Del amor al odio Una pareja separada sigue conviviendo en esta comedia. El principal problema de Divorcio a la finlandesa , comedia negra estilo La guerra de los Roses , es el delta de subtramas que desembocan en el ancho río de los conflictos de pareja. Demasiadas. El amor/desamor en un matrimonio de años tiene los componentes necesarios como para hacer humor trágico: Mika Kaurismaki decide agregar historias y personajes vinculados con la mafia, un artificio deliberado que le quita efectividad a la película. El filme empieza con una pareja adulta, sin hijos, ya quebrada. Juhani (Hannu-Pekka Björkman) es terapeuta familiar. Es decir: le aconseja a los demás cómo superar conflictos que él no puede superar. Su esposa, a punto de convertirse en ex, se llama Tuula (Elina Knihtilä) y trabaja de consultora empresarial: en las primeras secuencias da una conferencia sobre la importancia de la motivación en el trabajo; motivación que... ya no encuentra en su matrimonio. ¿O sí? Porque este matrimonio en supuesta etapa terminal se odia profundamente y el odio es un impulso pasional, a veces más poderoso que el del amor erosionado por la rutina. El caso es que Juhani, que tiene compulsión a comer en exceso, y Tuula, una mujer fría, abandonada por la madre durante su infancia, intercambian denigraciones. Ella le dice que la avergüenza que lo vean con él, con un tipo tan gordo; él le contesta que come para compensar la falta de sexo con una mujer muy masculina. Degradación en tono cómico. Con una música de resonancias tangueras (el mítico “tango finlandés”), el matrimonio establece los límites territoriales del campo de batalla y una serie de reglas “bélicas”. Se supone que las cumplirán. Pero no. Porque la principal, no llevar amantes a la casa que comparten, es violada por ambos. Los celos, incluso la sobreactuación de bienestar para buscar la envidia del otro, toman el centro. En este punto, los personajes funcionan como los de Muertos de risa , de Alex de la Iglesia. El divorcio civilizado no funciona, sí la barbarie. Pero la historia se va poblando de personajes secundarios e historias vinculadas con robos, venganzas y prostitución, muchas de ellas protagonizadas por familiares. Juhani, que da consejos políticamente correctos mientras tiene la teoría de que nadie conoce a su esposa hasta que no la enfrenta en un divorcio, notará que hay cosas peores que el matrimonio. Tuula también. Entre tanta violencia verbal, tal vez la pareja irá pensándose como mal menor. Lo mismo puede pensarse del filme, que de a ratos se sale de norma, aunque tampoco dé para la felicidad o el festejo.
Una apuesta al humor para mostrar bajezas que quedan al borde del ridículo El mayor de los hermanos Kaurismäki tiene una prolífica y curiosa filmografía, que incluye unos 30 largometrajes en tres décadas de carrera, varios de ellos documentales dedicados a grandes artistas de la música brasileña (desde hace años está radicado en Río de Janeiro). Más allá de la incómoda comparación con Aki -uno de los directores europeos más importantes de los últimos tiempos-, Mika sigue incursionando también en la ficción con suerte diversa. En este sentido, Divorcio a la finlandesa no se ubica entre lo mejor de su producción. Kaurismäki propone aquí una mixtura entre la screwball comedy clásica (velocidad, delirio, absurdo, humor físico, dardos verbales) y unos pases tragicómicos en los que expone lo peor de la condición humana (léase odio, resentimiento y venganza). El eje del film son las desventuras de un matrimonio de clase media-alta que está a punto de divorciarse, pero que decide seguir conviviendo hasta que se venda su hermosa casa. A pesar de que acuerdan algunas reglas básicas, cada uno de ellos empezará con provocaciones, mentiras, reproches y hasta llevarán a distintos amantes (incluso contratados a tal efecto) para generar en el otro un ataque de ira y celos. Además, el director propone una subtrama policial con secuestros, robos, chantajes y muertes que tiene a la gran Kati Outinen -actriz-fetiche de Aki- como una improbable jefa de una banda mafiosa. El gran problema de Divorcio a la finlandesa es que no funciona ni siquiera dentro del registro ampuloso, exagerado, muy próximo al grotesco, que propone. Los conflictos no hacen gala de una gran inspiración, las situaciones resultan poco graciosas y hay una marcada tendencia a la sobreactuación (con un festival de gestos obvios) y al subrayado. Muchas veces, a partir de la comedia (negra, despiadada) se pueden decir cosas inteligentes sobre el comportamiento social. Aquí, en cambio, la apuesta por el humor a la hora de evidenciar las peores miserias y bajezas queda demasiado cerca de caer en el ridículo.
