Kathryn Bigelow viene de darnos dos vibrantes propuestas basadas en hechos reales. “The Hurt Locker” (2008) y “Zero Dark Thirty” (2012) funcionaron a modo de relatos documentales/ periodísticos con un estilo cinematográfico innegable por parte de su autora, a quien no le tiembla el pulso a la hora de transmitir la tensión por la que atraviesan sus personajes.
En esta oportunidad, “Detroit” nos ofrece un relato ambientado durante los disturbios raciales que sacudieron la ciudad del título, en el estado de Michigan, en julio de 1967. Todo comenzó con una redada de la policía en un bar nocturno sin licencia, que acabó convirtiéndose en una de las revueltas civiles más violentas la historia de los Estados Unidos. Los vecinos afroamericanos empezaron una protesta contra la brutalidad policial, producto de una segregación generalizada y un racismo latente en la sociedad norteamericana. Todo esto desembocó en una serie de saqueos, incendios y disturbios. El evento fatídico terminó con un total de 43 muertos y cientos de heridos. Bigelow decidió focalizarse en los sucesos que tuvieron lugar en el Hotel Algiers, donde la violencia de las autoridades escaló a un nivel inesperado, culminando con el fusilamiento de varios hombres negros.
El relato que nos brinda Bigelow funciona más como una crónica de lo acontecido que como película en sí. Es impresionante el pulso y la tensión con la que la directora nos transmite los hechos, especialmente con el continuo uso de la cámara en mano. El problema narrativo que presenta el film pasa por la cuestión de que no termina de profundizar en ningún personaje y más que nada busca documentar lo ocurrido a nivel general (cosa que no pasó en sus cintas anteriores). Sí hay varios interlocutores, y cada uno puede presentar más o menos motivaciones que el resto, pero al no ahondar en ellos, terminan sintiéndose poco desarrollados.
Larry (Algee Smith), un cantante de soul que busca un contrato con Motown records, el policía Krauss (Will Poulter), racista/fascista de gatillo fácil, y en última instancia viene Dismukes (John Boyega), un guardia de seguridad negro que busca mantenerse al márgen y hacer la vista gorda a ciertos actos de violencia para no quedar pegado, cosa que igualmente le juega en contra porque termina afectado al convalidar involuntariamente ciertos hechos. De todos estos personajes el único que tiene un mayor desarrollo es el del nefasto policía, mientras que los otros dos que deberían tener más peso por estar afectados racial y emocionalmente, se los siente desaprovechados (en especial a Boyega que es un actor que puede afrontar el desafío interpretativo).
Aún así, la película presenta algunos elementos interesantes, como su elaborada realización técnica y artística. La reconstrucción de época es impecable, la fotografía es prolija y funcional, el manejo de la cámara se sitúa en un lugar privilegiado de testigo siguiendo a los personajes con una frenética cámara en mano que transmite el desenfreno y el caos. Todos estos elementos sumados a la idea de presentar un contexto histórico que vale la pena revisitar para entender un poco más a la sociedad norteamericana, hacen que la película no se vea del todo empañada por los problemas antes mencionados.
Resumiendo, “Detroit” es una crónica cruda sobre una época que fue bisagra en EEUU para lograr los derechos civiles de los ciudadanos afroamericanos. Kathryn Bigelow es una directora que maneja los tiempos como nadie, haciendo que la tensión vaya en aumento hasta el punto álgido del drama. Pese a los personajes poco desarrollados, las actuaciones representan un punto alto del film. El discurso que se nos ofrece está trabajado con sumo cuidado y respeto, por la vigencia del tema y, a pesar de sus falencias, es un relato que merece la pena un visionado.