La intrascendencia del cine en un polémico ensayo de Víctor Cruz
En su nueva película, de menos de 40 minutos, Víctor Cruz realiza un collage visual y narrativo a partir del montaje de escenas de otras películas, mientras expone en primera persona algunas ideas sobre su trabajo como realizador y el tipo de cine que hace.
Mezcla de ensayo con diario personal, anárquico en su forma, Después de Catán (2022) se compone de retazos. Retazos de todas aquellas películas que componen la filmografía del realizador de Taranto (2021) y El perseguidor (2009), y de una serie de pensamientos que lo interpelan, tanto a él como cineasta como a su obra, y, que a su vez, buscan interpelar a un espectador cada vez más esquivo de cierto tipo de cine.
Cruz se hace preguntas que él mismo intenta responderse. No busca un consenso generalizado sino más bien llenar ese vacío que le provoca cierta levedad y la intrascendencia de hacer un cine que cada vez interesa menos, más allá de sus méritos y valores. Una sala semivacía durante el estreno de su último documental se convierte en el mayor testimonio de una crisis que cada vez se acentúa más. ¿Cuál sigue siendo el sentido de hacer un cine que el público no quiere ver?, pregunta. ¿Una necesidad personal?, repregunta retóricamente.
Después de Catán, estructurado como un rompecabezas, donde algunas piezas parecen no encontrar su lugar, mientras otras sobran, expone con una sinceridad apabullante lo que ningún cineasta se anima a decir (o no quiere) en voz alta, y lo hace a través del propio dispositivo, sin apelar a eufemismos ni metáforas. Una verdad que no le teme a las consecuencias ni a las respuestas.