Secretos de un matrimonio muy celoso Entre lo aventurado y lo errático, la nueva película del director de Helsinki-Nápoles, todo en una noche es una comedia donde los amores se hacen, deshacen y rehacen en una trama que cruza a matrimonios burgueses con gente del hampa. Vistas la mayoría de ellas en ciclos especiales, en las películas de Mika Kaurismäki (Finlandia, 1955) todo es transitorio, inestable, provisorio. De allí que el formato de road movie sea uno de sus favoritos, desde su ópera prima en solitario, Arvottomat (1982), pasando por Rosso (1987), Helsinki-Nápoles, todo en una noche (1989), Zombie y el tren fantasma (1991) y sucesivas. Pero no sólo de road movies está hecha la inestabilidad en el mundo del hermano mayor de Aki: la figura del triángulo se impone, las relaciones amorosas son complicadas y por las dudas siempre hay por allí algún mafioso, secuestrador o asesino a sueldo, cuestión de recordar que no hay vida que no penda de un hilo. Esas constantes vuelven a verificarse en Divorcio a la finlandesa, título con que se estrena en Argentina su penúltimo film de ficción (se sabe que MK filma con tanta o mayor regularidad documentales que “argumentales”), que en su distribución internacional se conoció como The House of Branching Love. Basada en una novela ajena, en esta comedia los amores se hacen, deshacen y rehacen en una trama que cruza a matrimonios burgueses con gente del hampa. La premisa es muy parecida a la de Secretos de matrimonio, película sueca del mismo año, estrenada en Argentina meses atrás. En ambas, un matrimonio decide divorciarse y seguir conviviendo, hasta la firma del acuerdo de separación. En aquélla convivían con un matrimonio amigo, con el que practicaban cruces eróticos. Aquí, los protagonistas traen a la casa a sus respectivos amantes, para darse celos. Mientras tanto y como si se tratara de una versión nórdica de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, cada vez que Juhani (el semicalvo Hannu-Pekka Björkman) y Tuula (Elina Knihtilä) se cruzan en un pasillo no se dicen cosas agradables. Ella le grita que es impotente; él, que ella tiene 35 pero parece un montón más. Lo curioso es que él trabaja como terapeuta familiar, asesorando a matrimonios en crisis (algo muy semejante sucedía en Secretos de matrimonio, ya que estamos). Pero el costado comedia burguesa (Juhani y Tuula viven en una casa espectacular, frente a un lago) se va enrareciendo, debido a las vinculaciones que ambos tienen con el submundo. Wolfii, hermanastro de Juhani, es proxeneta. A él acude el hombre, para contratar por una semana a una de sus pupilas, con la intención de fingir, delante de Tuula, que la chica es su nueva novia. A ella la anda buscando, a su vez, la jefa de Wolfii, Yrsa (Kati Outinen, mítica protagonista de La muchacha de la fábrica de fósforos y otros clásicos akianos), para recuperar una plata que la chica se quedó. ¿Y quién es Yrsa si no la mamá de Tuula, a quien abandonó cuando era una nena? Sí, OK, todos esos parentescos, cruces y coincidencias son más forzados que los de la tira televisiva El elegido. Como siempre en estos casos, será el espectador el que decida si se los cree o no. Como es frecuente en el cine de Mika y tal como sucede cuando uno se lanza al camino sin mapas (Los Angeles sin mapa se llama una de sus películas), Divorcio a la finlandesa está entre lo aventurado y lo errático. Lo que comienza como versión amarga de una clásica comedia de rematrimonio –como las que se hacían en Hollywood en los años ’30 y ’40– se entrega en su zona central a una deriva apoyada sobre arbitrariedades de guión. Y finaliza como comedia muy negra, con una madre que manda a secuestrar a su hija para ofrecerla en trueque por una presa codiciada, y la hija que le echa en cara su abandono de años. Lo mejor de Divorcio a la finlandesa hay que buscarlo en el entrechoque de elementos aparentemente inconciliables. En un bar de mala muerte, un tipo de aspecto cadavérico le ofrece, a esa especie de Homero Simpson finés que es Juhani, matar a otro; las convenciones de comedia burguesa se ven sacudidas por una serie de fornicaciones bastante crudas; el gesto bilioso de Kati Outinen y su propio personaje desentonan con el presunto tono de comedia. Más que el tono, en verdad, lo que Divorcio a la finlandesa tiene de comedia es el esqueleto: el tema de la simulación, los permanentes cruces de personajes, el carácter transitorio de las relaciones, la idea de que atravesar el infierno puede ser la mejor forma de re-erotizar un matrimonio muerto.
