Las cicatrices de la ciudad
Durante cinco días, a partir del 23 de julio de 1967, la ciudad de Detroit (Michigan) vivió uno de los más grandes y mortales disturbios de la historia de los Estados Unidos, con 43 muertos, 467 heridos, alrededor de 7.200 arrestos y la destrucción de unos 2.000 edificios. El film explica la historia de uno de los incidentes, en el Motel Algiers.
Es una representación sin límites de la brutalidad policial y del racismo que impregnaba la sociedad norteamericana en la década de los 60. La película empieza con una breve introducción de animación, hecha por Jacob Lawrence, explicando La gran migración. En seguida, situándonos en la noche del 23 de julio de 1967 en Detroit. La agitada fotografía utilizada en la película para aumentar la tensión, colabora a que el espectador presencia cómo la policía acaba, con mano dura, una fiesta de regreso a casa para un veterano negro de Vietnam. Los ciudadanos de la Calle 12 también son testigos, cansados de los abusos racistas contra la población negra, y terminan revolucionándose contra las fuerzas del orden, desencadenando en los conocidos disturbios.
No es la primera vez que la dirección Bigelow refresca la memoria sobre algunos de los episodios más vergonzosos de la historia de los Estados Unidos de América. La aclamada Kathryn Bigelow es la primera y única mujer en la historia que ha ganado el Óscar al mejor director y el premio del Sindicato de Directores de Estados Unidos, por la excelente En tierra hostil (2008), sobre los soldados americanos en la guerra de Iraq. Además, también dirigió La noche más oscura (2012), sobre la misión de las operaciones especiales para capturar a Osama Bin Laden.
Como en estas películas comentadas, Bigelow vuelve a contar con el guión de Mark Boal, uno de los guionistas detrás de la impresionante En el valle de Elah (Paul Haggis, 2007). Este poderoso tándem se ha basado en la investigación criminal de los hechos reales ocurridos en el motel y en los recuerdos de algunos de los testigos y víctimas de los abusos.
Quizás por eso, el relato, cargado de crítica, parece una dramatización selectiva. Al principio, los personajes principales emergen sólo gradualmente de un mosaico de escenas cortas, que se combinan para querer dar una idea de la magnitud de la situación. Los violentos acontecimientos arrastrarán la vida de los protagonistas. La decisión de Larry y Fred de refugiarse de los disturbios en el Motel Algiers sella su destino.
Centrándose sólo en un caso de los sucedidos durante los disturbios, en el de los espeluznantes actos que realizaron los policías en el Motel Algiers, la claustrofóbica película es en realidad una historia de terror, donde el racismo sistemático es el monstruo. Queriendo reflejar lo que se siente en esa situación, el espectador será uno más de los testigos de los terribles acontecimientos. Varios miembros, tanto del ejército como de la policía estatal de Michigan, podrían haber intervenido y poner fin a esta pesadilla, pero prefirieron mirar a otro lado.
El reparto es sencillamente impecable. Especial mención a los actores revelación, Jacob Latimore y Algee Smith, otorgando el anhelo de los personajes de escapar de tal horrible situación. Con la popularidad in crescendo, John Boyega interpreta a Melvin Dismukes, un guardia de seguridad que, sin quererlo, se coloca en una posición angustiosa y ambigua. Will Poulter encarna al líder del grupo de policías racistas, quienes aprovechando sus privilegios, serán los autores de los asesinatos. Dejando atrás al inocente personaje al que dio vida en El renacido (Alejandro G. Iñárritu, 2015), Poulter se acerca cada vez más a merecer, de manera clamorosa, el reconocimiento de La Academia.
El film está obligado a ser polémico, sobre todo porque desgraciadamente aún está muy candente en el día a día en los Estados Unidos. Esta puede ser la razón por la que la película concluye con un poco convincente positivo final, pero el problema es crucial para los derechos civiles que aún no se ha solucionado. Si los creadores del film no fueran blancos, ¿tendría el relato la misma percepción?.
Se necesitan películas como Detroit. La reflexión es obligatoria en un momento, cuando una de las futuras víctimas, dice que “ser negro es como tener una pistola apuntándote a la cara”. ¿Acaso ha cambiado algo? Ninguna de las víctimas, muerta o viva, recibió justicia. El día a día sigue en la llamada tierra de la libertad.