo”; a lo que Felisa responde “Soy renga. Ahora Usted cuénteme porqué todas las noches vuelve tan tarde a casa”. Entretanto, la situación entre ellos se pone intensa:

La ceguera de Amado y obsesión por vivir en un orden (físico y psíquico) altera sus emociones mientras Felisa fuma desconsoladamente en esas cuatro paredes que los aísla de la sociedad. En este sentido, el cigarrillo ironiza la situación que atraviesa en pos de su deseo de cambiar el destino cuando se fuma hasta en pipa su vida. El ritmo, lineal, se mecha con alguna elipsis en un collage interpretativo que construye un relato impregnado de retóricas que, cual pesadilla, los encierra en la oscuridad. No obstante, estos diálogos resultan cruciales para interpelar al público sobre su presente y si es, o no, conveniente dejar atrás el pasado y valorar el espacio-tiempo presente… ¿Podrán superar el deseo de indagar el detrás de escena que los cruzó causalmente?

Delicia es una ficción que propone la interacción al diálogo y rechazar la grieta social, pero la visión de Mangone no logra su resultado al enfatizar en Amado su resistencia al cambio reforzando mediante constantes golpes bajos cómo estos individuos se entierran en carne viva. La trillada trama del hombre enojado con la vida, por momentos, rememora la película sueca Un hombre llamado Ove (2016), dirigida por Hannes Holm. Quizás hubiese sido bueno encarar esta ceguera desde un lado más positivo como la ópera prima árabe Tramontaine (2016), del director libanés Vache Boulghourjian que desde un formato clásico trasciende a través de la bondad del protagonista el drama de la ceguera no sólo física de su protagonista sino también de aquellos que no quieren ver su pasado, o bien encauzar su antítesis como hizo Martin Brest en Perfume de mujer (1992), protagonizada por Al Pacino.