Con mi vieja no te metás.
“Se metieron con la madre equivocada”, avisa la frase publicitaria de Desaparecido, última película del madrileño afincado en Hollywood Luis Prieto, conocido esencialmente por la remake norteamericana de Pusher. Y la cosa va por ahí: cuando un niño de unos diez años es secuestrado al voleo, su madre sale a la caza de los criminales sin más ayuda que su ingenio –agudizado por la angustia y la desesperación– y un amor maternal a prueba de curvas, caminos sin salida y falta de combustible en el tanque del automóvil. Previsiblemente maltratada por la crítica de su país, al punto del ensañamiento, Kidnap no es peor que muchas de las producciones multimillonarias manufacturadas de manera regular en esa misma industria y, en el fondo, termina siendo un producto más noble. De presupuesto bajo y sin aspavientos publicitarios, sus pretensiones no son otras que mantener en vilo al espectador durante noventa minutos, echando mano a la famosa “suspensión de la credibilidad”: para entrar en el juego se hace estrictamente necesario olvidar ciertas lógicas del mundo real y creer con fe ciega en las bondades innatas como conductora de la madraza Karla Dyson. Y aceptar sin chistar una buena dosis de casualidades improbables.
Vehículo directo para la actriz Halle Berry, a su vez una de las productoras de la película, Karla sobrevive económicamente gracias a su trabajo como mesera, mientras intenta evitar que su ex esposo, de mucho mejor pasar, le quite la tenencia de su hijo (es una suerte que, a pesar de ello, sea dueña de un miniván de cierta potencia; de otra forma, no habría película posible). La primera escena de Desaparecido es un pequeño ensayo, en espacio reducido y cerrado, de lo que vendrá: la camarera debe atender en solitario una gran cantidad de mesas y clientes, varios de ellos de las especies más molestas y poco amistosas. El ritmo es aquí esencial. Y jugado a la adrenalina, como en el resto del relato. Luego del rapto, consecuencia de un descuido en un parque de diversiones, comienza la cacería, en inferioridad de condiciones y sin ayuda posible: el teléfono celular –elemento de la vida real que ha cambiado las reglas del juego narrativo en varios sentidos– es eliminado de la ecuación velozmente.
El concepto central durante los siguientes cuarenta minutos es básico pero eficaz: un auto persigue a otro con riesgo constante de choque, vuelco y muerte. En un auto azul de vidrios polarizados viaja el hijo de Karla y sus ocupantes adultos apenas si son visibles, rasgo que no puede sino remitir a esa obra maestra del suspenso motorizado por elementos mínimos, Reto a muerte. Prieto, desde luego, no es Spielberg, aunque se las arregla bastante bien para sostener en pantalla esa imposible persecución con dignidad. Gran mérito de esos eternos anónimos, los dobles de riesgo, el film evita el jugueteo digital y se la juega con el material físico rodando a altas velocidades. Kidnap entra luego en los terrenos del thriller más derivativo, tensando el verosímil hasta casi quebrarlo. El viaje, de todas formas, vale la pena: con un perfil bajo y sin necesidad de recurrir a sobre-explicaciones psicológicas, esta nueva superheroína de acción logra “salvar el día”, como suelen decir allá en el norte.