Matrimonio por conveniencia El realizador finlandés Mika Kaurismäki nos tiene acostumbrados a comedias inteligentes donde el humor negro y la sutileza reemplazan muchas veces a los lugares comunes. También, cierta cuota de melancolía por un pasado que ya no está en relación al turbulento presente se respira en cada una de sus obras donde pululan personajes taciturnos u obsesionados por su historia y experiencias vividas y donde el amor siempre queda en un segundo plano y las segundas oportunidades completamente descartadas. Pero pareciera que con esta comedia coral Divorcio a la finlandesa, el director de Juha ha optado por el camino de la comodidad para entregar lo que, sin lugar a dudas, es un film menor y con una clara intención comercial y for export en lo que a su nutrida filmografía se refiere. Los personajes estereotipados y los lugares comunes surgen en cada secuencia de un film apenas atractivo por la propuesta en sí de una guerra de los sexos (imposible no asociarla directamente con La guerra de los Roses) en el marco de un divorcio de una pareja de profesionales, quienes deciden separarse en buenos términos compartiendo el techo hasta el momento del reparto de bienes. Ese es el caso de Tuula Helin (Elina Knihtilä) y Juhani Helin (Hannu-Pekka Björkman): ella, una consultora motivacional para empresas y él un terapeuta familiar que tras años de convivencia resuelven adultamente romper el contrato matrimonial comprometiéndose a terminar la relación de la mejor manera posible, sin rencores ni pases de facturas. Sin embargo, cuando el hombre aparece en su casa con una amante mientras su ex esposa sigue viviendo allí el pacto de caballerosidad se rompe y ambos comienzan una guerra que involucrará a amantes ocasionales –de ambas partes- amigos y terceros en discordia. En paralelo, la trama se ramifica en diferentes subtramas como la de la desaparición de una suma de dinero importante tras la dudosa muerte de una prostituta vinculada a la mafia de Estonia a la que un grupo de policías –hombre y mujer que mantienen una relación amorosa clandestina- le siguen el rastro que los conectará de alguna manera con los protagonistas. El consabido cruce de personajes no tardará en llegar cuando se unan las dos historias, cuyos nexos son el proxeleta y hermanastro Wolffi (Antti Reini) y Nina (Anna Easteden), una prostituta contratada por el protagonista para hacerse pasar por su novia y terminar así expulsando a su ex mujer de la casa. Más allá de algunas situaciones de enredos bien resueltas y que sacan alguna que otra sonrisa al espectador, da la sensación que Mika Kaurismäki no supo sacarle el jugo a la novela de Petri Karra (en quien se basó para construir el guión) y se conformó simplemente con presentar un relato agradable que -a veces- peca de elemental y, promediando la parte final, de sentimental en el peor sentido del término.
Amor y Locura en Finlandia Basada en la novela de Petri Karra, Divorcio a la finlandesa (The house of branching love, 2009) es la nueva comedia de Mika Kaurismäki (Brasileirinho - Grandes Encontros do Choro, 2005) el hermano de Aki, cuyo disparador se asemeja al de La Guerra de los Roses (The War of the Roses, 1989) pero desde un absurdo aún mucho más agudo y sutil que vira hacia una subtrama policíaca. Juhani Helin y Paula Helin, componen un matrimonio que decide divorciarse de forma civilizada, mudarse a una casa nueva cada uno y vender la que compartieron durante años. Pero los divorcios son difíciles y los problemas empezarán cuando cada uno por su cuenta lleve a la casa a sus nuevas y ocasionales parejas. En el medio, de la guerra de divorcio, un caso policial con ribetes tragicómicos. Resulta muy difícil disociar a Mika de Aki, sobre todo en la forma de encarar la ironía en el cine o la forma y sonidos elegidos que ambos manejan para musicalizar sus obras. La banda sonora utilizada en la primera escena de Divorcio a la Finlandesa es reminiscente a Luces del atardecer (Laitakaupungin valot, 2006), una de las películas más lograda de Aki. Divorcio a la finlandesa maneja dos líneas narrativas que en algún momento se fusionarán en una sola y a pesar de que parezca incoherente en sus planteos finales, todo cerrará a la perfección. Una de línea las llíneas desarrolladas es la de comedia romántica centrada en los esposos separados, mientras que la segunda se articula a partir de un caso policial que de manera indirecta terminará involucrando a los protagonistas, para darle a la trama una vuelta de tuerca imprevisible sobre el final. El cine finlandés ha mostrado en los últimos años una forma desfachatada a la hora de concebir obras llevadas al absurdo, generando un estilo propio que se ha convertido en una de las características distintivas de dicha cinematografía. Mika Kaurismäki ha sabido tomar lo mejor de ese humor propio y plasmarlo en un trabajo que, más allá de algunos altibajos, cumple y mucho.
