Registro documental de valientes, de mujeres y hombres que en el ocio y descanso de otros se arremangan para vender y ganarse la vida. Un documental que evita juzgar y que contempla oficios y rebusques bajo el sol del verano.
Un día en la vida Luego de haber incursionado en la ficción con Bolishopping (2014) y Mario on tour (2017), Pablo Stigliani debuta en el documental con Días de temporada (2019), un relato que apela a la coralidad para retratar a trabajadores de la temporada veraniega en una ciudad balnearia de la costa argentina. Stigliani elige para su debut en el documental mostrar el lado b de la fauna humana que ocupa una típica ciudad veraniega. No focaliza sobre aquellos que disfrutan los días entre las olas y el mar, sino sobre quienes ven en la llegada de los turistas una oportunidad laboral. La ciudad elegida es Santa Teresita un día de enero de 2018 y la historia se articula a través del retrato íntimo de vendedores ambulantes y buscavidas: Lola, Aye Valen, Peter, Gitano, Ale y Eli, y Bamba. Historias breves y muy disimiles de cómo es un día en la vida de cada uno de ellos, con actividades tan diferentes que van desde la venta de pochoclos en la playa hasta convertirse en Spiderman para entretener a niños y adultos. La cámara observa sin interferir en la rutina laboral y familiar. Tanto en su intimidad hogareña como en el trato seductor que ejercen sobre sus posibles clientes. La ausencia de diálogos hace que la música y el sonido cobren un protagonismo esencial, pero no como un decorado artificial sino brindándole ese naturalismo entre autóctono y kitsch que identifica los días veraniegos en la costa atlántica. Como en todo relato coral las historias son heterogéneas y la decisión estética de que el retrato sea solo durante un día hace que muchas veces den ganas de indagar un poco más allá de lo que se muestra, algo similar a lo que ocurre con aquellos personajes que uno descubre en vacaciones y de los que quisiera saber algo más.
Mucho más fresca, lejos de todo didactismo y como una hermosa invitación a la observación “Días de temporada” propone desde el registro documental, sin una narración formal, “invadir” las playas de Santa Teresita en pleno mes de enero y seguir las historias de algunos personajes que Stigliani ha seleccionado para construir su tercer largometraje que es, a su vez, su primer trabajo como documentalista (después de sus ficciones “Bolishopping” y “Mario on Tour”). Tal como reza desde su afiche “trabajar mientras todos se divierten”, la cámara explora y se infiltra en las vidas de diferentes trabajadores que se transforman en los personajes típicos que pueblan cada una de las temporadas en las costas argentinas. Así vemos quienes esperan que inicie la temporada para vender anteojos “importados” de reconocidas marcas, el típico Spiderman que junto con otros personajes puebla el Trencito de la Alegría, los espectáculos que se ofrecen en la peatonal que los turistas podrán disfrutar “a la gorra”, un imitador de Sandro, los vendedores playeros –que pueden ofrecernos desde ropa y bijouterie, hasta churros y pochoclos- y los veraneantes que conforman la infaltable escenografía para que estas historias cobren sentido. Con algunas reminiscencias a “Balnearios” de Mariano Llinás o a “Chapadmalal” de Alejandro Montiel, “Días de temporada” explora en cambio, el revés de la trama, observando no sólo a los protagonistas en acción sino incluso en su cotidiano, viéndolos dentro y fuera de su oficio, compartiendo algunos detalles de sus vidas, de sus aspiraciones, de sus propias historias. Stigliani no recurre ni a entrevistas, ni a una voz en off que (nos) explique lo que está sucediendo, ni siquiera sabemos por qué ha elegido cada una de estas historias. Su idea es sencillamente abrirnos la ventana para poder inmiscuirnos en algunos momentos de sus días, esos días de temporada donde las sus vidas parecen modificarse por un corto tiempo. Los protagonistas van desde un inmigrante africano que apenas pueda visitará a su hijo que reside en Buenos Aires, la vida del adolescente que se esconde bajo el disfraz de Spiderman, una transformista que invita a los que pasean por la peatonal a su espectáculo de café concert pasada la medianoche, hasta una pareja que comienza su labor justamente a medianoche para producir los churros que venderá durante el día. Todos ellos son captados por la cámara de Stigliani con un registro naturalista, íntimo pero cuidadoso de no invadir y guardando distancia, reforzando una propuesta sencilla pero concreta, de cpaturar esos particulares momentos que no necesitan mayores explicaciones que la observación de estos “rituales” que despliegan en cada temporada para regresar luego a sus otras ocupaciones, cuando cada uno de los turistas que invadieron esas playas, vuelva a retomar su propia rutina, lejos del mar y las vacaciones.
