Centrada en los conflictos raciales que tuvieron lugar en la ciudad que da título a la película en 1967, lo nuevo de la directora de “Vivir al límite” pone el acento en una tensa y violenta situación entre la policía y un grupo, en su mayoría afroamericano, alojado en un hotel. Un filme controvertido de una intensidad apabullante que no busca tranquilizar conciencias sino generar debates sobre el racismo.
El caso de Kathryn Bigelow es muy curioso. A lo largo de una carrera que se extiende por cuatro décadas, la realizadora ha demostrado estar entre los mejores de su profesión, tomando en cuenta tanto hombres como mujeres. En el ámbito del cine de acción, suspenso, tensión o thriller, su trabajo casi no tiene iguales. Sus filmes fluyen e impactan con la ferocidad de un animal desatado, te llevan puesto, te quitan la respiración, en algunos casos te noquean. Sin embargo –y salvo por los premios a THE HURT LOCKER/VIVIR AL LIMITE, que también fueron bastante debatidos– nunca parece lograr el reconocimiento que merece. Y en su reciente e impactante DETROIT ha vuelto a pasar lo mismo.
El “problema” con Bigelow es que no trabaja dentro de los cánones predecibles, un poco como le pasa a Martin Scorsese. Sus películas no dan respuestas tranquilizadoras, no entran en el cuadro de lo políticamente adecuado por una serie de motivos: son demasiado violentas, ella ve con sutileza y ambigüedad moral a personajes que otros directores transformarían claramente en villanos y las posiciones políticas de sus filmes, como le suele pasar también a Clint Eastwood, no conforman al bienpensante medio que vota premios o consagra cineastas en los Estados Unidos. No calma conciencias, las sacude. A eso hay que agregarle otra cosa: es una mujer que hace películas que poco y nada responden al criterio standard de lo que debería ser la “sensibilidad femenina”, algo que sí se ve en LADY BIRD, de Greta Gerwig, o en toda la cinematografía de Sofía Coppola, con quien la Academia suele llevarse mejor.
Pero Bigelow filma mejor que la mayoría de los cineastas angloparlantes. En mi opinión, celebrados realizadores como Christopher Nolan o David Fincher no le llegan a los talones a Bigelow cuando está inspirada o cuando el guión está a la altura de sus talentos. Y DETROIT es, en ese sentido, ejemplar. Es casi una película de terror centrada en lo que sucede cuando un grupo de policías, agentes y militares cercan, atrapan y torturan mental y físicamente en un hotel a un grupo de negros a los que suponen involucrados en los disturbios que tuvieron lugar en Detroit en 1967. Y Bigelow pone al espectador en el centro de la acción, casi viviendo en carne propia esa durísima situación.
DETROIT-ZONA DE CONFLICTO arranca al borde de la explosión y casi no para. De entrada vemos el caso que motivó el conflicto –cuando la policía desalojó violentamente un bar nocturno en un barrio negro de la ciudad– y de ahí en adelante todo es caos. Un ghetto en armas, violento y desatado, frente a unas fuerzas del orden completamente descontroladas y superadas por los acontecimientos, disparando a matar a lo que se le cruce por el camino. Este acercamiento coral va ajustándose hasta centrarse en una serie de personajes: un policía racista, despreciable y casi psicótico (Will Poulter), un guardia de seguridad nocturno afroamericano (John Boyega, de STAR WARS) y varias de las personas (dos músicos negros, dos chicas blancas y otros que estaban pasando la noche allí) que terminarían circunstancialmente atrapadas en el Hotel Algiers bajo el fuego, primero, de las autoridades y, luego, de las distintas formas de torturas que les aplicaron.
Todo este caso es real y pueden buscar sus detalles online. Tomando el racismo como eje –y la frustración sexual de los policías al encontrar a dos chicas blancas mezcladas en una fiesta con negros no hace más que empeorar las cosas–, Bigelow dedica más de media película a poner al espectador en medio de esa sesión de tortura psicológica en la que uno de los agentes (sus subordinados dudan) va humillando, agrediendo, golpeando y enfrentando entre sí a los detenidos tratando de que confiesen un crimen que no cometieron. La situación, por diversos motivos, se les irá de las manos de distintas maneras. Y las consecuencias serán terribles.
DETROIT ha sido acusada de cosas que me resultan, salvo una de ellas, un tanto incomprensibles, en especial la que presupone que una mujer blanca (y su guionista, blanco también, Mark Boal) no tienen “derecho” a hacer una película sobre negros. Hay otra acusación que pende sobre el filme que puedo entender un poco más, pero no la comparto. Es una que plantea que la película, en un punto, es “morbosa”, de la misma manera en la que cierto cine de terror puede serlo cuando pone a un espectador a ser testigo de crueles maltratos durante largo tiempo. Si bien hay algo de eso, lo que la realizadora intenta demostrar es la dificultad inherente (la sospecha por portación de rostro) de ser negro en los Estados Unidos. Un mínimo error, una confusión, un gesto fuera de lugar y una persona puede perder la vida, como se sigue viendo en incontables videos caseros grabados estos años en los que policías mataron a conductores o transeúntes negros sin motivos reales.
Bigelow trabaja estas escenas con su maestría habitual. Pese a que más de media película transcurre en un par de cuartos de hotel, jamás se vuelve pesada ni monótona. De hecho, tengo la impresión que resuelve la cuestión de la tensión racial en un espacio acotado de una manera mucho más noble y menos “autoconciente” que Quentin Tarantino en LOS OCHO MAS ODIADOS, pero allí donde el supuestamente corrosivo QT deja muy en claro la división entre héroes y viillanos, Bigelow se mete en zonas más complicadas. Es que más allá del evidente asesino maníaco de la película, el resto de los personajes (la mayoría de los policías también, de hecho) responden más por deber y miedo a su jefe que por verdadero convencimiento. Y eso –la idea que no es un sistema racista y corrupto sino que solo son algunas “manzanas podridas”– es algo que tampoco le han perdonado demasiado.
Bigelow es una cineasta con tanto talento para el cine de género que en cierto modo creo que pierde un poco el tiempo al seguir, película tras película, apostando por integrar ese talento a filmes políticos y bélicos, la especialidad o el interés de su guionista. Creo que es hora de que la realizadora de POINT BREAK vuelva al género puro y duro ya que allí tiene muy pocos rivales a la hora de crear tensión. Estoy seguro que haría ese tipo de trabajo mejor que el 90% de los celebrados autores de cine de género de la actualidad.
Esto no quiere decir que DETROIT no sea en cierto punto una película de género (*) y una muy buena, pero es cierto que algunos conceptos de entretenimiento salvaje y voraz como le gustan a la realizadora a veces transitan, como le pasó en ZERO DARK THIRTY/LA NOCHE MAS OSCURA, por zonas incómodas, casi border con el morbo o el mal gusto, cuando se trata de casos reales y densos. Eso, claro, quedará en los ojos de los espectadores. Para mí no sucede (en ninguna de sus películas) porque no siento que haya una búsqueda específica o conciente de provocar esas reacciones. Es que su talento es tan grande, sus recursos estilísticos tan potentes y efectivos, que es inevitable sentir que sus películas nos meten de lleno en el corazón de la oscuridad. Muchos tratan, pero pocos pueden hacerlo tan bien como ella.