LA NOCHE MÁS OSCURA
El vínculo entre Kathryn Bigelow y el periodista y guionista Mark Boal sigue indagando en la violencia institucional y política de los Estados Unidos, aunque La noche más oscura y Detroit: zona de conflicto forman un bloque conceptual mucho más claro y se distancian un poco de la superior Vivir al límite. No sólo porque La noche más oscura y Detroit: zona de conflicto están basadas en hechos reales, sino porque en estas dos películas se puede apreciar la comunión que se da entre la precisión en datos y detalles que aporta el periodista Boal al guión y la solidez de la directora para traducir estas experiencias en algo definitivamente físico.
La película se mete con las revueltas que la comunidad negra llevó adelante en 1967 en la ciudad del título, y que tuvo como hecho más significativo la tortura y matanza de varias personas por parte de la policía en el Hotel Algiers. Bigelow nos mete de lleno y sin pausa entre las corridas y la represión, mientras va presentando con mínimas pinceladas al grupo de personajes que montarán esta suerte de relato coral sobre el horror. El dispositivo narrativo de Bigelow, especialmente a partir de Vivir al límite, da cuenta de una cámara inquieta, nerviosa, que tensiona aún más situaciones que se vuelven realmente insoportables ante nuestros ojos: tanto puede ser el trabajo de un grupo de especialistas en desactivar bombas como la tortura ejercida por grupos militares sobre musulmanes en Medio Oriente. Y aquí vuelve a rizar el rizo cuando se detiene específicamente en esas horas terribles donde la policía mantuvo de rehén a un grupo de personas, entre las que había manifestantes, otros que no, y dos mujeres blancas que mantenían un vínculo con los afroamericanos. Si la violencia está implícita en el cine de Bigelow, muchas veces demostrando la ambigüedad y contradicción en la forma de aplicarla por parte de las instituciones (eso estaba incluso en su cine de género y ficcional), la violencia de Detroit: zona de conflicto es una más cristalina y lineal, menos incómoda, que la de, por ejemplo, La noche más oscura. Si aquel film no podía distanciarse del todo de la idea de que a veces hay que avanzar en cierto sentido para obtener un bien mayor (aunque a partir del personaje de Chastain quisiera contradecir un poco esto sin lograrlo), lo que sucede aquí es mucho más simple: el accionar de la policía es decididamente injustificable y, por si fuera poco, no habría un bien mayor a realizar. Las revueltas, a juzgar por el prólogo animado de film, son para Bigelow-Boal una consecuencia directa de la suma de injusticias sociales, culturales y políticas que, y ese es el mensaje directo al presente por parte de la película, vaya uno a saber cuándo se terminarán. A ese contexto en plena ebullición de los años 60’s, Detroit (la ciudad) le sumó una entramado social representado por afroamericanos de clase obrera empobrecida con un orden representado por fuerzas policiales blancas y racistas. El resultado no podía ser otro.
Por eso, no deja de ser curioso el grupo de personajes negros sobre los que focalizan la atención Bigelow y Boal. Uno de ellos es un guardia de seguridad que busca ser amable con sus pares blancos y que asiste como espectador pasivo ante el horror de esa noche en el Hotel Algiers (una noche realmente oscura). El otro es una de las víctimas, un cantante con aspiraciones de convertirse en artista de la Motown, la gran disquera de música negra que escuchaban los blancos. En ambos casos, se trata de personajes que reproducen a su manera la esclavitud del pasado con las formas innovadoras del capital: el guardia que protege lo que el poder ha construido, el artista que entretiene a las masas. Luego de la tensión, después de esa larga secuencia en el Hotel Algiers donde la película acaricia la textura del horror, Detroit: zona de conflicto se distiende. Abandona la reconstrucción de la violencia para pasar a mostrar las consecuencias de aquellos actos y reflexionar. Y si bien el film, por el tema que aborda, no puede más que transitar por la obviedad bienpensante (aquí Bigelow no pierde la potencia, pero sí la capacidad de provocar), en el camino que siguen aquellos dos personajes, en la forma de revelarse o no contra lo que se impone, es donde la película dice más y encuentra atajos a esa violencia que no hace más que retroalimentarse.