“Días de temporada”. Crítica El verano llegó y con él se presentó el documental “Días de temporada”, un film de Pablo Stigliani que retrata la vida de los trabajadores en su jornada diaria en la costa. Desde el churrero y el pochoclero hasta el que se disfraza de Hombre Araña. El color y las particularidades típicas de un enero en Santa Teresita. La Costa Atlántica se llena de turistas. Meterse al mar, caminar por la peatonal, comer afuera y presenciar algún show callejero, son las típicas vacaciones familiares. Pero, ¿qué hay detrás de todo eso? Personas que le evitan al descanso y el relax para exprimir al máximo lo que deja una temporada. Levantarse temprano y volver tarde, estudiar y trabajar o dejar de ser madre por un rato para ganarse el pan de cada día. Lo destacable del documental es que nos muestra diferentes historias que son divididas como en capítulos. Arrancamos junto al que vende parlantes en la playa, cantamos con el imitador de Sandro y presenciamos el show de Lola. La cámara, queda fija en cada personaje y nos sumerge en sus mundos. Presenciamos junto a ellos el comienzo y el final de su largo día. Y dentro de cada relato, un escenario distinto pero colorido. El movimiento turístico, las fotos, la música, los vendedores y el clima cálido de un hermoso día de playa son muchas de las cosas que evidencian la alegría y festividad de un verano por las costas de Argentina. Puntaje 65/100.
La Costa es de quienes la trabajan Algunos trabajamos todo el año esperando estos dos primeros meses para poder tomarnos unas vacaciones y escapar a algún lado. La tradición local nos indica que La Costa bonaerense es una referencia ineludible. Por el contrario, para otros es la oportunidad ideal para conseguir el dinero que no pudieron reunir durante el año o hacerse de unos ingresos extras. En palabras limpias, poder trabajar ofreciéndole espectáculos o mercancías a los que están vacacionando. Como una contracara de aquel mítico Balnearios de Mariano Llinás, la tercera película y primer documental de Pablo Stigliani, Días de temporada, nos habla de los trabajadores de las vacaciones en La Costa, más precisamente, en Santa Teresita. Mientras que nosotros llegamos al hotel o a la casa de veraneo con todos nuestros bártulos y de inmediato nos desprendemos de cualquier obligación con el solo pensamiento de tomar sol, zambullirnos en el mar y que nos quede resto para a la noche ir al teatro o a caminar por la peatonal; los casos que presenta Stigliani en Días de temporada se preparan para atacar nuestras billeteras que estarán más propensas a un consumo casual. Soleros, lentes de sol, pulseras, helados, churros, pochoclos, espectáculos callejeros, obras de varieté autosustentadas y/o a la gorra; de todo nos ofrecen y accedemos. La intención de Días de temporada será que, a través de pequeñas viñetas, conozcamos a las personas detrás de estos vendedores y/o artistas. Yo vengo a ofrecer mi corazón Días de temporada presenta seis historias, las de Bamba, Ale y Eli, Gitano, Peter, Aye y Valen, y Lola. El común denominador es lo que dijimos, todos fueron ese enero de 2018 a Santa Teresita para trabajar. Así también, sus historias van desde la mañana hasta la noche, abarcando la duración de un día y por supuesto, el foco principal está puesto en el horario laboral, pero no será lo único; veremos también su entono personal. La mirada del director elige no solo no aparecer en cámara, además, no hace uso de recursos narrativos evidentes. Las historias se cuentan solas, Stigliani presenta un día de rutina, no hay voz en off, entrevistas ni miradas a cámara. Todos actúan como si nadie estuviese del otro lado. Bamba es un inmigrante africano, reside en un departamento muy chiquito compartido, vende anteojos de sol y parlantes portátiles en la playa. Tiene una pareja argentina con un hijo en Buenos Aires que tiene pensado ir a visitarlo, pero espera la oportunidad de poder comprar pasajes económicos. Ale y Eli son un matrimonio. Él trabaja amasando toda la medianoche, y durante el día salen a vender churros a los veraneantes. Al llegar la noche, tendrán su oportunidad como pareja para disfrutar de un tiempo en compañía en la peatonal. El Gitano es un imitador de Sandro full time, en la playa y a la noche en la peatonal. Le pone énfasis a la seducción de las espectadoras y se produce para eso. Peter es un nene que, durante el día se prepara para rendir un examen de Ciencias Naturales con su madre y por la noche saca el disfraz de Spider-Man para subirse al trencito de la alegría. Apenas tendrá algo de tiempo para pelotear en el frente de su casa. Aye está en La Costa para vender pochoclos junto a una socia a orillas del mar. Todo lo hace por su hijo bebé, Valen. Lola es una artista de varieté en un espectáculo de transformismo. Mientras llega la noche comienza a producirse y ya cerca de la medianoche, recorrerá la peatonal promocionando junto a sus compañeras el espectáculo para toda la familia, desplegando el carisma y desparpajo necesario. No son grandes historias movilizantes. Seamos sinceros: ni siquiera son trascendentes. Son historias humanas, pequeñas, de rutinas, que terminan diciendo más de lo que parece. Al calor de la vida A diferencia de Balnearios, Stigliani no solo posa su mirada en los que trabajan, sino que mantiene una mirada ausente. No hay humor ni refuerzo dramático, nada. Si la sensibilidad se trasluce es por ese ojo en saber qué elegir, en qué hacer foco. Las historias, cuadros, momentos; de alguna forma hablan de la soledad, del esfuerzo, del compromiso, de sueños, de encontrar los momentos de distensión en medio de las obligaciones, de las pasiones, y por supuesto, del amor. El director nos muestra que ese período vacacional es como una cápsula particular perdida en una serie de costumbres y tradiciones propias. Tanto para los que veranean como para quienes trabajan. La vida es distinta a la de cualquier otro momento del año y a la de cualquier otra zona. Un tiempo detenido entre quienes solo quieren descansar y los que buscarán hacer placentero, cada uno a su manera, ese momento de relajación. Había demostrado solvencia como apacible narrador en sus dos films anteriores (Bolishopping y Mario on Tour), con una mirada puesta en la humanidad de sus personajes y el foco en las relaciones más personales. En su paso al documental, la mirada no varió, si algún momento resulta risueño es por las mismas personas delante de la cámara; para nada hay una intención burlona o sarcástica. Días de temporada es un documental sencillo, concreto y profundamente humano. Pablo Stigliani se consolida como un realizador que sabe cómo capturar los momentos adecuados para que sus personajes, ficcionales o “reales”, hablen por sí solos contando lo más identificable de sus rutinas. Con pocos elementos, en su simpleza, es mucho más que una curiosidad.
