Kathryn Bigelow filma como los dioses. Ha encontrado un pulso narrativo que ya ni siquiera importa si habla de guerra, conflictos raciales, o lo que sea. Es capaz de introducirnos en microuniversos de los cuales no podemos salir.
En esta oportunidad se ocupa de uno de los casos más resonantes en el largo camino hacia la emancipación y empoderamiento de los afroamericanos. Tal vez el exceso de duración haga que, aun contando con un guion sólido y potentes actuaciones, se resienta la totalidad de la propuesta. Olvidada injustamente en la temporada de premios.