Hay un cine que incomoda y pone el dedo donde duele. No suele encontrárselo en Hollywood, pero cuando aparece lo hace por esquinas poco transitadas, muchas veces con distribución limitada y casi siempre bajo un cono de sombras tendido por la prensa mainstream y toda aquella asociación encargada de repartir premios.
El caso de la directora Kathryn Bigelow, en ese contexto, se destaca por varios motivos y uno, quizá el principal, es que es mujer y se mueve entre la jauría machista de la industria como una Wonder Woman sin superpoderes.
En 2017 la directora de la impecable The Hurt Locker estrenó Detroit, uno de sus films más arriesgados, sobre la crisis racial que estalló en esa ciudad estadounidense en 1967 y que tuvo su climax en un pequeño edificio con la matanza de unos jóvenes negros a manos de un puñado de policías sedientos de sangre.
Bigelow explicita en pantalla (con guión de Mark Boal, el mismo que le dio texto a sus mejores trabajos) su poder narrativo y de dirección de actores para contar cómo la Justicia de los Estados Unidos ignoró las pruebas y liberó de culpa y cargo a los asesinos de uniforme y armados hasta los dientes.
En Hollywood la gorra tiene premio y, de la misma forma que los policías fusilaron a sus presas, la Academia de Artes Cinematográficas se cargó a la película. La problemática del racismo, sin embargo, estará este año en la ceremonia por la más asimiliable Mudbound, uno de esos films que apuestan a vestuarios vistosos y actuaciones made in Actor´s Studio para disfrute de las familias bienpensantes.
Detroit va por otro lado. El film elige el clima revulsivo, la asfixia de un escenario acorralado por los caños que apuntan a las cabezas de los muertos inminentes. Es difícil imaginar desde este lado, el de la clase media blanca, qué puede haber sentido un bisnieto de esclavo o un nieto de quien en esos años fue apaleado o masacrado por la policía del Tío Sam. Debe ser complejo tragar saliva frente a un proyector que muestra semejante situación. Incluso filmada por una mujer rica de clase media.
Quizá se trate solo de otro de los olvidos de la Academia, tal como sucedió tantas veces con Orson Welles, Alfred Hitchcock, Martin Scorsese o Woody Allen. Salvo que en este caso hay de por medio un tema que en los Estados Unidos vuelve a ponerse de relieve con un racista explícito en el sillón de la Casa Blanca. No sería la primera vez que la Academia juega a la histeria con el poder político. Ni la última, por supuesto.
Los 4 premios a los que podría aspirar Detroit
Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión Original. Por su temática, por su potencia narrativa, por la construcción de escenas de altísima tensión sin golpes bajos pese a tenerlos a mano en todo momento. Por su dirección de actores, por su armado de casting.
Mejor Actor Protagónico. El trabajo de Will Poulter como el policía criminal que lidera a la banda de uniformados asesinos es magistral. Juega un rol que podría encajar en cualquier film que necesite de un villano irredimible sin caer en la caricatura.