Este trabajo observacional es el primer filme de no ficción del joven realizador argentino Pablo Stigliani, cuya opera prima fue Bolishopping (2013) , y su segundo largometraje Mario on Tour (2017). Esta vez nos presenta el retrato de una serie de trabajadores de la Costa Atlántica durante las vacaciones de verano. Días de temporada se dedica a observar y describir la cotidianidad laboral e íntima de una serie de “obreros” de la costa, más precisamente de las playas de Santa Teresita, un páramo popular y familiar, criollo por definición y donde se instalan nuestras clases proletarias a pasar los más calurosos días del verano. Allí se repiten cada año los rituales de la vida en vacaciones: comprar churros, pochoclos, ver gente disfraza de súper héroes, aplaudir a imitadores, comprar entradas para un show nocturno, y ante todo dar vueltas por el camino de la peatonal. Ese derrotero repetido año a año se encuentran todos los días trabajando nuestros seis protagonistas. La narrativa organiza una serie de personajes retratados como en una panorámica fragmentada, que se enlaza a una línea de contraste: la línea imaginaria que une y separa la vida de los vacacionantes contra la cotidianidad de estos laburantes “de la diversión ajena”. La mirada del narrador los muestra por separado y los une a la vez, haciendo de este contrapunto entre el obrero y el visitante un juego de convivencias. La lista y las texturas de los personajes son diversos y van unos enlazados con otros progresivamente. Desde Bamba, el joven senegalés que vende parlantes en la playa que nos permite ver la precariedad de su vida y la espera solitaria de quien aguarda la compañía de sus seres queridos, El churrero y su novia que develan tanto el ritual nocturno de los churros que se cocinan por las madrugadas para salir a la luz del día, y esta pareja que funciona como un retrato tierno del trabajo y del amor; El adolescente que se disfraza del hombre araña en el trencito de la alegría mientras prepara la materia que se llevó a marzo; la madre joven con su bebé que trabaja en el carrito de pochoclos y la condición de la maternidad como tema; el imitador de Sandro que funciona como el personaje que construye otro personaje oscilando entre la parodia, y la tristeza de una soledad sin solución casi como la misma de ídolo imitado; y para finalizar Lola, trans que hace su show trasnoche, cerrando el día, el documental y la jornada laboral cantando en un escenario iluminado con un azul fantasioso sobre su vestido blanco. La cámara registra este universo siempre ubicada por debajo de la visión normal, en palabras del director durante el estreno “es como si estuviéramos viendo pasar el día sentados en una reposera”. Me tomaría la libertad de agregar que ese punto de vista marca la altura (real) aproximada de un niño de 8 años que ve el mundo pasar, y lleva en su mirada algo de sorpresa y a la vez una afectuosa empatía con lo que observa. La solvencia estética de la fotografía logra con mínimos recursos un uso adecuado y cuidado de la textura cinematográfica (alejando todo resabio televisivo) , aprovecha el trabajo de los colores y los matices de la luz natural acompañados por la eficiencia de un encuadre que no titubea. En esa solvencia se sostiene la coherencia del relato. Si algo se percibe con claridad es que el ojo de la cámara no sanciona, ni juzga a quien tiene frente a si. Es una mirada contenedora, empática y amorosa que siempre está buscando un poco más de intimidad. El seguimiento cronológico del día a día, de la mañana a la noche, dan un orden algo reiterativo, pero seguro. El filme presenta cadencias lentas de pura observación, donde la ansiedad del espectador de sacar conclusiones debe dejarse de lado para priorizar la contemplación. Viajar en este retrato coral por esas playas paradigmáticas y por la vida de estos seres cotidianos, nos permite un devenir fluido que lleva matices de humor, hilos de melancolía, penumbras de pena, la oscuridad de una preocupación, tanto y cuanto van de la mano y en la medida en la que sus personajes los vivencian. Sus personajes estereotípicos que nos muestran otras facetas de su lado más humano, son los que quedan plasmados en los 70 minutos de Días de Temporada como en una fotografía que pide perdurar. Por Victoria Leven @LevenVictoria