He aquí un filme que nos recuerda por momentos a la “Guerra de los Roses” (1989). Un terapeuta familiar (Juhani Helin), de 35 años, y la consultora empresarial Tuula Helin, de 34, deciden divorciarse de una manera civilizada y mudarse a casas separadas. A partir de esta situación podremos ver como los celos de ambos harán estragos en la convivencia. Cuando Tuula invita a la casa a Marco, un amante ocasional, y Juhani se venga contratando a Nina, una prostituta que maneja su medio hermano y proxeneta Wolffi, para que se haga pasar por su novia, y de esta manera obligar a Tuula a dejar la casa. La caja de Pandora de su matrimonio se abre y deja salir las plagas de amor y odio. Esta producción no plantea nada nuevo en lo temático ni en su entramado, pero por momentos genera buena dosis de humor negro y ácido. Correctas actuaciones, buen ritmo durante casi todo el metraje, excepto en los últimos 40 minutos en donde se mezclan muchos conflictos y el realizador navega en un maremagnum con final previsible. Es una lástima que una película que prometía ser diferente, a pesar de asemejarse a otras que plantean la separación y la convivencia bajo el mismo techo, termine de una manera previsible.
AMORES PATOLÓGICOS Una película menor, de un director a veces sobrevalorado Al comienzo una mujer se tira por una ventana. Otra mujer, una prostituta, no puede hacer nada para detener la caída, pero sí decide llevarse un dinero que pertenece a la mafia. Policía y mafiosos intentarán resolver el caso y recuperar el dinero, e indirectamente ese episodio atravesará la crisis matrimonial de Juhani y Tuula, un terapeuta familiar y una consultora empresarial, que viven en una hermosa casa frente a un lago. Empezar una comedia con un suicidio (confuso) no es una decisión ortodoxa, y aunque la puesta en escena le reste dramatismo a la secuencia es posible que Divorcio a la finlandesa sugiera concebir el matrimonio como un suicidio diferido. No es su propósito desprestigiar la institución, pero la trama simplemente dejará en claro que la vida amorosa (y familiar) es propensa a la patología. Los cónyuges no sólo padecen un matrimonio inerte, sino que además los dos han sido abandonados por sus padres, incluso la madre de Tuula hasta pueda ser capaz de secuestrarla. Sí, la vida es dura, pero la risa puede exorcizar desencantos y decepciones. Es así que por mucho tiempo Juhani y Tuula no han tenido sexo, tampoco hijos. Una vez divorciados vivirán en la misma casa y llevarán a sus respectivos amantes. Él se “enamorará” de una prostituta facilitada por su hermanastro; ella pretenderá tener una relación con un hombre más joven, que viaja en su avión hasta su casa para satisfacer los placeres de la carne. La estrategia ni siquiera es inconsciente. Los celos, justificados o no, son siempre patológicos, y aquí funcionan como un método para recuperar el matrimonio. Mientras el matrimonio se hace y se deshace, la búsqueda del dinero robado prosigue. El hampa acecha, la policía investiga y, sin saberlo, Juhani y Tuula quedarán asociados al delito. A diferencia de su hermano menor, el gran director finlandés Aki Kaurismäki (El hombre sin pasado), cuyos dramas no exentos de humor carecen de dramatismo y apuestan en su minimalismo formal y narrativo a destilar lo esencial de las emociones que constituyen la vida anímica de los hombres, Mika, que vive hace tiempo en Brasil, parece militar en el exceso: todos se encaman con todos, todo se dice y se explica, la comedia de enredo matrimonial deviene en comedia negra con algún que otro elemento edípico. A pesar de las notables diferencias cinematográficas entre los hermanos, su cosmovisión es la misma. En un pasaje menor un personaje secundario cita la famosa frase de Macbeth: “La vida es una historia contada por un idiota, llena de estruendo y furia, que nada significa”. Los Kaurismäki creen, justificadamente, que el humor es el mejor modo de conjurar la indiferencia del cosmos.